PRISAS
Mi amiga, tan amiga que muchos creen que es mi madre.
Tan amiga, que yo la veo, como si fuera una madre para mí.
Yo la quiero mucho a ella.
Diario la visito. Diario me visita.
Un día muy temprano, la recibo indispuesta, las prisas, siempre las prisas…
Mi rostro denota disgusto por su presencia.
No la ofendo, no soy así, pero mi rostro denota el rechazo a su visita. La siento inoportuna.
Razono…al rato voy a verla, porque ahorita no puedo atenderla.
Se marcha mi amiga, mi amiga anciana, que tanto me ha enseñado, que tanto me ha querido.
Siente mi alma al verla retirarse, como si una mano helada el corazón me estrujara.
Pero tengo prisa, mucha prisa…
Llega la tarde, sonriente recibo la tarde.
Ya no tengo prisa. Iré a ver a mi amiga.
Antes de salir de casa, se presentan unas visitas.
El cuarto se oscurece, no hay sonido alguno.
Mis visitas son muchas, llenan la estancia.
Hombres, mujeres, niños, vestidos de diferentes modos.
A nadie conozco. Me rodean.
Me miran acusadoramente.
Rostros serios, sin una mirada compasiva.
Se van presentando uno a uno.
Uno me dice…yo soy el tío de tu amiga, otro dice yo soy su hermano, y así, los voy conociendo, son muchos, no alcanzo a contarlos.
Cuando conocí a mi amiga anciana, ya todos ellos habían fallecido.
Ahora, visitaban mi casa. Todos hablaban, unos murmurando, otros vociferando.
Me expresaron lo siguiente:
Cuando le pasa algo a ella, que tanto la queremos y amamos, nosotros, que estamos de este lado, sufrimos mucho.
Me disculpaba torpemente… ¿como le pides disculpas a los espíritus?
Uno de ellos, con apariencia de un varón de edad avanzada, me dijo:
Permitiremos que por breves instantes sientas tú, lo que nosotros sentimos cuando un ser que amamos, recibe un rechazo en el mundo físico.
Escucho todo acobardada.
Acepto la sentencia.
Todo mi cuerpo siente infinidad de espinas que atraviesan hasta el centro, que no queda célula alguna, sin ser tocada por el dolor.
Es tal el suplicio, que no es posible gritar.
Es un largo espasmo de dolor.
Fue un tiempo brevísimo el que sentí como me invadía ese dolor.
Jamás lo he olvidado.
Se fueron, todos juntos se fueron.
Corrí a casa de mi amiga, mi amiga anciana, que siempre me espera con amor.
-¿que tienes?
-nada.
-¿quieres un café? Anda, vamos a tomar café.
-¡Si, claro que si!
Me pasa a su cocina, pone a hervir el agua, alista todo .El cuarto esta lleno de amor.
Mi amiga anciana, ella es mi madre, yo soy su hija.
No le digo madre, no me dice hija, pero lo somos.
Lo sabemos, cada una lo sabemos y somos felices, ¡claro que somos felices!
Quiero pedirle perdón de rodillas, en este mundo una mala cara se ve tan de ordinario, pero tras la barrera, es algo que causa gran daño.
Pero ella no entendería mi arrepentimiento tan grande.
En este brincar de una atmosfera a otra, debemos ser muy cautelosos,
Aquí todo es tan neblinoso, allá todo es tan claro y brillante.
Mi amiga esta sentada, sonriente, es feliz con mi presencia, yo también soy feliz con su presencia.
Me le acerco, me acuclillo junto a ella, no me hinco, no entendería el porque.
Acuclillada junto a ella, tocando con mis manos su regazo, su regazo de largas enaguas, dejo que las lágrimas broten libremente de mis ojos, y le digo:
Perdóneme por favor si alguna vez yo la he ofendido.
Perdóneme, que voy tan ciega y tan sorda por la vida, que temo alguna vez haberla herido.
Apoyo mi cabeza en sus rodillas, y no puedo seguir hablando.
Mi alma siente mucho pesar y vergüenza, por esa cara dura que le mostré por la mañana.
¡Imaginen si la hubiera ofendido de palabra!
Los espíritus no hubieran tenido piedad de mí, y hubieran dejado que siguiera nadando en mi ignorancia.
Siento su mano cariñosa posarse sobre mi cabeza, mece mis cabellos.
Se extraña con mi actitud.
-¡Anda!, ¡levántate! Que en todos estos años, la que me ha aguantado todo mi mal carácter has sido tú.
Nunca me has ofendido, al contrario, siempre me has hecho muy feliz.
-Pero es que hoy en la mañana…
-¡Eso ya pasó! Vamos a tomar café, y mira este pan de dulce, estas envidiosas, estas conchas de chocolate, las compre para ti.
¡Oh!, mi amiga anciana, mi madre en este tiempo, que me ama, ¡a pesar de mí!
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