FE Y PODER DE VOLUNTAD
Y como las desgracias no vienen solas, que mi abuelita, días después, al levantar un mesa banco pesado, y tratar de colocarlo, sobre de otro, sintió un dolor agudo en su espalda, y dijo, que hasta oyó crujir sus vértebras.
Y que solicita los servicios de una sobandera, y que la soba de lo peor. Ahora si, que sentía que ni caminar podía. No había pisado el ISSSTE, en sus casi 40 años de conserje, pero ya se había llegado la hora, de que visitara a un doctor.
Que tenía comprimidas un par de vértebras, y lo mejor seria que se fuera a su casa a tejer calceta. Abuelita hizo cama, yo le ponía compresas en su espalda, deje de ir a la escuela, por un breve tiempo, mientras se componía.
Los maestros cooperaban, como la maestra Adelfa Nava Palacios, que todos los días, ponía a sus alumnos, a recoger los papeles de los patios. Y los demás maestros, que hacían que sus alumnos, tuvieran lo mas limpio los salones.
Le dijeron que tenía que usar un chaleco de Taylor, que son unas varillas, forradas de cuero, que amacizan la espalda, y tiene correas, hacia el pecho, que pasan por debajo de las axilas, y otras correas, que son como un cinturón muy ancho, que amaciza el vientre, y se atora cada tira con unas hebillas, las de los tirantes de las axilas, y las del estomago.
Ese chaleco, impide que se pueda agachar, y así se deteriore más la espalda. Y el doctor, señora, jubílese ya, y abuelita, ¡no!
Me decía, aun es mucho lo que me falta por hacer, mi hijo enfermo, tengo que mandar dinero para el, y a ti, te tengo que dejar con carrera, y yo que apenas iba en el primer semestre. Y yo ya no quería estudiar, mi abuelita me necesitaba cada dia más.
Desde el kinder, me compraba escobitas pequeñitas, y yo hacia montoncitos de basura, y a medida que crecía, era mas y mas lo que la ayudaba.
Sus palabras, secas en un principio, porque estaba muy desengañada de la vida, florecieron en palabras de amor, a medida que yo crecía, y me mantenía a su lado, a pesar de tantos problemas, y es que Dios, me sostenía en ese lugar, con su soplo de Amor.
Al paso del tiempo, después de años y años, mi abuelita me decía, eres tú mi mano derecha.
Si no fuera por ti, hace mucho que ya me hubiera muerto.
Si algo Dios me debía, contigo me premio.
Desde que tú llegaste, desapareció el temor en mí, porque ante un niño, que es como un angelito, que es como una velita, todo lo malo huye de su luz.
Y yo ya no quería estudiar. Y mi abuelita triste estaba.
Estudia, estudia, estudia. Eso es lo que importa.
Y de primero, ni levantarse de la cama podía, así de intenso era su dolor. Pero rezaba noche y dia, dia y noche.
Y yo también iba a la iglesia, y ante las imágenes, ayuda pedía a Dios.
Y que se viene un par de meses un nieto de mi abuelita, claro, con gastos pagados, y un sueldito, pero era de mucha ayuda.
Ese joven quería ser locutor.
Me tenia atarantada, con sus ensayos, con grabar los comerciales del radio, y agarrar la escoba y simular que era un micrófono, donde el hablaba.
Ensayaba tanto, que si creí que locutor sería.
Pero su hermano mayor, lo jalo para su negocio, y los mejores años de juventud de mi primo ahí se consumieron.
Y mi abuelita, empezó sentándose, con ayuda.
Luego, a dar pasitos, poco a poco.
Después, intento agarrar una cubeta, y ni para eso tenía fuerza su mano. Menos para barrer, y era tanto su deseo, que lo logro.
¡Mi viejita lo logro!
Lo que los doctores decían que no era posible, ¡mi abuelita lo logro!; y venció el dolor, y venció la enfermedad, y venció sus vértebras comprimidas, y como a los 15 días, me dijo… vete a la escuela, vete a estudiar.
Me ayudaras en tus ratos libres, pero vete a estudiar.
Si logre pararme de esa cama, fue porque tanto se lo pedí a Dios, y no creas que lo hice por querer vivir mas tiempo, porque sea muy bonito vivir, que de todo se fastidia uno en esta vida; veras, que hasta de comer llega dia en que uno se fastidia, ¡si, aunque no lo creas!, las comidas, ya no saben igual, están como insípidas.
Es por la edad.
Lo hice para dejarte con estudios, para que salgas adelante en la vida. Te veo tan sola, y no me puedo ir sin terminar con este compromiso ante Dios.
No espero nada de ti, ya no tengo tiempo para cosechar lo que he sembrado en ti.
Pero no te sientas mal por eso, que Dios me dará mi recompensa cuando llegue ante El.
Es la mejor recompensa que uno recibe, no lo que materialmente alguien te pueda dar, ni los posibles agradecimientos de tal o cual persona, sino el saber que llevas en tus manos, el producto de toda una vida, que podrás con orgullo presentar ante Dios.
Y yo viendo ese poder de voluntad, y sintiendo que me traicionaba y la traicionaba, si no regresaba a la escuela, pues ahí voy como perro, con la cola entre las patas, a la escuela, haber si era posible, que yo continuara estudiando.
Pensé, ya me corrieron por faltas. Y Dios me vio.
Que no se que, asunto hubo, y no tenia tantas faltas. Y que yo continuaba como si nada, que al salón me fuera. Y no lo podía creer.
Y entonces, todo fue más cañón, me levantaba tempranito, barrer calles, patios, salones, Lavar baños, ir a la escuela, ir a las prácticas, y mi abuelita, agarraba mas fuerza dia a dia. Y no le hacia caso, a las llagas que le salían en sus axilas, y hombros, por las correas.
Ya de noche, se quitaba el chaleco de Taylor, para dormir en su cama de tablas, por indicación medica, y en su cuerpecito de anciana, se notaba, como marcado por hierro caliente, la forma del chaleco de Taylor. Elevo mi voz al cielo, y pido, si llego a esa edad, tener esa fuerza de voluntad ante cualquier adversidad, ya sea de salud, económica o moral.
Y mi cabeza era un caos, y tantos problemas, me ahogaban y de pilón, que repruebo una materia. Y que tengo que repetir por una susodicha materia.
Tanto que necesitaba ir rápido y yo reprobando. Pero seguí luchando igual que mi abuelita. Y al llegar del hospital fíjate abuelita, esto pasó y esto, y ella todo me escuchaba, y consejos me daba.
Pasaron los años, en las noches, abuelita me decía, siento como me laten las vértebras, como que me punzan.
Me pedía poner mi mano, sobre su espalda, apoyarla con suavidad en la parte afectada, en donde mas le dolía, y percibir, como le latía, como un corazón herido, su columna vertebral.
Y se llego el tiempo del servicio social, y por calificaciones buenas, tenia el chance, de escoger donde yo quisiera ir.
Mi abuelita, andaba de capa caída, ya me había comprado una maleta, una cobija y otras cosas, para que cuando me fuera lejos de aquí.
Que me dicen, en la dirección de la escuela de enfermería, puedes irte fueras de aquí, a un Seguro Social, con gastos pagados, y un excelente sueldo, con opción a quedarte de planta en ese Seguro Social. ¡La lotería! ¡Lo logre!
Podía escoger mi futuro.
Entre con 8 a la escuela de enfermería, y salía con promedio de 8.
¿Y saben que hice?
Cambié todo, por quedarme junto a mi abuelita. Fui a la dirección de la escuela de enfermería de la UAT, y pedí cambio, para mi servicio social.
A un hospital de aquí, sin sueldo, y sin derecho a algún trabajo de planta.
Todo lo desprecie, dinero, trabajo seguro de por vida, conocer otros lugares, y fue una tentación fuerte para una chamaca de 18 años, que se había criado careciendo de todo, menos del amor de una ancianita, que ocupo sobradamente en su corazón, el sitio de una madre, y yo leía la Biblia, con fervor, buscando escuchar la Palabra Eterna, tratando de saber que era lo que debía de hacer, cual camino tomar.
Porque para tomar esa decisión a nadie, pero a nadie, le pedí parecer.
Era algo entre Dios y yo.
Yo ciega al que vendrá, pero tratando de agarrarme solo de la Fe.
Cuando le dije a mi abuelita, deshazte de esa maleta, ya no la voy a ocupar, me miro como no comprendiendo, ¿Qué dices?
¿Por qué? No hija vete.
Ya me falta muy poco de vida, vete, logra un buen futuro. Lo mereces.
No abuelita, no hay futuro para mi sin ti.
¿Eso haces por mí? ¿Desprecias esa oportunidad, que solo una vez en la vida se presenta?
Abuelita, te quiero mas que a nada en el mundo, mas que a nadie.
Y mi abuelita iba de salón en salón, diciéndoles a todos, que su hija, porque yo fui su hija, no su nieta, fui su hija, su hija ya no se iba.
Fueron días de regocijo, días en que se sintió por completo querida, hasta lo máximo en que alguien puede ser querido.
No me arrepiento de haberla querido tanto, si fuera posible, yo la habría querido más.
Pero yo llegue al límite, y la sigo amando.
Mi abuelita me puso el ejemplo, de cómo se debe amar, y yo le correspondí
Han pasado los años, y cuando alguien, que la conoció, platica conmigo, me trata, me dice, eres igual a tu abuelita Luz. Se nota que ella te crió.
Agradezco el cumplido, pero siento, que no le llego ni a los talones a mi abuelita Luz.
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