CUANDO NO LLUEVE, LLOVISNA
Y en mi casa, que empiezan problemas mas serios de los que ya teníamos.
Mi tío Ángel, perdía peso a ojos vistas, una tos de dia y de noche, y al regresar por las tardes de sus vagabundeos, les daban accesos tan fuertes que se vomitaba, un dia si, y al otro dia también.
Así, que ya teníamos mas trabajo.
Después de estudios clínicos, el resultado atroz…tuberculosis.
¡Y donde vivíamos!
Y hablarles a todos los hijos de mi abuelita, a que vinieran a ayudar en algo.
Tuve que ir personalmente, por su hijo el profesor.
Estaba en Coatzintla, Veracruz, ahí me recibió un chaparrón, y las calles, lodosas, de un barro rojizo-amarillo, chicloso, que por poco y me quedo sin zapatos, metía el pie, y se enterraba como hasta la mitad de mi pantorrilla, y tenia que buscar mis zapatos, en los huecos que quedaban de mis pasos.
Papá y mis tías, fueron más fáciles de llamar, un fonazo, y ya estuvo.
Y cuando ya estaban todos los hijos aquí, fuimos al hospital psiquiátrico de Tampico, a ver si se podía internar un tiempo, mientras se controlaba la tuberculosis, pues no, porque esta contagioso, y que nos mandan al hospital de Neumonía, al especifico de antituberculosis, y pues no, porque esta trastornado de sus facultades mentales.
Ahora si, que se puso la cosa color de hormiga.
Yo veía a los hijos de mi abuelita Luz. Asustados
Y yo me había puesto de acuerdo con mi abuelita.
Los amagamos, o nos ayudan en este problema, o mi abuelita renunciaba, y nos íbamos los 3 a cualquiera de esos hogares.
Mi tío Toño, vente mamá, y esa… que era yo, que se vaya con su papá, ¿y Ángel?
Todos querían a la madre, nadie al hijo loquito.
Esa tarde los vi, con otros ojos, ellos acobardados, con un miedo a su propio hermano, y nadie de ellos, había vivido como yo había vivido con el.
Yo que cada que me iban a avisar, que mi tío andaba con sus relajitos, que en las calles, lo cocoreaban y el maldecía a diestra y siniestra, corría yo, y lo jalaba de una mano, de pequeña, me apalancaba en el piso, y casi arrastrándome, lo jaloneaba, hasta traerlo a casa. Y no era tan fácil el traerlo de regreso.
Le hablaba, Ángel, vamonos para la casa.
Como que ni me veía. Ángel, te habla tu mamá. ¿Qué quiere?
Que vayas. ¿Para que? No se.
Y se volteaba, a poco una mocosa, lo iba a mandar. Pero yo perdí el miedo, un dia que lo enfrente. Y me di cuenta, que el león, no es como lo pintan.
Y volvía yo a la carga… ¡Ángel! ¡Que vengas! Y lo jalaba de la ropa, de las manotas, me rasguñaba, pero yo insistía.
Y se aparecía mi abuelita… ¡Ángel! ¿Por qué no le haces caso a la niña? La mande por ti. Y se venia, rumiando, recogiendo aquí y allá, fichas, y cuanta cosa que se le atravesara por el camino.
Y se regresaba unos pasos, algo lo distraía, y se atravesaba de una a otra acera, como jugando, y uno con tantas cosas pendientes; pero el máximo pendiente era nuestro loquito. ¡Ángel! ¡Apúrate! Y nos contestaba con puras groserías.
Ya cuando atravesaba la puerta de nuestra casa, respiraba aliviada.
Los chamacos, me veían con admiración, tan mocosa, y podía dominar a ese hombre tan grandote, yo lo llevaba a cortar el pelo, con el señor peluquero, con don Tacho.
Atravesábamos la plaza, se me hacia inmensa cuando la atravesaba con mi tío, pero ni modo, yo no lo sabia peluquear.
Aprendí a rasurarlo, a cortarle las uñas, si me pasaba en algún corte, a puras maldiciones me lo hacia saber.
En contadas ocasiones lo llevábamos a Tampico, los zapatos, preferíamos mandarlos a hacer con un zapatero del pueblo, especiales, era mas cómodo, que llevarlo y pasar el rio, peligro y le diera por aventarse del bote. Pero nadie esta tan loco que coma lumbre.
Su ropa, de nuevecita, se le cortaban las bolsas, para que no cargara tanto tiliche, y se enfurruñaba, por esos destrozos a su ropa nueva.
Pero el, cargaba con todo lo que podía, en las valencianas de sus pantalones, se las arremangaba, y ahí le cabían infinidad de cosas.
También urdió, meterse cosas en las camisetas, y como bolsa, se las metía por dentro del pantalón, y con la pretina, sujetaba aquel como morral; cuando mi abuelita le lavaba, los domingos, se picaba con alfileres, agujas, seguritos, pasadores.
Sus manos de mi abuelita, las vi sangran al lavar la ropa de su hijo. Pero no renegaba, solo decía, algo estaré pagando.
Los fines de semana baño para el tío. Solo los fines, porque era muy folclórico, en sus expresiones de coraje, por el baño obligatorio.
Así, sin alumnos en la escuela, que se desgañitara.
Su rabia, era porque se le tiraba todo lo que había juntado en sus correrías de la semana que había transcurrido.
¡Rateras tales por cuales! ¡Pero dejen que las atrape!
Y ahora con la tuberculosis, decía mi abuelita, ¡que pesada se me esta haciendo esta cruz!
Esa tarde de reunión de hermanos, que pequeños se veían, tenían miedo de su hermano, como para decirles, y aun no lo conocen en realidad.
Porque delante de personas que le importaran algo a mi tío, era toda amabilidad, acomedimiento, sonrisas, educadito el señor.
Mi abuelita le hizo la lucha, para quitarle aquello que lo trastornó, y gasto dinero, como si fuera rica.
Una madre, hace todo por un hijo, hasta creer en brujos y adivinos. Uno le dijo, tiene un mal, anduvo con una mujer, lo daño, hizo un embrujo; con un cuchillo, este lo enterró, y esa mujer ya se murió.
Su hijo, remedio ya no tiene, se murió la que lo embrujo. ¡Ah que consuelo!
Y una vez, que llega al pueblo, un charlatán, que a mi tío lo iba a curar con un huevo, y que el mal, iba a salir en el huevo, en forma de cabellos, y que por cada cabello serian 10 pesos. Mi abuelita acepto el trato.
Quería a su hijo bueno. Me dijo estate buza, que no vaya a cambiar el huevo que nosotros le dimos para la limpieza. Pero a nosotros siempre nos llamaban… Doña Luz, que lleve esto… oye, tú, el maestro tal, quiere aquello…
Y nos descuidamos, y cuando el viejo abrió el huevo, salieron cabellos, largos como de crin de caballo, y como mi abuelita era de palabra, aunque los demás no tuvieran ni palabra, ni vergüenza, ni temor de Dios, pues mi abuelita, casi le suplico que le aceptara solo lo que tenia guardado de años, porque ni con eso cubría lo de tanto cabello que apareció. Y mi tío loco siguió.
Y cuando le contó a unas maestras, ¡pero como! ¿Cómo no nos dijo doña Luz?
¿A dónde se fue ese viejo?
¡Seguramente se iba a quedar cerca ese estafador!
Y aquí estaban todos.
Hasta cuando se dieron cuenta el gran problema que era un hermano loquito. Y como siempre pasa, que se alían 3 contra 1. Los 3 hermanos mayores, que no podían, y que mejor que una mujer, ya viuda, se hiciera cargo del enfermito.
Pues yo lo hiciera, quiero tanto a mi manito, pero se murió mi viejito, y ando bien corta de dinero.
Y abuelita, pues si eso es el problema, ¿Cuánto crees que necesites para cuidar de tu hermano?
No le estoy cobrando mamá, por cuidar a mi manito, pero todo es tan caro, y yo quiero atenderlo de lo mejor. Yo lo voy a traer mejor vestido, ya no usara esos anillos de plástico de los arillos de cerveza, yo lo traeré con anillos de verdad. A ver manito, tira esos anillos, no sirven, ten, te doy uno de a de veras, es de oro de 14 kilates.
¿Qué? ¡No los tiro, a mi me costaron!
¡Bueno! ¡Bueno! Te los cambio.
Este esta mas bonito, te lo cambio por los que traes.
Bueno, así si, dame ese y te doy los míos, pero los cuidas ¿eh?
Y se arreglaron, cada cuando y con cuanto seria suficiente, para los gastos de mi tío Ángel. Y los mayores, se hicieron chinche, y en nada cooperaron. Y cada quien, para su casa, y mi tía se llevo a mi tío Ángel.
Y nosotras, ahora si, mi abuelita y yo, sentimos pesada la casa, sin el tío Ángel.
Los primeros días, abuelita andaba según muy atareada, mas que de costumbre, como que no quería pensar.
Y que llega el sábado, y comiendo tranquilas, sin presión de que nos iban a hablar para algo, empieza a hablar de su hijo, del que duro años, viviendo con ella, del mas débil de todos sus hijos, y recordó que su hija es bien pesadita para el quehacer, que siempre se levantaba bien tarde, hasta las 2 de la tarde, con la calma de agosto, y que su hijo pasaría hambres, no por falta de comida, si no por los horarios de mi tía.
Se dormía hasta las 2 o 3 de la madrugada platicando, bromeando, con visitas de amigas, viendo tele, y al otro dia, despertaba, hasta que la tripa le chillaba de hambre.
Y abuelita y yo, comiendo bien rico; y aquella madre, viejecita, recordando a su hijo lejos, a su hijo tan enfermo, tan desvalido, lloro.
Y yo nunca había visto llorar a mi abuelita, jamás, y lloro de un solo ojo. Una triste lagrima sola, escurrió por su mejilla de anciana, y yo sentí, que algo muy grande se me rompió dentro del pecho. Y el hambre se me quito.
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