Un día, que regresaba de surtir el mandado, escuchó risas en un cuarto, hacia tanto tiempo que en esa casa no se escuchaban, que curiosa, llamó primero, pero nadie le contestó, y luego fue a investigar, se dijo, mi hermana y Tita, esta juventud que rápido se recupera.
¡Así pudiera yo recobrarme!
Pero aún se sentía destrozada.
La puerta entornada de un cuarto, le permitió mirar azorada a dos mariposas que rozaban levemente sus alas, emprendían luego el vuelo y jugueteaban entre remolinos de miel y aire.
Emma se alejó de aquella perturbadora escena, sintiéndose culpable de haber observado lo prohibido.
Ahora, ya tenía algo más en su mente.
¿Decirle a su esposo? Las correría.
Emma en su casa sólo con ellas se comunicaba, desde tiempo atrás su esposo se había convertido en el juez de su vida.
Decidió dejar correr la situación.
Tal vez si actuaba como si no supiera, sería como si en realidad no existiera ese idilio bajo su techo.
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