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domingo, 17 de mayo de 2009

Analisis literario del libro "Pueblo Viejo "

Pueblo Viejo



No envidiemos a los gatos porque, aun cuando ellos nos superen en seis vidas, bien sabemos nosotros que no nos basta con una sola, ni con siete vidas para conocer por completo nuestro propio mundo. También, para conocerlo, tampoco necesitamos acumular vidas: la literatura es la insospechada vía que nos permite aproximarnos, conocer, asimilar y sernos menos ajena otras vidas que a nosotros no nos ha tocado vivir. También, existen muchos mundos tanto al interior como al exterior de nuestro propio mundo que nos son insospechados hasta que nos son revelados. El conocimiento y la sorpresa están, pues, al alcance de ustedes.

La historia, la cultura propia, la idiosincrasia. Todo aquello que construye el modo personal y característico de ser, pensar y actuar de una sociedad determinada, se forma a partir de la suma de vivencias de los personajes que la pueblan. Es así, en esa forma peculiar, como María de la Luz nos lleva a hacer un recorrido por Pueblo Viejo: desde la intimidad más profunda de algunos de ella misma, sus familiares, amigos cercanos y algunos de sus habitantes se nos va revelando el panorama en el que tienen lugar sus historias personales a través de relatos cautivadores en emoción y sentimiento.

Sumando la madurez analítica del adulto a la visión deslumbrada, sorprendida y ávida de la niña que descubre el mundo, María de la Luz permite que la niña, la joven y la adulto que lleva dentro se expresen generosamente, que compartan y revelen al lector los mundos diversos que pueblan su mundo: desde el macro cosmos de la ciudad entera, al micro cosmos donde se hallan sus vivencias con la abuela Luz, esos mundos cotidianos en que se desenvuelven los personajes que habitan sus recuerdos, hasta transportarnos al deslumbrante conjunto de las vivencias los personajes, reveladas hasta lo más interno del alma de cada uno de ellos. Personajes distintos y, a la vez, complementarios; acompañados en la suma de sus soledades; hermanados en circunstancias de afinidad; de enemistades pasajeras salvadas por temporales complicidades.

Eje indiscutido del respeto y la autoridad, la abuela Luz aprende a reconocer, primero, y termina entablando una cómplice amistad con el tiempo. Dialogando con él sin necesidad, a veces, de expresar palabras, acompañándose mutuamente, pero también mutuamente conociéndose y reconociéndose. Entendiéndose, respetándose y obedeciéndose sin rebeldías.

El tiempo parece ser el eje central de cada anécdota. Es un tiempo intemporal; un tiempo que corre aprisa a ninguna parte, a ningún lugar concreto. Un tiempo que parece harto de sí mismo; un tiempo circular, estático, girando en el núcleo de sí mismo en el espacio. Dinámico y estable; siendo y permaneciendo en él. Tiempo que se consume en sí mismo sin quererse consumir.

Si el tiempo se afana en querer gastarlos, en querer perderlos, en querer vencerlos…, los personajes y habitantes mismos del Pueblo Viejo viven esa paso inmutable del tiempo con una danza de amores y desamores, alegrías y tristezas, risas y cantos, gritos y llantos, cercanías y distanciamientos, calidez y frialdad, nacimientos y muertes, orden y caos, paz y violencia…

Viven existiendo, existiendo son, siendo desafían. Desafían, gastan y pierden al tiempo que quiere desgastarlos, vencerlos y perderlos. Creando su propia capacidad de asombro y asombrándose del resultado de sus propias creaciones ante el premio de la novedosa sorpresa producida, antídoto contra la rutina y el aburrimiento, contra la pesadez estática del tiempo. Además de consumir honras y reputaciones, ellos habitan, construyen y dan sentidos a sus mundos individuales, aun sin saberlo y sin deliberadamente proponérselo, conjuntándolos en la colectividad de esta vecindad única pero inseparable ya del barrio, de la ciudad, de la provincia, del país, del mundo de todos los mundos. Porque, en efecto: todos tienen su propia historia; todos tenemos una abuela Luz similar.

Permanente como el tiempo lo es la lucha. Y permanente como la lucha lo es el objetivo que el tiempo se empeña en quererles burlar: si bien luchan consigo mismos, lo hacen manteniendo firme la esperanza: esperan ansiosos un cambio. Mientras tanto ellos, el tiempo y la esperanza, pero también la lucha encarnizada, permanecen, coexisten con sus ideales, planes, ambiciones, sueños, proyectos… Con marchas y contramarchas, avances y retrocesos viven, existen, son, luchan y desafían.

Así, solo así podrían desafiar el paso del tiempo en un pueblo viejo que se resiste a envejecer y que sabe, también, como el diablo, que más sabe un pueblo por viejo que por nomás pueblo.

Miguel Á. González G.
“La Claraboya Literaria”
Tampico, Tamps. Septiembre 6 de 2007.

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