Una tarde, al regresar la madre de repartir invitaciones, encontró a su niña, a su Lila, tendida, como dormida en el jardín.
No hubo explicación lógica a esa desgracia.
El doctor legista, con frialdad, expidió un certificado de muerte por paro cardiorrespiratorio. -Que yo sepa, nadie que ha muerto, continua latiendo su corazón y respirando.
Sería como decir “el carro se descompuso porque el motor se paro”.
Pero en fin, eso decía la autopsia.
Emma lloraba y se desahogaba con gritos desgarradores, la casa absorbía grandes dosis de dolor.
A los 6 meses, falleció el Benjamin, se ahogó al comer unos cacahuates y jugar carreras con su tía y con Tita.
Emma silenciosa.
Había pasado la línea de dolor.
Su esposo empezó a descargar su gran tristeza en forma de reproches sobre ella.
-Por tu culpa nuestros hijos murieron, no los cuidaste bien, dejaste que Lila siguiera esa dieta tan extremosa, por eso su corazón sufrió un shock.
Emma callada, no podía darle consuelo, porque ella no lo tenía.
Sentía la cabeza estallar, las pulsaciones en sus sienes, le advertían que estaba al limite.
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