Yo llegue en ocasiones a decirle…doña Cuquita, de donde saca usted dinero, porque tenía años de viuda, y los hijos, pues los hijos… parecía que no tenía hijos.
Doña Cuquita solo reía ante mis preguntas.
Así han de reír los Ángeles en el cielo.
A veces la vacilaba, a ver doña Cuquita, hágase para allá, mueva la silla de ruedas, para mí que la “pachocha” de dinero la tiene debajo de esa silla de ruedas.
Ahí sí que terminábamos las dos llorando de las carcajadas.
Era un misterio de donde sacaba el dinero, si hasta hubo diciembres que ofreció Posada a los chiquillos de la cuadra. Con su piñata y dulces.
Pasó el tiempo, y nunca soltó prenda.
Una mañana, muy temprano, le llevé como en otras ocasiones un vaso de atolito de masa con chocolate (champurrado) y pan, y doña Cuquita no se movía.
Estaba sentadita en su silla de ruedas, muy fría, la toque en su cuello, y la vena no le latía.
Corrí a mi casa, y le dije llorando a mi mamá… ¡mamá!, doña Cuquita ya se murió.
¡Murió solita!
Fue el forense, había que hacerle la autopsia, porque había muerto en la casa y sin testigos.
Lo que a los vecinos nos llamaba la atención, era que su rostro tenií una sonrisa muy picara, como si se hubiera ido haciendo una broma, una broma muy gorda.
Tal vez murió recordando sus travesuras de niñez, o pensando en sus tiempos de juventud.
A los hijos se les aviso, pero no llegaban.
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