Le confió a Sarita esa preocupación.
En sus horas vacías, imaginaba a su hija expuesta a esas influencias… ¿y si su hija también las había descubierto?
¡No! Se lo hubiera contado.
¡Tan unidas que fueron! Pero…desde que llegó Tita a la casa, habían formado un frente común las jovencitas, donde ella no tuvo cabida.
Y las veces que las escucho a las tres reír, y su hija que se sonrojaba por la nada; sus miradas de entendimiento, sus cambios de carácter…
¡No! no, todo eso fue por la proximidad de la fiesta de sus XV años, no había que agregar más pesar a lo insufrible.
Su niña, su tierna niña, a la que cuidó desde antes de nacer.
Emma ya no dormía. El marido hablaba y hablaba, le recriminaba, pero Emma ni fuerzas tenía para contestarle.
Hasta que una embolia cerebral liberó toda aquella angustia.
Un coagulo destructor, cual rosa roja dentro de su cerebro, aminoró la marcha de Emma.
Cambios en su alcoba matrimonial, par de camas individuales, lo más equidistantes posible.
Los primeros días, el marido entre sollozos le pedía perdón.
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