Un vecino, conocido por sus obras de buen corazón fué quien arregló todo lo de la funeraria.
Los hijos aparecieron hasta las 6 de la tarde.
Tal vez alguien les había dicho que todo estaba ya pagado.
Se comportaron como todos los hijos, llorando; como dicen, madre solo hay una.
Al regreso del cementerio, ahí sí, que trasculcaron toda la casa, y vaya que es grande.
Se pusieron a limpiar, tirar trebejos, y también algunas cosas que todavía servían, y que los vecinos recogimos, como un recuerdo de quien fué nuestra vecina, muy buena vecina, sin agraviar a los presentes.
Pensamos, estos hasta van a fumigar.
Que pulcros se hicieron, si cuando vivían aquí en la colonia, los conocíamos por los “chamitos”, por aquello de lo chamagosos que andaban.
Después de días, empezaron los hijos a tocar las puertas de los vecinos de su madre; suplicando.
-¿no saben donde dejó nuestra madre las escrituras de la casa?
-no, pues como creen.
-¿no saben si hizo testamento nuestra madre?
¡ AH! Ya salio el peine del porque limpiaban hasta las hojas del enorme patio de la que fue la casa de su madre.
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Qué acertada la historia. Un momento agradable de reflexión.
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario.
ResponderEliminarMe da gusto que le haya agradado este relato.