Tita era muy acomedida, diríase que pecaba por exceso de solicitud, pero Emma apreciaba su ayuda, y se lo demostraba con buenos tratos y regalitos, la vestía y la calzaba, porque Tita eso y más se merecía.
La quinceañera, diremos “Lila” quería lucir preciosa en su fiesta, y un estricto régimen dietético empezó, se veía al espejo, y rubores de niña casta subían a su rostro por la satisfacción que sentía al ver su cuerpo florecer en belleza.
Llegó a decirle a su madre… ¿será pecado que me guste tanto mi cuerpo?
Riendo divertida al ver la sorpresa dibujada en el rostro de su madre, ella misma se respondió…
¡Ay mamá! Sería necia si no estuviera agradecida por los dones que la Naturaleza me ha dado.
Se alejo corriendo, a reunirse con su tía Jacinta y Tita, que por ser jovencitas como ella, pensaba que la entendían mejor que su madre.
Su mamá, ya estaba acostumbrada a sus desplantes… tú no entiendes, ¡quién como mis amigas!
Transcurrían los días alegremente en aquel hogar. Ultimando detalles para el evento.
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