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martes, 5 de mayo de 2009

Video al final/Libro "Entorno y Retorno"




COMILLAS

Si alguna persona, en las siguientes paginas,
se siente reflejada,
y cree, que es uno de los personajes,
por favor, comuníquese conmigo,
me encantara conocerla.




PUNTO

Había unos cuentos,
que solo de día, se debían leer.
En la oscuridad,
se escuchaban.
Fueron enterrados, en lo más profundo.
Una noche, pegue mí oído al suelo.
Y aquí están para ti.




TIERRA PRODIGA.

Tengo unas cartas que mandar. Iré a Los Portales, ahí, por unas monedas, a maquina me las harán.
Así, cuando mis hijos, las reciban, no se quejaran, como siempre, de que mi letra, es muy difícil de entender.
Me interesa que comprendan mi situación, creo que me ayudaran, ya que nunca les he pedido nada.
Y es que a mi, no me gusta pedir favores; eso de mi madre, lo herede.
Cuando mi familia llego a esta ciudad, proveniente de tierra fría, obligada, porque mi padre, tenía unas reumas tan fuertes, que los doctores de allá, le aconsejaron, buscar otro clima; si quería conservar la vida, a nadie de su familia, pidió ayuda mi mamá.
Y eso, que mi padre, solo vino a terminar en estas tierras, lo que allá empezó.
Entonces, nos quedamos solos, mi madre, mi hermano Meche, mi hermana Rafaela y yo.
Ni modo de regresarnos, la enfermedad de mi padre nos había dejado tan gastados, que ni para los pasajes, nos quedo.
Mi madre, se ocupo de lavar y planchar ajeno, solo se llevaba a mi hermano Meche, porque aun mamaba chiche.
Y a nosotras nos coloco como pilmamas.
En la casa donde yo trabajaba, y como aun no tenia la edad suficiente, la patrona me decía: no cargues al bebe, se te va a caer.
Me conformo, con que me lo entretengas.
Y salimos adelante, si para todos hay un Dios.
Mi hermano Meche, al crecer, se coloco en telégrafos, en el edificio que esta frente a la plaza de La Libertad.
La mayoría de los clientes pagaban los giros, con centavitos de cobre. Y de contar y contar, aquellas monedas de ese tipo de metal, de su garganta, broto un cáncer, que muy mozo, con su vida acabo.
De la pena, mi madre al poco tiempo, también murió.
Rafaela, se caso y se fue de aquí.
Yo conocí a un pescador de altamar, y una familia forme.
Tuve 2 hijos varones primero, y cuando estaba en cinta de mi hija, una tormenta, me arrebato, al sostén de mi hogar.
Su cuerpo nunca apareció, pero sus compañeros de embarcación, me narraron, como lo vieron caer al mar.
Y como, cuando los tiburones lo devoraban, las aguas se teñían de sangre.
Nunca dude de su muerte, porque el pescador no miente sobre algo así. La suerte de un compañero es algo sagrado.
Ya con la responsabilidad tan grande que me quedo, con esas bocas inocentes de mis hijos, que había que alimentar, tuve entonces, que ser padre y madre, a la vez.
Con el tiempo, a mi hijo mayor, lo interne, en la escuela de talleres y oficios, en ciudad Victoria, de donde salio hecho un mecánico automotriz.
Aun recuerdo su carita triste, cuando siendo un adolescente, lo despedí en el tren.
Sentí que me arrancaban un pedazo de mi corazón, pero preferí eso, a que agarrara un vicio.
Al recibir su diploma, se fue a Monterrey, donde trabajo consiguió y posteriormente, se caso.
La gusta que le digan “el jaibito”.
Mi hija Isaura, mi Chagüita, pronto se caso.
Y mi hijo Pepe Toño, no gustándole ningún oficio, a base de muchos sacrificios, le di la carrera de profesor, en la normal Matías S. Canales.
Hoy ejerce, cerca de la ciudad de México.
Cada 2 años logra un traslado, que lo va acercando.
El desea conseguir su regreso, con todo y plaza de maestro.
Eso lo veo tan difícil, pero yo a nadie le quito sus ilusiones, y menos a mis hijos.
Ya me sentía tan realizada, ya sentía que todo marchaba bien, que me tomo, muy de sorpresa esta calamidad.
Primero un ciclón, donde de milagro, mi casita de madera no se cayó. Pero quedó, con las láminas del techo, casi del todo voladas.
Y luego, vino la inundación.
Con sus aguas puercas, sepultando grandes extensiones de la ciudad.
Aunque atranque muy bien mi casa, vi, como salían por debajo de la puerta, hechos pedazos, años y años de trabajo.
Solo las lunas de un ropero de cedro, logre salvar. Ojala, mas adelante, un carpintero me haga uno nuevo, y esas se puedan aprovechar.
Y el piso, de madera, quedo de no servir, montañas de lodo, lo hincharon primero, y después se pudrió.
Por eso a mis hijos acudo.
Necesito arreglar el piso y el techo. Esas cosas me urgen, de los demás, me encargo yo.
Después de varios días, por fin recibo contestación.
Mi hijo, que vive en Monterrey, dice que tiene muchos gastos, que porque no me animo y me marcho, a vivir con ellos.
Así, me quedaría a acompañar a los nietos, mientras el trabaja en su taller automotriz, y su esposa, sale a vender mercancías, y es que le salio muy buena para los negocios.
Yo se, que ese hijo mió, sufrió tanto en la vida, para salir de pobre, que ahora el cree, que el poseer mas y mas, lo llena.
Y yo veo, que entre mas tiene, mas necesita.
Mi hijo, el maestro, me contesta, que debe pagar su próximo traslado a Poza Rica, pero que si yo me voy a vivir con el, lo atiendo en la lavada, planchada, y demás quehaceres de su casa, el apretara lo ganado de sus quincenas.
Y entonces, podrá exigir, con una buena cantidad de dinero en la mano, un traslado directo, de Poza Rica, a esta ciudad.
Además, me recomienda, que para que meterle dinero bueno al malo.
Si ya ni se usan las casas de madera.
Y me insiste ¡vengase, mama!, y dentro de unos años, en el puerto una residencia de material tendrá.
La carta, que recibo de mi hija Isaura, unas cuantas líneas, que con 5 hijos, ni para comer le alcanza. Y que el marido un irresponsable le salio.
Agrega, ni modo mamá, como dice el dicho, “primero mis dientes, que mis parientes”.
Y termina, con un “yo se que tu comprenderás”.
Al leer estas respuestas a mi suplica, volteo a ver a mi Padre Dios, y le pido, que bendiga a mis hijos, y que a mi, no me olvide.
A paso lento, recorro mi solar.
Tomando un puño de tierra, negra, húmeda, musito… amo este suelo, que siempre me ha acogido, que sostiene mis pies, y que me mantiene, y de Tampico, de Tampico, no me voy.




MADRINA.

Estas calles de Tampico, que recorro con gusto a pie, para poder disfrutar y percibir mejor sus sonidos, sus aromas.
Y ese “algo”, que solo este puerto tiene.
Por donde vayas, la pipiolada ruidosa, ayuda a sus padres, en los quehaceres del diario.
Las casas, con puertas y ventanas abiertas, transpiran por lo regular, un aire de bullicio y bonanza.
Porque en esta ciudad, hasta los pedigüeños, se dan el lujo de escoger, cuales son los días, en que prefieren pedir limosna, y por cuantas horas.
Siempre hay un torrente continuo de transeúntes, y más de alguno, los socorreráCon educación, modositos, se dirigen a ti, con un “ándele, señito, una caridad. Que Dios la bendiga”.
Les des o no les des una moneda.
Y voltean la mano al siguiente peatón. Corre aquí, tanto el dinero, que siempre un plato con comida, en su mesa habrá.
Gracias a Dios, por esta ciudad tan noble, que no distingue, situación económica ni social, para favorecer a todos por igual.
Ya depende de cada ciudadano, si lo sabe aprovechar; estudiando, trabajando, ahorrando, o invirtiendo.
En los puestos de venta, en los mercados, grupos familiares ofrecen sus mercancías.
“llévele, marchantita, para la vecina”.
“llévele a su suegra, por si se le olvido”.
“para la comadre, ya ve que todo se le antoja”.
Y empiezan los dimes y diretes, de un puesto a otro. E introducen en sus chances, al que va pasando.
“mire, señor, este es bien sangron”.
“no, no le compre a el, yo le doy mas barato”.
“no le crea, jefa, si ni siquiera vende el, lo que yo vendo”.
“ándele, jefa, compre, compre”.
“madre, defiéndame de este conchudo”.
“oh, ¿qué pasa, compadre? ¡Siempre quemando usted!”.
Y todos riendo, festejando las gracias dicharacheras de unos y otros. Compres o no compres.
Y así, tu, cliente, eres uno mas del ambiente de los mercados, reflejo de esa calidez del puerto, acostumbrado desde sus inicios, a acoger a todos como parte de una gran familia.
Uno de esos días, rumbo a mi trabajo, una niña, de unos 5 años, me jala del brazo, y grita a todo pulmón:
“!mamita, mamita, no te vayas! ¡No me dejes!
Volteo, sorprendida. Yo, siendo una jovencita, que ni ha novio llego, me perturbo, y los colores, suben a mi rostro.
Le pido, ¡suéltamelo! ¡Cállate!
Y al mirar, a todos, los que observan la escena, que se hacen, los muy ocupados, disimulados; noto que todo es un montaje.
Un número, que la rapaz, tiene muy bien aprendido, para regocijo de los mayores.
Tengo tanta prisa, se me hace tan tarde, y la escuincla, que abusa en sus bromas.
Reviro, y la tomo fuertemente de la manita, y le digo, seria:
Como eres mi hija, ¡vamonos para la casa!
Y entonces, ella pone ojos de espanto, y grita:
¡No, no es cierto! ¡Mentí! ¡Suélteme!
Y haciendo pucheros, se jala hacia los negocios, hacia su familia.
Todos los presentes, sueltan las carcajadas.
Algún marchante, le grita a la chiquilina:
¡Hasta que apareció, quien te aplacara!
La suelto, y sigo mi camino.
Sonriendo, al comprobar, que en esta ciudad, siempre algo sucederá.
Algo, que no dejara, que pienses, que tu día, fue un día perdido. Y los carnavales.
Que derroche de colores, de música.
Desde los preparativos, meses y meses, de ensayos, de reunirse con los compañeros, a ensayar los pasos; escoger la música, tema, vestuario, lugar de ensayo, horarios, que todo este en secreto, para evitar que te copien y ya con la idea principal, retocada, quien sabe si hasta los superen, lo que se esta fraguando.
¿Y quien les enseña, a los integrantes de una comparsa?
Pero, si todos, tienen los ritmos bajo la piel.
Lo mas difícil, es ponerse de acuerdo, para escoger, cuales son las coreografías, mas vistosas y llamativas, para ganar en el concurso.
Porque todos se saben expertos.
Si nacen, crecen y se forman en este ambiente bullanguero.
Si formas parte del nutrido publico, que acude esas noches, a ver el entierro del mal humor, (yo no se, como le harán, para enterrar algo, que en este puerto, todavía no nace); disfrutas al mirar tanto a los que participan en el espectáculo, como a todo ese abigarrado grupo de seres, que como tu, acuden a formar parte, de esta tradición porteña.
Con un ojo al gato, y otro al garabato, gozaras de estas fiestas, en que Tampico, hecha la casa por la ventana.
A quien más me agrado, ver de nuevo, una noche de esas, fue a una madrina mía, que tiempo atrás, de niña, yo visitaba muy seguido.
Subía, los escalones de 2 en 2, para llegar mas pronto, a su departamento, que estaba en el segundo piso, de un edificio, de la calle Aduana.
Iba aprevenida, con un palito, como de 30 centímetros, de largo.
Así, metía la mano, por una ventana, y empujando, con el palito, corría el pasador de su puerta.
Ya en el interior de su departamento, buscaba a mi madrina en los cuartos. Si la encontraba distraída, dando un grito, por su espalda, arrojaba con alborozo el: ¡uy! ¡Ya llegue!
Después de varias sorpresitas, de ese tipo, mi madrina me hizo varias recomendaciones, incluyendo en ellas, su porque.
Por ejemplo, si ella estaba mirando, por la ventana, hacia el cielo infinito, es porque su espíritu, se había ido, muy, pero muy lejos.
Y si yo seguía con mis “chistecitos”, un día, el espíritu de mi madrina, se quedaría allá. Por donde estuviera paseando.
Ella usaba blusas de encajitos, bordaditas, de colores pastel.
Y sus faldas, invariablemente, eran de color azul marino.
Tal vez, porque fue maestra de primaria.
Se acostumbro, a andar por la vida uniformada. Muy propia.
Con sus lentes puntiagudos, de cadenita al cuello, para no perderlos. Su voz menuda, que tenias que acercarte, para escuchar su plática.
Me confió, que eso era un método, para obligar, al que la escuchara a bajar, también, el tono de voz, so pena de verse en ridículo.
Y en ese hablar tranquilo, me transmitió su creencia en la medicina invisible.
De una servilleta vacía, con gran ceremonia, “agarraba sus pastillas”, y tomando un vaso de agua, “se las pasaba”.
Me hablaba de la presencia de su hija, que deambulada siempre por los cuartos. Y le hacia travesuras, como abrir cajones, apagar y prender luces, esconderle recibos, llaves. A pesar, de haber fallecido, mucho tiempo atrás.
Yo le preguntaba a mi madrina, si no le daba miedo eso, pero ella lo veía muy normal. Porque sabia que existen varios tipos de seres en este mundo, los que ya vivieron, los que vivimos actualmente, con cuerpo físico; y los que esperan, su tiempo de revelarse.
Los primeros y los últimos, en contadas ocasiones, es posible que sean vistos por nosotros.
Pero, cuando son días de carnaval, si miras de reojo, y si prestas atención a las pláticas, mas que a la música, los veras a tu lado. Y los escucharas, contarte sus secretos.
Cuando, el que no sabe estos misterios todavía, los llega a percibir, comenta, extrañado:
Fíjate que vi. a alguien tan parecido a……… y aquí nombran al hermano, compadre, tío.
Explican, si se vestía igual, se reía igual, hasta caminaba igual, que llegue a pensar que era el.
Y remarcan, pero ¡ah! ¡Que tontería!, si es bien sabido, que desde cuando, se nos adelanto.
Mas yo, que abrí los ojos hace mucho, pero mucho tiempo, nunca me pierdo de ir al carnaval, porque hasta a mi madrina, que la cremaron, la he visto ya.



HERMANA

Esto que les contare, paso hace muchos años.
Cruzábamos en una lancha, que tenia un motorcito, el caudaloso Río Panuco.
Mi hermana, mi madre y yo.
La brisa fresca del río, nos envolvía.
La espuma de las olas, que se formaban, al arañar la superficie, nuestra lancha, hacia que nos sintiéramos temerarias, y estirábamos la mano, para mojar siquiera la punta de los dedos.
Iban, aparte del lanchero, otras personas, que del pueblo se dirigían al puerto.
En donde mejores trabajos, escuelas, y comercios había.
Iban en búsqueda de todo aquello, que en la orilla norte, del estado de Veracruz, era tan difícil, y caro de conseguir.
Y pensar, que ese mundo de agua, bajo nuestra lancha, era la diferencia entre vivir bien, o mal vivir.
Entre un hospital, o un funeral.
En ese entonces, mi hermana y yo, éramos niñas. Felices y bulliciosas, dichosas por la aventura de pasar ese río.
De ver brillar la luz de sol, en las chispas de agua que nos salpicaban.
Arrodilladas en el asiento de madera, apoyando nuestros cuerpos, en la barandilla de la lancha, de frente al agua.
Jugábamos, a quien podría identificar el color, que en esos momentos se le veía al río.
Mamá, ¿verdad que es verde?
No mamá, ella no sabe, es azul.
Mamá nos dejaba un rato discutir, luego daba fin con un “es azul verde”. Y nosotras:
¡Te lo dije! ¡Te lo dije!
No, ¡te lo dije yo primero!
Mamá, se sentía orgullosa de nosotras.
Vestidas, con las mejores ropitas que teníamos, a sus ojos nos veíamos primorosas.
Nos tenia sujetas, con firmeza, del vuelo de las faldas. Temía vernos caer al agua.
Nos fulminaba con la mirada, nos amonestaba.
Y más y más, fluían de nuestras gargantas, las carcajadas.
Eran cascadas de alegría, que no podíamos contener. Ni poniéndonos una mano, sobre nuestra boca.
Y esos regaños de mamá, que nos sabían a gloria. ¡Niñas, ya no se asomen tanto al agua! Hasta los encajes del chonino se les ve.
¡Vergüenza les debería de dar!
Miren, que si me enojo, ¡no las vuelvo a traer!
Mi hermana y yo, conocíamos bien, el tono de su voz.
En realidad, no estaba enojada, solo quería tranquilizarnos, calmar nuestras ansias de vivir.
Éramos tan pequeñas, que aun, era mucho, lo que teníamos que aprender.
Mi hermana, un poco mayor que yo, saco un taponcito de hule. Al que previamente, le había amarrado un hilito. Y lo hacia brincar, cual jinete sobre las olas.
La envidia, se apodero de mí.
Adiós alegría, un rictus, de, otra vez, soy la menor. A la que no se le ocurría nada.
¿Por qué, no nací primero?
Bueno, ¿Por qué no fui única?
Eso si que seria padre. Todo el amor de mi familia, seria para mí. Santa Closs, reyes magos. Todo, todo, y únicamente todo para mí.
Bueno, decidí, por lo pronto, me conformaría, con ese taponcito, que ella traía.
Le arrancaría el hilito de la mano. Y empiezo el empujarnos.
Ya no había risas, estábamos peleando. Es sorda la batalla.
Calladas, rechinando los dientes. Nos empujábamos, con hombros, codos, con el torso.
No podíamos patearnos en ese momento.
Nuestra madre, platicaba con sus vecinas de asiento; tranquila, por escucharnos calladas.
Olvido, que los ríos profundos, aunque silenciosos, no dejan de ser destructivos.
Son ellos, los que desgarran, las entrañas de nuestra tierra.
Y cayó mi hermana al agua.
Apareció su cuerpo, después de 24 horas, en un recodo, del paso del 106. Hinchada. Con dedos como garras. Tiesa. De un color, que yo no conocía.
Sus ojos, labios y orejas, comidos por los peces y jaibas.
Yo dude, que “eso”, fuera mi hermana.
Mi hermana, de seguro, estaría en el fondo del río. Siendo la mimada, de todos los de ahí. Si para eso, ella se las gastaba.
Estaría jugando con tesoros.
Pero, yo también iría a ese lugar. Ya sabía el camino.
Mas o menos, a la mitad del río. Como no queriendo, me aventaría. Y le demostraría, que yo también, sabía ir al fondo del río.
Pero, mi madre, llorosa, sintiéndose culpable, cuando mucho tiempo después, volvimos a cruzar el río, me apretó tan fuerte, pero tan fuerte, temiendo perderme también, que no me dio la oportunidad, de ir a pelearle, a mi hermana, un espacio para mi.




AUN ESTOY DE PIE

Vivíamos cerca de Toluca.
Mi abuelo era un terrateniente, pesaba en la región. Viudo, y con 3 hijas; una de ellas, era mi madre, casada, y con 4 hijos, 2 mujeres y 2 varones.
En la hacienda, había tapancos, chaparritos, donde al frente se almacenaban, los costales de mazorcas de maíz, y al fondo, tapados por la cosecha, los costales de las monedas de oro.
Se vino el tiempo de la revolución.
Y con ella, los grandes cambios. En todo el territorio nacional, y afectándonos, directamente a cada familia.
La hacienda fue saqueada.
A mi abuelo, se lo llevaron, a empujones y culetazos, y jamás se volvió a saber de el.
Mis padres, nos habían llevado, a refugiarnos con unos padrinos.
Pues hasta allá llego, el brazo de la leva.
A mi hermano mayor, lo reclutaron.
Mi madre, suplicaba llorando, no se llevaran a su hijo. El sargento de aquel regimiento, le prometió, en un año, darle su licencia.
Mi madre hablo con sus hermanas. Porque después de todo, un hijo es el mayor tesoro, que puede existir en el mundo; y de común acuerdo, les firmo papeles, donde les cedía cualquier derecho, que le correspondiera como hija, de las vastas propiedades, que su padre, había acumulado, en toda una vida, de arduo trabajo.
Necesitaba ser libre, de cualquier obligación, de cosecha, recolección, almacenaje, o papeleos legales.
Mi madre se fijo la meta, de seguir a su hijo mayor, por todas aquellas regiones, donde el destino llevara a mi hermano.
Así anduvimos todo el primer año del reclutamiento, apoyados por mi padre, que nunca abandono a mi madre, en sus justos reclamos.
Llegándose el plazo, se presentan mis padres al cuartel, y piden hablar con el sargento.
Al pasarlos a su oficinita, mi madre le dice a bocajarro: ya se cumplió el año, entrégueme a mi muchacho.
El sargento, socarrón, con su sonrisita autosuficiente, le respondió: señora, el ya no es hijo de familia. Ya tiene obligación, ya tiene su mujer.
Déjelo hacer su vida, y usted, ocúpese de la suya.
Mi madre no se perturba, ni se acobarda. Y le contesta:
Sargento, que acaso, porque usted se caso, ¿ya dejo de tener madre? Bajo el sargento la cabeza, y mesandose los cabellos de sus sienes, le promete a mi madre, un “ya veremos como le hacemos, jefecita, ya veremos”.
Y es al cabo de 2 años, que mi hermano, su licencia consiguió, en el poblado del Higo, de Veracruz.
Las suplicas de una madre, nunca caen en saco roto. Cuando le preguntaban, a mi madre, si guardaba rencor, por todos los sufrimientos pasados, respondía que no.
Porque el amor y el odio, es un común de dos; la mitad es tuya, y la otra mitad, es del que odias o amas. Y las cadenas del odio, son muy pesadas al cargar.
Si meditáramos detenidamente en esto, agregaba mi madre, no nos permitiríamos, ni siquiera el pensamiento, de hacerle un mal, a un semejante.
Ya sin el pendiente, de mi hermano, decidieron mis padres, establecerse, en unos terrenos, cerca de la playa de Miramar.
Como no estábamos acostumbrados a la brisa salobre, ni a los rayos directos del sol, nos salieron unas grandes quemaduras, que se nos aparecían en forma de ampulas primero, para posteriormente reventarse, en un despellejamiento, que hacia, que nos doliera y ardiera al mismo tiempo, la piel de cara, espalda y brazos.
Eso lo combatíamos, aplicándonos el polvo de haba, que se expendía en la botica.
Hasta que nos aclimatamos.
En esas fechas, solo existían 3 balnearios, el de Villas del Mar, el Sardinero y el Palermo.
Posteriormente, se edifico el balneario “el Casino Miramar”.
Su propietario, estaba en sociedad con una cooperativa. Era güero, alto, grande y chapeado.
También era dueño, del restaurante Madrid, que se ubicaba donde después fue Woolworth. Y de otros negocios, como el Yaqui, y el club Bristol.
No tenia trato directo con los empleados, porque comentada; yo no mando aquí, en tal o cual negocio, para eso esta el gerente.
Además de que era muy sencillo, porque reconocía que la mayoría de sus ganancias, en los negocios, se hiban en pagar los sueldos de sus trabajadores, desde gerentes, contadores, cajeros, y así, hasta abarcar todo el escalafón. Mas los impuestos, que por ley, se pagan. Y el reabastecer, de todo lo necesario cada negocio; dejaba solo un polvito, un poquito de plata, que era lo que le tocaba a el.
En el balneario “Casino Miramar”, los domingos había tertulias, de las 4 de la tarde a las 12 de la noche. Tenia la construcción, de madera, forma rectangular.
En la parte inferior, se ubicaba el salón de bailes, la cocina, la cantina, y el área de rentas de trajes de baño. En la parte superior, se ubicaban 2 departamentos al frente, mirando al mar, 2 a cada lado, y 2 al fondo; en total eran 8 departamentos.
Todo estaba tapizado, con gruesas y mullidas alfombras. Menos, la pista de baile.
Todo en el casino era lujoso y caro.
Los refrescos, de soda negra, que costaban por lo regular, 15 centavos, en las tienditas, del centro de Madero; en el casino se cotizaban en 5 pesos.
El lugar era muy confortable. Contaba con luz eléctrica. El agua se extraía de un pozo, que se almacenaba, en un tanque, que se localizaba, a unos 18 metros del balneario. El tanque era del tamaño, de una caseta, y del cual, llegaba al casino, el agua, por medio de tuberías, que enterradas, varios metros, bajo la arena, imposibilitaban, que fueran motivo de rompimiento, de la captación de belleza del lugar.
El balneario, era tan reconocido, a nivel nacional, que se hospedaron en el, grandes personalidades, de los ámbitos artístico, económico y político.
Como Portes Gil, que se hospedo por todo un mes.
Y Calles por unos días.
Remataba el balneario, con un muelle, que descansaba, en unos gruesos pilotes, de vía de ferrocarril, recubiertos de concreto.
El muelle, media unos 200 metros de largo, y daba hasta el mar.
Al final, contaba con una caseta, donde se vendían refrescos.
Una noche, que paseábamos por el muelle, mi hermana y yo, con luna llena, vimos que venían, del lado del mar, dos personas. Parecía, que sus pies no tocaban el piso de madera, de aquella extensión del balneario.
Mi hermana, empezó a temblar, y me pedía, que corriéramos hacia el casino, donde siempre había muchos clientes.
Yo, que siempre le llevaba la contraria, para demostrarle que no tenía miedo, me tendí en el piso, atravesada al paso.
Así, obligaría, a aquella pareja, ya sea a detenerse, ya sea para echar abajo el truco, del que se estaban valiendo, para asustar a mi hermana.
Mi hermana me jaloneaba. Y ya estaba llorando, con sollozos entrecortados.
Yo le decía, espera y veras.
Faltando, unos 10 metros, para llegar a donde estábamos, esa pareja, se esfumo en el aire, como unas bolas de humo, sin dejar rastro alguno.
Mi hermana gritaba:
¡Ya sabia yo, que no eran de este mundo!
Y yo la calme, al contestarle:
Pues si no lo eran, miedo nos tuvieron, ya ves, como prefirieron desaparecer, a toparse con nosotros.
Y continuamos con nuestra vida, cerca de la hermosa playa de Miramar.
Mis hermanos, no estudiaron en escuela, pero era mucho su saber.
Siempre los veíamos, con uno u otro libro, bajo el brazo, rumbo al trabajo, a su casa.
Y así es, como formaron su educación.
Uno era presumido, el otro calado.
Pero, con un gran corazón, mis dos hermanos varones.
Mi madre haciendo rendir el gasto. Bajo el lema:
“el dinero, ni todo guardarse, ni todo gastarse. Y no se debe uno gastar hasta el ultimo peso, porque dinero, llama a dinero”.
Todos nos casamos, yo forme una familia, y tuve dos hijos.
Mi marido, construyo, una casita de madera, al fondo del solar de mis padres.
Y llego un tiempo, muy malo, con avisos de ciclón.
Corría el año de 1933, y venia un ciclón.
Mis padres, hermanos, y mi esposo, sacaron lo de más importancia, de nuestras casas; lo llevaron a casa de unas amistades.
Yo me quede, con una sobrina, a terminar de checar, que no hubiéramos pasado por alto, algo que después, no pudiéramos reemplazar. Ya las casas, habían sido amarradas, con gruesos mecates sus techos, y sus ventanas, clausuradas, con tiras gruesas de madera.
Teníamos, la certeza, que vendrían nuestros esposos, a recogernos.
Los que llegaron fueron los soldados.
Traían órdenes estrictas.
Nos dijeron….. Si están esperando, que vengan por ustedes, sus familiares, no podrán hacerlo.
Porque, ya esta prohibida la entrada a estos terrenos.
No venimos a pedirles, que se salgan, por favor. Venimos a exigírselos.
Solo nos permitieron, sacar un tenatito, con ropa, la más indispensable. Y nos recomendaron, llevarnos una cazuelita, que contenía arroz, ya guisado, y una garrafita, con agua de tomar.
Ellos sabían que vendrían, tiempos muy difíciles, con desabasto de alimentos y agua.
Nos llevaron a un inmenso galeron, donde ya había más familias.
Durante el ciclón, los balnearios sufrieron destrozos tan grandes, que nunca pudieron recuperarse.
Se terminaron sus días de gloria.
De nuestras casas, que estaban ubicadas, cerca de la playa, ni los cimientos quedaron.
Estábamos tan estupefactos, de mirar solo arena, donde antes, eran nuestros hogares, que no podíamos ni llorar.
Fue, nuestra madre, la que, con entereza, nos señalo, las pautas a seguir.
Se reunieron los ahorros, de toda la familia; y se compro un gran solar, en el centro de ciudad Madero, donde todos edificamos, nuestros nuevos hogares.
Ahora, que han pasado muchos años, me alegra que mis hijos, nietos y bisnietos, hayan podido estudiar, trabajar y seguir adelante.
Y soy tan feliz, al constatar, que Dios, siempre nos proveerá, de casa, vestido y sustento.
Por eso, cuando escucho a alguien “quejarse de la situación”, le digo, si Dios, te ha protegido hasta el día de hoy, ¿Por qué, no confías, en que continuara haciéndolo?
Y remato con un, tengo 95 años, y ni un solo día de mi vida, he sentido, que me falte el Apoyo Divino.




PARÉNTESIS

Tiene el poder de cambiar
su tamaño a voluntad
cuando se hizo pequeño,
tan pequeño.
solo con microscopio láser
lo podían observar.
Ahora, que se hizo grande,
todavía, no lo pueden hallar.





PADRE

Estaba rodeada de personas, que apretujadas, peleaban sordamente, entre si.
Yo las separaba, intentaba poner paz.
Pero estábamos tan pegadas, unas de otras, como en el vagón de un metro, que empecé a sentir que me asfixiaba, que el aire, me faltaba.
Me entro el pánico. Clame por ayuda.
Un ser de amor, me saco, de entre aquella multitud.
Al cargarme, como un padre, me llevo a lo alto, a una especie de saliente. Y desfalleciendo, me deje deslizar hasta el suelo, donde semisentada, mis fuerzas recobre. Vi, como era mi cuerpo.
Era de una estatura, como de una criatura, de unos 5 años de edad, parecía tan flexible, como si fuera una gomita, un gel. Traslucida, de tonalidades ámbar, finita.
Me acomode, en un suave recogimiento, agradecida de aquel rescate.
No portaba ropa alguna, no era necesario.
Voltie curiosa, la mirada hacia abajo, de donde me sacaron. Sorprendida, veo que es tan grande la masa de seres, que forcejean, que abarcan todo lo que seria una inmensa laguna.
Y que a pesar, de tanto empujarse, no van a ninguna parte.
Le presencia de amor, me indica que debo volver, a cumplir mi misión.
Y una gran tristeza me invade. Pero debo obedecer.
Ya inmersa de nuevo en los jaloneos, me dicen: estas muy gorda “mijita”.
Dejo que se me resbalen, lánguidamente por mi espalda, los acres comentarios; se que esta apariencia, es solo mi armadura.




AMIGAS

Una tarde, tomando café, en compañía de una amiga, ésta me pregunta, ¿Cuántos años tienes?
No te pregunto la edad, porque sé, que como mujeres, siempre la inventamos.
Tanto éxito ha tenido esto, que ya hasta los varones nos están copiando.
Con decirte, que mi sobrino el mayor, presume de ser mas chico, que su hermana la menor.
Y como esto, no es un enséñame tu acta de nacimiento, o credencial de elector, como amigas, dime, ¿Cuántos años tienes en realidad?
Mmm. Pues que quieres, que te conteste.
Si te contesto, que como madre, tengo tantos años, hay que tomar en cuenta, que nosotras, las mujeres, somos madres en potencia, y siempre, en cada corazón femenino, desde nuestra infancia, habita un hijo dormido.
Si como esposa, te diré, que han sido años tan bonitos, que se me han hecho, como un día.
Ahora, que también hay que contar, los años que tengo viviendo en esta ciudad.
Así, que mis años, viviendo como tampiqueña, han sido bellos, por la mezcla de tradiciones, creencias que como el agua que rodea a esta ciudad, te empapa con su mística y romanticismo.
También, te puedo contestar, que tengo muchos años de mexicanidad.
Y que a pesar de haber sido dominados físicamente, por España, durante muchos años, hasta que nos independizamos, los hemos invadido, con nuestra cultura, y así hemos seguido invadiendo otros países, y no hay quien nos pare.
Seguimos transmitiendo todo lo que somos, a nuestros hijos, nietos, y a todo aquel, que este en nuestro entorno.
Influimos culturalmente, los lugares donde vivimos, donde morimos. ¿Qué acaso, no decimos, una y otra vez, cuando cuelgue los tenis, quiero un velorio así, un entierro asa?
Y cuando, ya no estamos, nos aparecemos en sueños, aconsejando, a los que hemos conocido, tratado y amado.
Si me preguntas, ¿Cuántos años tienes de existir?, te diré, que se, que desde, que Dios creo el mundo, ya nos tenia, a cada uno de nosotros, en su pensamiento.
Solo El conoce, el principio y el fin de la vida humana. Y nosotros, desde un principio ya estábamos en sus planes.
Así es que, tu me preguntas, algo que ni yo se.
Mira, tomate tu café, y hablemos de otra cosa.




INTERROGACIÓN

De noche
se quitaba el cuerpo,
y vivía.
De día,
se quitaba el alma,
y todo lo conseguía.




GARANTÍA

Nuestras vidas, cuentan, con más comodidades.
La mayoría de las casas, poseen, todos los servicios básicos.
Contamos con bienes, que ni los reyes de antaño, pudieron, ya no tener sino siquiera imaginar.
A todos, nos ha llegado, por el simple hecho de ser habitantes, del siglo XX1, todos los inventos y descubrimientos de siglos pasados.
Y se continúan mejorando, así como descubriendo e inventando, mas y mas.
Haciendo, todo esto, la vida mas placentera, apacible y divertida.
Con la televisión de cable, que tiene tantos canales, que hasta un folleto mensual, debes consultar, para la programación.
Con los teléfonos, siempre puedes estar en comunicación, con los demás.
Y el Internet, con páginas y páginas Web. Metes una palabra en búsqueda, pinzas el enter, y el resultado, mas de 10 000 sitios del tema propuesto, para que tu escojas, los de tu gusto.
Existen infinidad de juegos electrónicos, de tópicos diferentes, así como grados de dificultad.
Y después de esto boom de inventos, de este deslumbrarnos, con las maravillas tecnológicas, cuantas personas que tú conoces, si les preguntas, un día cualquiera:
¿Qué haces?
Te responden; aquí, ¡aburrido!.
¡Ay! ¡Que fastidio!, no hay nada que hacer.
Mira a tu entorno.
Los jóvenes con cara de hastió.
Cuando se reúnen, en una casa los jóvenes, ya no platican, de lo que sucede en los salones de clase.
Eso no tiene importancia para ellos.
Sus pláticas, son solo las técnicas para pasar niveles de juegos, los trucos, en que paginas Web encuentran soluciones.
En que numero, de la revista mensual, de tal consola de juegos, están las trampas descritas, y como encontrar los caminos y llaves ocultas.
Y cuando ya se pasan la información, y terminan el juego iniciado, esa tarde…
Apagan la pantalla, apagan la magia.
Silencio total.
Y las exclamaciones:
¡Hay que hueva!
¡No hay nada interesante!
¡Haber que hacemos ahora!
Y te miran, a ti, adulto, como si tú, fueras el culpable, de su estado de ánimo.
Como si tú, les pudieras ayudar, a hacer interesante su tarde.
Sin saber, que tu, estas igual, o peor que ellos.
Es ahí, donde yo intervengo.
Garantizo sacarlos de su marasmo, ponerles pimienta a sus vidas.
En el contrato, incluyo cláusulas, que prometen el cumplimiento total de lo prometido; o el desembolso de su dinero. Cobro módico.
Porque hay miles de casos así; y el trabajo, para mi, abunda. Solo pido esperar un poco.
A que llegue su turno a mi agenda.
Pero vale la pena, sus vidas darán un giro completo.
Soy persona eficiente. Desarrollo el desempeño de lo prometido, con entrega y cariño.
A mi este trabajo, me mantiene alerta, vigorosa, y con grandes ánimos. Investigo las raíces, de aquella familia que me contrato.
Rescato, de no se que, nauseando arrabal, aquel primo, en tercer o cuarto grado de parentesco.
Los busco solitarios. No deseo tensionar mucho, porque, “un cliente satisfecho, te recomienda con diez”. Un cliente defraudado, te quema con 100.

Llego con el pariente aquel, de la familia que me contrato. Le comento, al eslabón perdido, en platica tranquila, como al aire, que el, tiene unos parientes, que no saben, que hacer, con su tiempo, sus personas y su dinero.
Le doy, pormenores del actual vivir, de sus parientes en bonanza.
De la A a la Z.
Donde puede localizarlos, como mails, fax, números telefónicos, aun los privados; su domicilio particular, de oficina, y donde estudian.
Le comento sus fobias, sus anhelos, sus deseos.
Las palancas, que hay que mover, para que sientan culpabilidad, angustias, y un exacerbado, sentido de responsabilidad filial.
En fin, le presento, en charola de plata, la posibilidad, de poder moverse, en un nuevo círculo familiar.
Esos parientes, sacados de la nada, que por algo, ni quien se acuerde de su existencia, son por lo regular, buenos psicólogos recibidos con honores, en la facultad de la vida.
Se, que pueden sacar, a quien, se lo propongan, del limbo en que se encuentre.
A mis clientes, sus teléfonos, siempre sonaran, a horas de los más extrañas.
Sus llamadas, empiezan con un:
¿Te acuerdas de mí?
Aunque, nunca en su vida, sus caminos, se hayan cruzado.
Y continua, con un “pero si somos parientes”.
A continuación, sueltan, el necesito, urge, es de vida o muerte.
Si mi tía viviera, con lo mucho que me quería.
Cuando mis clientes salgan, en las reuniones, con amigos, en cualquier momento, aparecerá el primo, como por arte de magia.
Tocara su hombro, o codo, y con un fingido semblante tímido, saluda y dice !primo! !preséntame!
Ahí, del cliente depende, si pone cara de ¿what?
O si con flema británica, lo acepta en su núcleo de ese momento.
Y le inventa hidalguías, o curriculums a lo desesperado. Porque no va a presentar, a un primo, con un…
¡Ah, si! es mi primo y ya.
Porque, los parientes, no se dan en macetas.
Forman parte de tu árbol genealógico. Y ahí esta el asunto.
Como te lo quitas de encima.
Es como resucitar a alguien, que ni sabíamos que existía.
Y como no atan ni desatan, ni estudian ni trabajan; esos parientes trampolines, salidos de nuestro deseo de acabar con el aburrimiento, se nos aparecen, en los cumpleaños, día de reyes, navidad, reuniones familiares, que porque es domingo, vacaciones largas, cortas.
Y su bandera implacable es,
- La sangre llama. Y debemos convivir, primo, no sea, que solo, en los velorios, nos reunamos.
Y como el tiempo crea derechos, se le aparecerá, donde menos lo espera, y le gritara:
¡No seas tacaño!, !Aliviáname!
¡Dame para el pomo!
-Ya se te olvido que…y aquí inventan, lo que quieren.
Ya para esas fechas, todos los conocidos de mi cliente, habrán tenido el gusto de platicar con el pariente resucitado, que con tal, de conseguir un préstamo, que nunca pagan, regalara, al oído atento, embustes, sin base alguna.
Que luego, mí cliente, tendrá que desmentir, y aclarar.
Y o cumplo lo prometido.
Están mis clientes, tan ocupados, y preocupados, que sus niveles de glucosa, presión sanguínea, y adrenalina, aumentaran, como pocas veces, habían sentido.
Y mientras, tengan vida, no se volverán a aburrir.






YUXTAPOSICION

Esta tarde, mi esposo consiguió, vender el carro anterior, al que ahora utilizamos.
Necesitaba venderlo, porque en la cochera, no hay espacio, para dos carros.
Lo tuvimos un tiempo, al frente de nuestra casa, pero un carro, en la intemperie, se deteriora y estorba.
En otras palabras, “no es de orden”.
Mi esposo, me da a guardar el dinero.
Planeamos, mañana, ir y depositarlo al banco.
Guardo el fajo de billetes, en un cajón de mi tocador.
Doy de cenar.
Somos seis miembros en esta familia.
Mi esposo, mi tía, que es hermana de mi madre, que hace mucho tiempo falleció, y en gloria este.
Mis tres hijos, el mayor, que esta en facultad, mi hija, en el CBTIS, y el menor, que estudia la secundaria.
Y yo, que soy sobrina, esposa y madre.
No somos muchos, no somos pocos. Estamos bien. Estamos los que debemos estar.
Un nuevo día.
Tempranito, salen corriendo de la casa, mi esposo y mis hijos; al trabajo, a la escuela.
Solo nos quedamos en casa, mi tía y yo.
Me pongo a recoger la casa, que si entre todos la tiramos, rara es la vez, en que me ayudan a limpiarla.
Llegan a comer.
Mi esposo me pide, que me arregle de prisa, para alcanzar a ir al banco, a depositar el dinero, producto de la venta del carro.
Busco el dinero en el cajón, y !ha desaparecido!
No puede ser.
Si lo guarde ahí ,donde más.
Aquí, en nuestro hogar, nunca se nos ha perdido nada.
Ser honrados, es una de las primeras normas, que se enseñan en una familia.
Nadie entra tan fácilmente. Tenemos el zaguán con llave. Desde que mi tía, empezó con síntomas de Alzheimer, cuidamos que no se nos vaya a salir a la calle, y después, le vaya a pasar un accidente.
Como aquella vez, que unas vecinas, me hicieron el favor de traerla de vuelta a casa, porque no recordaba donde vivía, y eso, que solo estaba a unas cuantas cuadras.
Al llevarla, con el geriatra, nos recomendó, vigilar, que tome sus medicamentos, no solo dárselos en dosis y horarios prescritos, sino mirar que se los tome.
Porque, podemos dárselos en su mano. Y mi tía, puede dejarlos sobre una mesa, guardarlos en un bolsillo de su ropa, o dejarlos caer. Pero ella, jurara que ya se los tomo.
Su memoria, le juega esas malas pasadas.
Tenemos que estar checando, su aseo personal. Ayudarla a bañarse.
En su alimentación, sino estamos atentas, podrá pasar horas y horas sin comer.
Y si le pregunto, tía, ¿ya tiene hambre?, me contesta, con un, “me siento tan llena”.
O querrá comer y comer, sin control.
Y cada que llegue alguien, a la casa, comentara, ¡que hambre tengo! ¡ No he comido en todo el día!
!Me están matando de hambre!
Y después se enferma del estomago, por lo sobrecargado.
De primero, me daban mucha vergüenza, esas exclamaciones de mi tía.
Pero,!tome al toro por los cuernos! y les explique, a parientes y amistades, en que consiste el padecimiento de mi tía.
Y les pedí, que por favor, en la medida de sus posibilidades, me ayuden.
Los parientes, al permitirme, de vez en cuando, poder salir, con mi esposo, a despejar la mente.
Con la confianza, de que algún adulto, de la familia, este acompañando a mi tía.
Mis amistades me ayudan, cuando nos visitan, Y le hacen plática, a mi tía.
Eso le ayuda a recordar, y le da ánimos, para salir de su esfera interior, a convivir, y disfrutar, de lo mucho, que aun, la vida le puede ofrecer.
Que debe seguir luchando, por continuar, en contacto, con la realidad, que la rodea.
Tomando en consideración, todas estas circunstancias, para mí, que mi tía, cambio el dinero de lugar.
Pero para que nos diga donde, va a ser tarea ardua.
Porque ella, no ha de recordar, donde lo dejo.
Empiezo con tacto, a preguntarle.
Tía ¿no vio un dinero, en este cajón?
¿Cual cajón?
Este tía.
No, si yo no meto mano a tus cosas.
Tía, ¿no guardo usted, un fajo de billetes?
¿Cuales billetes?
Unos billetes, que deje aquí ,en este cajón.
¡Ay, hijita! Búscalos bien. ¿Donde los habrás dejado?. Si eres igual a tus hermanos, nunca saben lo que hacen, ni donde dejan las cosas.
Para esto, mi tía , siempre confunde a mis hijos, con mis hermanos. Los nombra igual, que como se llaman los tíos.
Si hasta un día, muy seria, me interrogaba.
Señora, señora, ¿quien es usted?
¿Que hace usted, aquí en esta casa?
Con paciencia, la ubico, una y otra vez
¡Tía, tía! soy yo. Tu sobrina consentida. Y aquí vivimos. Y esta, es nuestra casa.
Tu casa, mi casa, aquí vivimos.
A ver, repite. ¡Estoy en mi casa!, ¡Estoy con mi familia! mi tía respira, con franco alivio, y dice:
¡Hay, hijita! que bueno que me dices eso. Me siento mas tranquila.
Mi esposo, al ver que no logro, que mi tía recuerde donde esta el dinero, me llama aparte.
¡Amor, no te apures!
Si es una cantidad, nada despreciable. Pero lo que las paredes agarran, las paredes desechan.
Diles a los muchachos, que te ayuden, a buscar esos billetes. Y no te molestes con tu tia. Mas bien, toma conciencia, que debes tener mas atención con ella.
Es mejor, que este descuido, haya recaído en el dinero.
Que al fin y al cabo, el dinero va y viene, Y al final, cuando nos vamos, nada nos llevamos.
Pero que tal si tu tía, ¿hubiera hecho algo que, pusiera, en peligro su vida?
Como dejar las llaves del gas abiertas, tomar medicamentos del botiquín, o beber alguna sustancia toxica, de las que ocupas en la limpieza.
Recuerda, que ella, tu tía, ha sido la abuelita, que Dios, les mando a nuestros hijos.
Pasan los días, y del dinero, nada.
Ya la casa ha sido volteada de cabeza, una y otra vez.
Comento con una amiga, mi desconcierto.
Ella se ofrece a ayudarme.
Viene una mañana, porque dice, como saber que paso, con ese dinero.
Nos encaminamos a la cocina, donde ella asegura, que es el sitio de la casa, donde hay más energía positiva.
Porque es ahí, donde siempre están, presentes, los cuatro elementos básicos; el agua, el fuego, la tierra y el aire.
Nos sentamos frente a la mesa de la cocina.
Pone en la mesa, un vaso de vidrio transparente, con 3\4 de agua.
Me pide que me arranque de la cabeza, un cabello.
Después de todo, yo soy la interesada.
Mi amiga, se quita una argollita de oro, que siempre trae en el dedo anular, de su mano izquierda
Pasa el cabello, por el centro de la argollita, y la sostiene con el cabello, como péndulo, con los dedos pulgar e índice.
Me muestra, como colocando el brazo, apoyado el codo en la mesa, sin tocar el vaso, se debe introducir, aquel péndulo, en el centro del vaso de agua.
La argollita no debe tocar el líquido, solo debe, quedar a unos milímetros de distancia del agua.
Se debe de esperar un poco, a que este completamente inmóvil el péndulo. Nada, de que me tiembla la mano.
Posteriormente, se debe uno de dirigir hacia el anillito, amablemente, como en confianza.
Anillito, anillito, quiero que me contestes esta pregunta…
Si la respuesta es negativa, seguirá inmóvil el anillo.
Si es positiva, empezara a moverse, suavemente, de un lado a otro, de manera horizontal.
Se sigue insistiendo, con la misma pregunta.
Y el anillo se moverá, de manera tan violenta, que tomara un movimiento, entre circular y francamente errático. Que en momentos, chocara, contra las paredes del vaso. Y parecerá, por el sonido, que va a romperlo.
Esa es su manera, de respondernos, de manera categóricamente afirmativa.
Después de explicarme mi amiga, lo que puedo esperar del anillo, empieza con las preguntas que me interesan
Anillito, anillito, ¿esta el dinero en la casa?
Nula respuesta.
Anillito, anillito, ¿alguien se lo robo?
Ni un movimiento del anillito.
¿Anillito, anillito, alguien lo tiene?
Y el anillo, no se mueve.
Me decepciona la inmovilidad del anillo.
Mi amiga le da las gracias al anillo, y suavemente, lo saca del vaso.
Me explica, que solo cuatro o cinco preguntas se le deben hacer al anillo, porque se cansa.
Y así, no podrá responder, de manera veraz.
Pensamos que no contesto porque, quizá, era yo quien tenía que interrogarlo, o que no hicimos las preguntas de manera adecuada.
Nos quedamos un rato, en silencio, mi amiga y yo. Esperando a que el anillo descansara.
En eso, llega mi hija del CBETIS.
Nos saluda de forma efusiva, y al vernos pensativas, desea saber la razón.
Mamá, ¿y ese vaso?, ¿Y porque tiene ese anillo un cabello?
Le contamos nuestro fracaso, en materia de adivinas.
Se ríe, y nos dice:
¿Pero como quieren saber la verdad utilizando métodos tan arcaicos?
Mira hija, por mí, que sean del año de la cachetada, que mas me da; con que yo descubra que paso.
No es posible que las cosas desaparezcan así como así. Sin dejar rastro.
Y mi hija me propone:
¿Y si lo hacemos de un modo mas moderno?, utilizando la computadora, por ejemplo.
A ver hija, explícame eso.
Mira mamá:
Ponemos la computadora en tu cuarto. Enfocamos el lente de su cámara, a la cómoda, donde tenías el dinero guardado, de modo, que no se vea solo ese punto, sino parte de lo que esta alrededor.
Nuestra computadora mandara la señal a otra computadora, por medio del Messenger.
Puedo ir a un cibercafe, donde estaré observando todo lo que pase en tu cuarto.
Tú no debes estar cerca, para que mi abuelita se sienta libre de actuar.
Pones un fajo de billetes que le recuerden a mi abuelita los que están perdidos, y haber que pasa.
Ya sea que nos diga en donde están, o que trate de guardar este nuevo fajo de billetes en el mismo sitio donde están los demás.
Espera para este sábado, que no tengo clases.
Cuándo yo vea que mi abuelita toma el fajo de billetes te hablo por mi celular, y te voy diciendo todo lo que hace.
¿Qué te parece mi plan?
-¡Imposible! -contesto- Yo no tengo tanto dinero para hacer esa recreación; ni que lloviera dinero, o se diera en macetas.
-¡Ay mama! Solo ponle unos cuantos billetes de baja denominación y los demás, los simulas con recortes de periódicos.
Al fin, que con la liga que se les pone para sujetarlos, mi abuelita no se dará cuenta.
¿Qué dices?
Anímela doña Teofila, para que salga de dudas mi mamá.
-Bueno hijita, aunque no estoy muy convencida.
Después de todo, nada pierdo con intentarlo.
Llega el sábado.
Coloco el bultito de papeles camuflageados con unos billetitos encima.
Yo me salgo a barrer las hojas del corredor y regar las plantas.
En pocas palabras, a darle espacio, darle chance, a que mi tía, vuelva a hacer la acción del otro día.
Suena el celular. Es mi hija.
Dime hija.
¡Mamá, ya agarro el paquetito!
¿Y?
Esta caminando hacia la sala.
¿Y?
Espera, no veo muy bien. Se esta alejando.
Se mete al baño.
Ya para entonces, casi estoy dentro de la casa.
Corro a ver que hace mi tía con los billetes en el baño. Quiero ver donde los esconde.
Llego justo a tiempo, para oír, como le baja al depósito de agua de la taza del baño.
¡Tía, tía!, ¿Qué hace?
Ya rompí, y tire, todas esas barajitas.
Ya vez, que tus hermanos pierdan el tiempo coleccionándolas.
Si no son barajitas de jugadores, son de dibujitos, de monitos.
Esas cosas no los dejan estudiar, y ya sabes que tú papá y tú mamá, como trabajan todo el día, ni cuenta se dan.
Ayer fui a la junta de tu escuela a recoger las boletas, la tuya y la de tus hermanos.
Y vi que no andan muy bien.
Quiero que estudien más entre semana. Y este domingo, como premio, los llevare a la piñata de ese compañero tuyo, el que cumple ocho años.
Yo recuerdo de golpe todas esas cosas.
La abnegación de mi tía por nosotros.
Su entrega absoluta a educarnos, a mimarnos.
En esa yuxtaposición de fechas, nombres, acontecimientos; de ayer y hoy, emerge la esencia, que es el amor.
Mi tía siempre nos ha amado, nos ha querido proteger.

Y aun ahora, con la enfermedad del Alzheimer, en su mente, no están sus intereses, no están el “yo quiero”, el “yo necesito”.
Si no, el “en que puedo ayudar a mis sobrinos”.
Me invade una sensación de plenamente amada.
Y miro a mi tía, con los ojos llenos de lágrimas, por el agradecimiento y el amor, que siento por ella. Por todos estos años compartidos.
Abrazo a mi tía, y ella, al escuchar mis sollozos, me dice:
-¿Por qué lloras hijita?
¿Qué acaso eran muy importantes para ti?
¿Eran muy valiosas esas barajitas?
Veo la preocupación en su rostro.
Teme haber cometido un error.
Es, como si de repente, sintiera que pierde piso, que quisiera aferrarse a algo, que no encuentra, ni en el pasado, ni en el presente.
Yo la miro. Hago contacto visual con sus ojos.
Ahí, donde habita mi tiíta de toda la vida.
Y le contesto calmadamente.
No tía, no era algo valioso.
En este hogar, apreciamos y le damos valor, a los que integran esta familia.
Y usted tía, usted, es la persona mas importante para nosotros.


HIJA

Enero, la cuesta.
Y yo, sin un cinco.
Siendo madre soltera, es tan difícil este comienzo de año.
Mi hija y yo analizamos la situación.
Y es un poco menos, que imposible, conseguir un empleo, en estas fechas.
¡Ya esta!
Yo leeré la buena o mala fortuna en las cartas, y mi hija me hará propaganda.
Cuestión de dar coba. De fintear, los que las clientas, deseen escuchar. Darles por su lado.
El negocio marcha. Solas caen las incautas.
Unas, me recomiendan a otras.
No, ¡si esto es pan comido!
Tocan a mi puerta, mañana y tarde.
Cobro caro mis palabras de aliento, de esperanza.
Pero todo es caro, todo cuesta. Y mi tiempo cuesta.
Una noche tocan con insistencia.
¡Ah!, una clienta desesperada. Abro con ilusión la puerta.
Un hombre furico y borracho.
-¡Usted, es la causante de mis problemas!
-¿Yo?
¡Si, usted!, le aseguro a mi señora que tengo una aventura, y ya me corrió de la casa.
¿Yo?
¡Si!, usted y sus dichosas cartas.
Pero ahorita, le parto su mandarina en gajos.
Y se avienta, manazo, patada. ¡Surco!, ¡surco!
Y ya tirada en el suelo, me recrimina:
Si tanto adivina el futuro, ¿como no vio esta madriza?



COMA

Junto todas sus cosas,
las aprisiono con fuerza,
exprimió, hasta que escurrieran palabras,
y el gabazo, lo tiro.


MADRE

Paulatinamente, se acerca, el fin de estas vacaciones.
Ya me se, la rutina del regreso a clases.
Levantarse, desayunar, darle la ropa a mi hijo estudiante. Que se vaya a la preparatoria, que Gracias a Dios, esta cerca.
Arreglar la casa, hacer de comer, y mi hijo llega, exactamente, diez minutos después, de que salio de clases.
Come y hace sus tareas. Prepara su mochila para el siguiente día. El resto de la tarde, la ocupa, en jugar por Internet, chatear con sus amigos, ver la tele, y escuchar su mp3, todo al mismo tiempo.
Se, que para el, el tiempo de distracción, será muy breve.
Ya no será, como en estas vacaciones.
Yo quiero, que mi hijo este mas tiempo en casa, pero también que estudie.
En largas noches de insomnio, recordando conjuros de mis antepasados, no en balde llegaron de Catemaco, la cuna de los brujos, encontré una solución.
Descabellada, loca, pero no dejaba de ser una salida, para una madre solapadora, que quería complacer en todo a su retoño.
Busque en unos malenticitos, que escondidos tenia en un armario, aquellas oraciones antiquísimas, que me heredaran bajo la promesa, de solo utilizarlas, en casos muy extremos, y con mucha moderación.
Confiaban ellos, en haberme formado con mucho juicio y discernimiento. Pero, no es lo mismo, un corazón de moza, a un corazón de madre.
Toda la mente se nubla, solo se ve con amor.
Y bajo condiciones, que al recordar, tengo que reconocer, rallaban en la demencia, a horas de la madrugada, invocando obscuros espíritus, de ayeres muy lejanos, logre crear, una reproducción de mi hijo tan amado.
La replica de mi hijo, ira a la escuela , tres días a la semana, en lugar de mi hijo.
Así, mi hijo, estará en casa más días, jugando en su compu y yo feliz, con su compañía.
Solución sencilla, que ira complicándose.
Así, como todo se complica, cuando uno quiere hacer sus reglas.
Mi hijo y su replica son idénticos, al hablar, al vestir, al moverse, al gesticular.
Solo su padre y yo, podemos distinguirlos.
Porque hay algo, que no es posible copiar.
Los sentimientos.
Hay en los ojos de uno, tal calidez, que alegran el alma.
Y hay en los ojos del otro, un témpano de hielo.
La nada, el vacío, en lo que denominamos humanidad.
Y es que los sentimientos, y valores se van forjando cada día, desde la cuna.
Se nutre en noches de desvelos, en ternuras.
El “otro”, es como un parasito, se desarrolla, a expensas de mi hijo.
Tiene su rostro, un mohín de desprecio a todo, una indiferencia al calor familiar, a la convivencia fraterna.
El día que se presento a la escuela, ese día lo corrieron.
No existen limites para el. Nada le importa.
Momento, si, algo le importa.
Suplantar a mi hijo.
Adueñarse de su lugar en este mundo, en esta casa.
Debo librarme de el.
Mandarlo de donde viene.
Del no existir.
Pero, para esto, debo esperar, la fase precisa de la luna.
Todo tiene su tiempo.
Y a mí, y a mi hijo, se nos acaba el tiempo.
El "otro" nos avasalla.
Nos domina con su desden.
Solo falta esta noche, y todo habrá terminado.
Tomo las hojas amarillentas, para pronunciar palabras cabalísticas…
Más que noto, movieron los malenticitos.
Alguien trasculco.
¿Cuando? ¿Pero quien? ¿Para que?
¿Donde esta mi hijo?
¿Donde esta, por el que mi corazón vive?
Lo llamo a gritos.
Recorro la casa. Y solo veo al "otro".Y su mohín de desprecio.
Su burla silenciosa.
Caigo de rodillas, destrozada, ante la inmensidad de mi tragedia.
Ante ese ser, que no llega, ni a Caín.




MAESTRO

Formada. En el patio de la escuela, al inicio del ciclo escolar; espero con curiosidad, quien será mi maestro, y quienes, mis compañeros de salón.
Se, que será, uno de los profesores mas estrictos.
Mi padre, se encargara, de eso.
Si hay tres o cuatro grupos, de sexto grado, el escogerá, al del maestro, mas severo.
Y sacándome del grupo, que por lista, me toque, me pasara, a la fila, del grupo, que el desee.
Siempre lo ha hecho así.
Desde el primer grado de primaria.
Los maestros, no lo comprenden, pero lo dejan ser.
Saben, que abandonado por la esposa, con la responsabilidad de una hija, no tiene un carácter, muy dulce que digamos.
Además, gusta de las armas y los tragos.
Un cóctel, algo difícil de digerir.
Mi padre es alto, moreno, de complexión robusta. Su voz es potente. Tiene un andar recio.
Yo salí, parecida en el físico, a mi madre.
Papá me dice, ni modo hijita, ponte a estudiar.
Porque en la repartición de belleza, llegaste tarde.
Y como ya lo sabía.
Me toca el maestro mas terrible, el próximo a jubilarse. El que ya esta curtido, de reportes y llamadas de atención.
El que pega en las manos, con la regla, sino haces bien la tarea.
El que pasa, por los pasillos del salón, pegando con el metro, en los hombros, sino te sientas bien.
Después de meses, voy apreciando, lo mas rescatable de ese mentor.
Al final de la clase, cuando toca el timbre la salida, del turno vespertino, y todos los demás alumnos de la escuela, salen gritando de gusto, nuestro maestro, se pone a leernos, la Iliada y la Odisea, las Diecinueve tragedias, de Euripides, la Teogonía, de Hesiodo, y muchos mas clásicos.
Nos deleitaba con sus explicaciones.
Nos dejaba ir a casa, hasta que, ya no era posible leer, con la simple luz del sol.
Los primeros días, de ese año escolar, algunos padres, pasaron al interior de la escuela, preocupados por la tardanza de sus hijos.
Se asomaban, por aquellos resquicios, que previamente, nosotros alumnos, habíamos creado, raspando, la pintura verde oscuro, que cubría,
los cristales de las ventanas del salón.
Gran error.
El maestro detenía la clase, se dirigía a la puerta de metal del salón, y destrabando su gran pasador, con un rechinido herrumbroso, la abría.
Asomaba su cabeza canosa, se acomodaba mejor sus lentes, y señalando a alguno de esos padres, le decía, pase al salón, por favor.
Ya dentro de sus dominios, la pregunta caía como balde de agua fría.
¿Se le ofrece algo, o es que usted, va a enseñarles, algo a mis alumnos?
Porque, estando ahí afuera, usted me los distrae.
El padre de familia, salía tartamudeando mil disculpas, y solo volvía a pisar la escuela, si el profesor, lo mandaba llamar.
Después el maestro, empezó a enseñarnos filosofías ocultas.
Pero solo a un selecto y reducido numero de sus alumnos.
Dejaba salir, más temprano, a los pusilánimes y asustadizos.
A los que nos escogió, fue, porque vio en nosotros, materia dispuesta para ese tipo de aprendizaje, por más extraño que este fuera.
En una ocasión, nos explico, que era posible saber, si tu fin estaba cerca.
El día ultimo, del mes de diciembre, se debe poner una cubeta, o de preferencia, un baño con agua; y a las doce de la noche, en el patio de tu casa, con la luz de la luna, mirar tu reflejo en esa agua.
Si vez tu rostro, como el de una calavera, de seguro morirás, en el transcurso de ese año, que apenas empieza.
Otra enseñanza fue, que si te miras, a un espejo fijamente, iluminado solo por una vela tu rostro, a la medianoche, de cualquier fecha del año, seguro veras…
Y ahí si, que ya no me acuerdo, que entidad menciono. Después de todo, una mocosa de primaria, no capta todo lo que enseña el maestro, y hay que recordar, que me pasaba horas y horas, sentada en el mismo lugar.
Al llegar a casa, mi padre me hacia, que le repitiera, lo mas importante de lo visto en clase.
Que le contara, todas las anécdotas, y que hiciera la tarea.
Debía aprenderme las lecciones de memoria.
Y eso incluía puntos y comas.
Agarraba un lente de aumento, lo sostenía entre sus dedos, cerraba con fuerza un ojo, y poniendo toda su agudeza visual en un solo ojo, recorría, ayudado por el lente, el libro o cuaderno, que acercaba tanto a su rostro, que si hubiera tenido vida, el útil escolar, seguro cambiarían sus paginas de color, al sentirse tan observado.
Mi padre me preguntaba la lección, y debía de repetirla, palabra por palabra. Si olvidaba una, o la cambiaba por alguna parecida, tenia que volver a decir, desde el principio, la tarea.
Con las matemáticas, era hacer las operaciones, una y otra vez, con limpieza, números grandes, bien alineados, y explicarle, porque me salio tal o cual resultado. Cuidadito y me equivocaba.
No me pegaba, pero eran peor sus regaños.
“El día que yo me muera, no se que será de ti; seguro te morirás de hambre”.
“Cuando te cases, lagrimas de sangre vas a llorar, porque no sabes hacer nada bien.”
“Y yo, en mi sepultura, volteare mi cuerpo, una y otra vez, de la vergüenza de haberte criado tan mal”.
Papá se enojaba, porque para su criterio, yo debía aprovechar mejor el estudio.
Y es que a el, le encantaba aprender.
Leía horas y horas, con placer, diversos temas.
Tal vez, por que el, solo termino, hasta el tercer grado de primaria, y quedo, con esa hambre de superarse, de ser mas, a base del conocimiento.
Admiraba a las personas, que habían hecho carrera, sobre todo a los profesores.
Decía, saben, y eso que saben, lo enseñan; doble merito.
Una noche, oí ruidos extraños, como el de arrastrarse,
Como el respirar de animal acorralado.
Me levanto, prendo la luz y busco a mi papá.
Nada, nada de papá.
Que raro, si llega a salir me avisa.
Me dice: “ahorita vengo, enciérrate bien, y no le abras a nadie, duérmete sin pendiente, al fin, que yo traigo llave.
Mi papá, nunca se va sin decírmelo.
¿Y ese olor, de donde viene?
Escucho rasguños en la sala, que esta en penumbras.
Pues, ni que tuviéramos gato.
Algún ratón, se habrá metido, pero ya vera.
A mi no me van a regañar por un ratón.
Entro a la sala, armada con una escoba ¡y que veo!
Una presencia, que cambiando de forma, a cada instante, no me permite identificar, si pertenece a algún tipo específico de animal.
Escucho su jadear estertoroso, cuando logro reconocer, de ese horrendo ruido lo siguiente:
Tenía razón el maestro, hijita, tenia razón.


PUNTO Y COMA


Y después de leer cuentos,
de todas las épocas,
de todos los estilos,
supo, que solo le faltaba leer,
un grupo de cuentos,
aquellos que brotaran,
de su corazón.





TIOS

Estación Manuel. Choza de carrizo, piso de tierra.
Matrimonio de leñadores, con un sobrino.
Cuestión de ir tirando, de buscar donde están los mejores árboles.
El corte con el hacha, limpia de troncos, el acomodo como pinos altos, muy altos y gruesos, para una buena quema, porque hay que saber hacerla, parejito, porque así es como se hace la leña.
La que deja la flor de la ceniza, blanca, finita, que después servirá como lejía para blanquear la ropa.
Les hablo de hace cincuenta años, cuando no se usaba tanto el detergente.
Van de un lugar a otro, malbaratando todo lo que poseen, en cada partida.
Y a volver a empezar, levantar otra choza; hacer otro catre, de mezquite las patas, como orquilla, y con costales, de los que se ocupan, para el almacenaje del carbón, se hace la parte central del catre, que quede amplio, macizo, como para que salte un oso en el.
Endrogarse en la tienda del patrón, por un tiempo, mientras sale la leña, y después de la misma paga, se cobra.
Les gusta esa vida, donde tranquilos se la llevan, como si nada.
Sin horarios, y como dice la tía, “yo hago mi siesta, cuando quiero “.
A ver, que hagan eso, los de la ciudad.
Mucho dinero, mucho dinero, pero ¡que va! si están esclavos del reloj.
No, yo no cambio mi vida, por la de nadie.
Es alta, güera, ojos claros, pelo largo, chocoyo, cogido con una trenza.
Este bien dada, todo un ropero.
Cuando le preguntan, que de donde es, responde con malicia:
Soy de la Meca, la seca, y parte de la Huasteca.
Y no da razón. Nada más, para que se queden con la curiosidad.
El tío es menudo, prieto, sin rastro de barba o bigote, callado, sufrido, paciente ¡ indio puro!
El sobrino es, bueno, que diré; harina de otro costal.
Lo estaban criando, porque nadie se quiso hacer cargo de el.
Murió la madre, el padre se volvió a casar; y solo los tíos aceptaron el paquete.
Para el, los mejores días, son cuando con el tío, va al centro del poblado; surten el mandado, pasean, observan todo.
Y el tío, lo deja retozar, a su gusto.
El chiquillo, de unos nueve años, vive agradecido, por esas salidas, que son su paraíso.
Así puede soportar, el resto del tiempo, de la eternidad de tiempo, en que tiene que vivir, con esa tía tan mandona, tan de agarrar el palo, y pegarle, hasta que el se esconde debajo del catre, donde no lo alcanza su furia.
Si su tío esta cerca, lo defiende tímidamente:
¡Ya déjalo! No vale la pena que te enojes. No te vayas a enfermar.
Uno de esos días, el chamaco cae en cama, con calofríos, hirviendo en fiebre, y la botica tan lejos.
El tío tiene que partir solo, por el remedio.
Aquel pequeño, enfermo y aborrecido por la tía, que ya tiene la muina acumulada, es surtido con una nueva paliza.
Escondido en su refugio, escucha pasos.
Desea, con el alma, que regrese pronto el tío.
¿Pero, porque tocan a la puerta?
Un desconocido entra. La tía lo recibe efusiva.
Y sobre el catre risas, forcejeos, un dame, un te doy, suspiros.
Jadeos interminables, la paz.
Se marcha el visitante.
Las horas pasan, el tío llega.
Ahora, todo es peor entre la tía, y el mocoso.
La mujerona lo mira retadora, con los ojos empequeñecidos por el odio.
Y su modo de pararse, con los brazos en jarra; echando los hombros hacia atrás, al decir la puya:
-¡A ver de que cuero, salen mas correas!
Y has esto, y has aquello.
Y mira viejo, como tu sobrino, solo sirve para comer.
Bueno, si hasta un perro, nos serviría más, tan siquiera la casa cuidaría.
Y tira la risotada.
Lagrimas de impotencia, de rabia, brotan de aquellos ojos infantiles, que tanto han visto ya.
Mejora el tiempo, mas no la situación en aquel jacal.
Una tarde, le dice el tío al niño,” vamos a agarrar aire”.
Sentados en un tronco, sintiendo la resolana, respirando aire limpio, durante un lapso de tiempo
están en silencio.
Con el rostro imperturbable, la mirada a lo lejos, el tío pausadamente empieza.
He notado el asunto entre la tía y usted.
Usted, ya es un hombrecito.
A los nueve años, yo ya me sobaba el lomo, y solo.
Sin padre, madre, ni tíos.
Aquí la vamos pasando, la tía nos ayuda, mete mucho el hombro.
Pero también se, que ha ofendido gravemente nuestro hogar.
Solo le pido sobrino, que aguante un poco más.
No dar a maliciar los planes que te voy a proponer; ya has oído a la tía, cuando dice: ¡pilar del infierno, no voy a ser!, ni perol donde Satanás fríe a los condenados, si hay personas peores que yo.
No temo por mí, ya he vivido bastante; pero tú apenas empiezas.
Dentro de unos días, entrego los costales de leña, liquido las deudas, y nos vamos, usted y yo, tan lejos, que nadie pueda dar razón de nosotros.
Allá, podré trabajar, de lo que caiga, y aceptare la paga que sea, si al fin, comemos como pajaritos. No somos remilgados.
Porque en una familia, lo mas importante es el respeto; y lo demás sobrino, lo demás, es como la leña, puro humo.




AMIGO

Me vino a visitar, la mamá de mi amigo Carlos.
Me trajo unos cd’s, de música, y videos.
Se, que desde hace meses, me quiere preguntar algo.
Yo espero, a que ella, se decida a dar el primer paso, y que rompa esa barrera, que no le permite, comunicar esa angustia, que atenaza su pensamiento.
Intuyo su pesar, pero así, como cuando vas a la playa, y con el movimiento de las olas, se revuelven la arena y el mar, y tu tienes que esperar a que se asiente, y se clarifique el fondo, para poder distinguir lo que hay en el; así, después de una perdida muy grande, tienes que darte tiempo, para poder soportar y aceptar, la nueva situación.
Después de la muerte de mi amigo, su mamá, además del inmenso dolor, con muchas interrogantes quedo.
Y al fin, un día, me comento:
Si mi hijo sabia nadar tan bien, ¿como es que se ahogo?
Yo por esas fechas, lo note muy callado, ensimismado, decaído.
Y el día de su accidente, se levanta muy eufórico, cantando, bromeando, con ganas de ir a la alberca.
¿Es que acaso ya había tomado la decisión fatal?
¿Dios, porque lo habría permitido?
Y si no fue la voluntad de Dios, ¿estará enojado Dios con mi hijo?
¿Cuáles serian los pensamientos de mi hijo, para tomar esa decisión?
La señora creía, que yo, por las numerosas veces, en que he intentado con mi vida terminar, podría poner algo de claridad en sus razonamientos, que como madejas de estambre, cada día se enredaban más.
Trate de consolarla, explicándole, que solo Dios, que es el que da la vida, solo Dios, es el que la puede quitar.
Y que no puede haber enojo en El, por un intento así, sino una gran compasión.
Pues es todo entendimiento, y su Amor, no tiene fin.
Le conté de cuando compre un arma, y ya estando solo en el cementerio, para mis días, acabar con un balazo, según yo ; llega justo, en ese momento, una persona, toda amabilidad, paciencia, y con una platica tranquila, suave, disuelve en esos momentos, mis planes.
Que debo decir, que ha veces, ni uno mismo sabe, porque se esta tomando la decisión del suicidio.
A veces, porque se siente angustia, tristeza, anda uno deprimido, decepcionado, desanimado.
Tenemos cambios de conducta, que rebasan las dos semanas, nos da mucha hambre, o no queremos comer nada. Solo queremos estar durmiendo, o padecemos insomnio, y nuestras ojeras nos delatan.
No queremos hacer nada, por lo fatigados que andamos, que sentimos el cuerpo pesado, como con un gran fardo sobre nuestros hombros.
Otras veces, sentimos mucho coraje, rencor, contra algo, o contra alguien; o contra alguna situación, y en lugar de expresarlo verbalmente, o desahogarnos por otros medios, optamos por negar, que tenemos un problema, o creemos, que no hay solución para ese problema.
Y entonces, toda esa ira, la enfocamos contra nosotros mismo.
Puede ser, que creemos, que hicimos algo tan grave, tan imperdonable, nos sentimos tan culpables, que decidimos que es tan grande el castigo que merecemos, que solo nuestra vida, es el justo pago.
Entonces, decidimos, me voy de aquí.
Porque soy muy valiente, me atrevo a tomar mi vida.
Y en realidad, lo que intentamos es de cobardes.
Y no solo huimos de los problemas, sino, que también, queremos salir huyendo, de este mundo.
También le comente, de cuando me quise ahorcar, y mi hermano, sosteniendo mi cuerpo, logro reanimarme, con solo la fuerza de su voluntad.
Y a pesar de ver, que derraman tantas lágrimas, ante tu actitud, uno no cree que lo quieren, y no aceptamos, las muestras de cariño.
Nos sentimos tan heridos, que duele, que te toquen, que te abracen.
Como si fuéramos hielo, y te rodeara la lumbre.
Entonces, nos envolvemos con capas y capas de indiferencia, amargura, cinismo.
Estamos tan ocupados en protegernos, que se nos llega a olvidar, a lo que venimos a este mundo, que es a ser felices, y a hacer felices a los demás.
Pero como nadie puede dar lo que no tiene, se comporta uno, como aquella tierra árida, seca, con grietas, que esta tan necesitada de agua, que no la absorbe.
Que deja escurrir el líquido, como si tuviera una película de plástico.
Y así, vamos por la vida, estando tan sedientos de amor, lo rechazamos.
Nos hacemos refractarios a las muestras de afecto, y hasta de manera violenta, grosera, exigimos, que nos dejen en paz.
Un doctor, recomendó a mi familia, internarme, en una unidad de atención psicológica y psiquiatrica, donde me harían análisis completos, para descartar algún problema, de origen químico, que seria el causante de mi manejo inadecuado de emociones.
Ahí tendría regimenes estrictos, con horarios inflexibles, que mantuvieran mi mente y cuerpo ocupados. Porque no se pueden tener dos pensamientos, al mismo tiempo, y si tú tienes las manos ocupadas, descansa tu mente.
Asistiría, a reuniones periódicas con psiquiatras, y psicólogos. En mesas redondas, con otros pacientes, reconocer que no somos los únicos, que hemos tenido o tenemos problemas; que podemos convertirlos en oportunidades de encontrar soluciones.
Que puedes tener quinientos mil problemas, pero solo una vida.
Mis padres, con sutileza, me presentaron esa sugerencia del doctor. Pero, yo estaba en un periodo de franca negatividad.
Y estalle, con un ¡se quieren deshacer de mi! que fácil, me internan, y jamás, me vuelven a sacar de ahí.
Mira, hijo, ya no existen hospitales, donde los pacientes, con problemas psicológicos, estén internados de por vida. Estaría más gente dentro, que fuera de los hospitales.
Solo se trataría de unos días, te visitaríamos. Estaríamos al pendiente de ti, como siempre ha sido.
Tú nunca dejaras de ser nuestro hijo.
Te amamos y nos duele verte así, solo queremos protegerte de ti mismo.
Yo seguí aferrado en mis trece, y conteste, un rotundo no.
Durante meses, parecía que yo había dejado atrás, mis depresiones, pero solo, estaban agazapadas; alimentadas por mis reflexiones lúgubres.
Solo esperaban un momento, un motivo fútil, para salir impunemente, y así poder culpar a alguien más, por lo que hiciera yo.
Mis padres, hasta aceptaron, que personas de diferentes religiones, visitaran nuestra casa.
Solo daban la oportunidad, de que yo reflexionara, sobre el amor de Dios.
De primero recibía a los que trataban de ayudarme; pero sus palabras me sonaban, como al que oye llover, sin mojarse.
Después, de plano, mejor no salía de mi cuarto. Mis padres, no me obligarían.
Cesaron las visitas. Pasó el tiempo, y en este último intento, donde tantas pastillas ingerí, estuve inconciente por meses; mi familia pensaba, que ya no hiba a despertar.
Ahora, en casa estoy, postrado en cama, victima de las secuelas, de tanto fármaco que tome. No puedo caminar, me bañan, me dan de comer en la boca.
Y como nadie se va antes, ni nadie se va después; aquí estoy, a mis veinte años, arrepentido, esperando que llegue esa fecha, que esta escrita en el Libro de la Vida, y que no podemos cambiar.




PUNTOS SUSPENSIVOS

Mamá,
¿Por que no platicas conmigo?
porque eres muy niña,
y no me comprenderás.


Mamá,
¿Por que no platicas conmigo?
porque tengo
muy poco que contar.


Mamá,
¿Por que no platicas conmigo?
porque ya no se,
ni como empezar.


Entonces, mamá, toma mis manos, mira mis ojos, y encuentra en ellos, el amor que siempre he sentido por ti.



PADRINOS

Fuimos a caminar, era la hora de otra lección.
Me llevaron a la orilla de un río, y mis dos padrinos, enfundados en sus gabardinas, tapadas las cabezas con bufandas, con una seña, me invitaron a observar.
Ese caudal, llevaba innumerables cosas; objetos de lo mas variado y de aparente gran valor, pero como iban, sobre una materia de desecho, chocolatosa, espumosa, todas estaban de ya no servir.
En ese lugar, apareció navegando un anciano, sobre una vaca blanca, con manchas negras.
El señor era muy delgado, encorvadito, de unos setenta años de edad. Y se detuvo en un sitio del rió, a buscar afanosamente fotografías, y algunos trebejos, que el declaraba que eran de su propiedad, porque en ese punto del rió, en el fondo, el, alguna vez, construyo su casa.
En el montón de cosas que fluían y fluían, que pasaban y pasaban, apareció flotando un becerrito muerto.
Y la vaca, como su crió, lo reconoció.
Con su hocico, lo empezó a jalar, para llevarlo a la orilla.
Entonces, el anciano con espanto recordó, que el tenia, algo muy importante que realizar, y que por acumular objetos, el tiempo se le acababa ya.
Empezó a la vaca a gritar:
¡Espera, espera! Ayúdame, solo un poco mas. No es posible, que ya no tenga oportunidad.
Pero para el rumiante, su cría, era lo más importante, y siguió alejándose.
Y el anciano siguió gritando, suplicando, implorando piedad.
Yo con mis padrinos, veía sorprendida la escena.
En un instante sentí, que el anciano era yo.
Que yo, sentía esa ansiedad, de haber perdido el tiempo, algo muy valioso, y que me causaba angustia, el no poderlo recuperar.
Yo me vi como el anciano.
Y a la vez, sabía que existía como mujer, en la orilla, con mis dos padrinos.
Y como mujer, reía a carcajadas, por la situación tan incongruente del anciano, y lloraba, como el, por mi necedad.
Ahí, reconocí, que el anciano y yo, éramos uno mismo.
Aquella noche, esa fue mi lección.
Volví a casa, y una lista elabore.
No desear mas nada en la vida, por ser eso causa del dolor.
Cada día regalar, o tirar, algo que me perteneciera; porque los objetos, me quitaban el tiempo, y son solo una carga, si ya de por si, vamos muy pesados con solo nuestros sentimientos y pensamientos.
Y me dedique a estar pidiendo mentalmente, al Poder Infinito, minuto tras minuto, que me quitara todo aquello, que me alejara, de la Gran Verdad.
En los días siguientes, me deshice de televisores,
estereo, microondas, discman, mp3, compu, adornos, libros, y tantas cosas más, y dichosa me sentía.
Felicitándome satisfecha, de haber aprendido la lección.
Una noche, aparecieron mis padrinos.
Moviendo la cabeza, y con gesto adusto, me hicieron ver, que nuevamente estaba en un error.
Que estaba faltando al primer precepto, que es no desear nada.
Y yo, no solo lo deseaba, sino que lo estaba exigiendo.
Que si seguía pidiendo, que se me quitara todo lo superfluo, todo lo que empaña mi esencia, me quedaría sin casa, familia, y sin este cuerpo, que es también algo ilusorio.
También, me explicaron, que algo peor, que un ignorante, es un ignorante que cree saber.
Y ya tengo años, esperando por las noches, que mis padrinos vuelvan, a señalarme, cual es el sendero, que lleva al conocimiento.
Creo, que los he defraudado.




ADMIRACION

Cuando llego el tiempo exacto,
y pudo encontrar
lo tan anhelado,
se dio cuenta que en múltiples formas,
siempre a su lado
había estado.




PROTECCION

Tiene 82 años, y después de tres caídas, confinada a una silla de ruedas quedo.
No se da tan fácilmente, sola de su cama, se pasa a la silla.
Ya aprendió a cambiarse de pañal, y siempre muy limpia, la encuentro.
Cuando, por unos minutos, en esos ratos perdidos, por otras personas, yo los aprovecho, y disfruto de su compañía.
Me es tan agradable llegar, abrir su reja, cruzar el jardincito, llamar para que sepa que soy yo; jalar la puerta mosquitera y empujar la puerta de fierro.
Nada en su casa tiene llave, el paso del tiempo, ha hecho que sus cosas, para la mayoría de las personas, ya no tengan valor.
Así, que no hay peligro, de que un malandrín, intente robar algo.
En ocasiones, la encuentro todavía en su cama, otras, en su cocinita o en su salita, tomando sus medicinas.
Se que se alegra con mis visitas.
Llegando la abrazo, y en su mejilla, surcada de arrugas, deposito un beso.
Respeto tanto sus canas, que son un reflejo, del tiempo sobrevivido, que solo así, puedo demostrar, mi afecto y admiración.
Le pregunto como ha estado, que ha hecho, porque aunque una persona este obligada, por la salud y la edad, a vivir mas lentamente las horas, aun es mucho, lo que puede realizar.
Y es un gran logro, pasar de un día a otro, en que las capacidades van disminuyendo, y el anciano, toma conciencia de eso.
Y tiene que resignarse, porque es la ley de la vida, el retroceder cada día mas.
Le gusta que le cuente lo que he hecho, aun lo mas trivial.
Porque, en su mundo, sujeta a los limites, de sus energías, para mover la silla de ruedas, y las escasas visitas; ese escuchar lo que una persona mas joven realiza, le hace recordar, tantas y tantas cosas llevadas a cabo por ella.
Y como recordar es vivir, entonces empieza ella, a relatarme, como fue su infancia, lo que de joven realizo, y su desempeño, como madre y abuela, en la actualidad.
Una vez me comento, que cuando recuerda todo eso, y me lo relata, aunque tuviera, ya algunos días, que andaba con un sentimiento, de melancolía, de desaliento; al ir platicando, se va llenando su corazón, de tanta dulzura, que la tristeza, sale huyendo por la ventana, donde muere, al tocar los pétalos de sus rosales.
Al escuchar sus narraciones, me traslado a 80 años atrás, y recorro con ella, sus vivencias, y siento, que algo en mi, queda de ella.
Ya no es la viejecita en silla de ruedas, en mi imaginación, ahora es la niña curiosa, la estudiante ilusionada, la joven enamorada, la mujer en espera del nacimiento de su hijo, y luego, la forjadora de su hogar.
Comparto sus temores, de cómo en sus sueños, cree ver avisos, que no logra descifrar.
De que despierta, cree mirar sombras, que la desconciertan, y alarman.
Su mente, teme a “La Cosa Mala”.
Yo trato de tranquilizarla, le aseguro, que Dios, que tiene a su servicio, todo lo que existe, mando un par de ángeles, que la acompañen.
Porque a una persona tan buena, que tanto se encomienda al Altísimo, no puede ser tocada por la maldad de este mundo, ni del otro.



HIJO MIO, MI UNICO HIJO

Me enseñaron de niña,
a creer en Dios.


Sabia, de su existencia,
por todo lo que me rodeaba.


Sentía, que existía,
por las personas,
que me amaban.



Pero, cuando mi hijo nació,
y lo tuve por primera vez,
en mis brazos,
mi Alma vio,
resplandecer el Rostro de Dios,
y entonces,
mi Eterno Padre,
me sonrió.




TIO

Vivíamos en un cuarto redondo, de esos, que son todo a la vez.
La abuela, se iba, todo el día a trabajar. Dejándonos hecha la comida, a mi tío, y a mi.
Nos encerraba con llave.
Mi tío, tendría en ese tiempo, unos 40 años, alto, musculoso, porque en su juventud, se ejercitaba con pesas.
Ojos hundidos, con ojeras. Nariz aguileña, ceja gruesa, cerrada.
Pelo hirsuto, barba tupida, dientes amarillentos, aliento fétido.
Manos enormes, que golpeaban a puño cerrado, las paredes en sus arranques de ira.
Manos que levantaban su cama de fierro, para con ella golpear el suelo, y cuartear el cemento.
Dedos que embarraban, el excremento en las paredes.
Porque mi tío era esquizofrénico.
De esos, que hablan y hablan solos.
Que se dirigen, a alguien que nadie más, puede ver.
Yo tendría, 6 o 7 años de edad.
Y deseaba, que mi tío me quisiera.
Hubo una época, en que sentaba en sus rodillas, y le decía papá.
Pero, un día, me aventó lejos, y me grito ¡tu no eres nada mío!
La abuela, me regaño.
Y me hizo los siguientes comentarios:
- No te le acerques.
- No lo mires, y si lo haces, que no lo note. Cuando el voltee el rostro, tu no debes voltear tu cabeza a otro lado, porque te delatas y se enfurece.
Solamente la niña de tus ojos, cambiaras de dirección.
Si no tienes cuidado, y lo miras fijo, un día te puede matar.
Ya te lo advertí.
Parece que lo veo, con su pantalón arremangado, porque en su valenciana guardaba los tiliches, que recogía en las calles, como tapones, fichas, seguros, alfileres, pañuelos sucios, y que el llamaba, “mis tesoros”.
Con un mecate por cinto, porque cuando traía cinturón, amenazaba con agarrarnos a cinturonazos, a la abuela y a mi.
Y que de groserías decía.
Un vocabulario tan florido, que daba cátedra.
Después al tío, le dio, por amenazarnos con cuanta cosa tuviera a la mano; un día descubrió donde se escondían las herramientas y su consentida, se volvió el machete.
Y yo, el blanco de sus amenazas, cada que no estaba la abuela.
Machete en mano, me decía:
He de arrancarte la cabeza. Te voy a hacer cachitos, que ni quien te reconozca.
Eso era de día.
Por las noches, despertaba sofocada por las pesadillas.
Mi abuela, hablo seriamente conmigo.
Me explico, que si tú en los sueños, sueñas que te ahogas, o que te caes a un precipicio, o que te quemas; tú y solo tú, tienes la solución.
Que si tu no pones, remedio en tus sueños, a tus monstruos o peligros, puedes morir, tanto en el sueño, como en la vida real.
Es decir, que tú ya no despiertas.
Simple y sencillamente, porque en tus sueños, tu, te dejaste vencer por tus miedos.
Esas verdades, dichas por su abuela, a una niña de 6 o 7 años, son algo muy gordo, que hay que meditar mucho.
Ya ni modo, de seguir quejándose, por tener pesadillas.
Y el tío, que seguía dale y dale.
Con su circo, maroma y teatro.
Una mañana, en que yo miraba como al entrar los rayos del sol, por los vidrios de una ventana, y al iluminar el polvo, que con mis manos levantaba al palmear, infinidad de puntitos se hacían visibles, como estrellas, que me acompañaban; empezó mi tío con su letanía.
Se movía como un león enjaulado, por nuestro cuarto.
Gesticulando, manoteando, dando brincos, escupiendo, desnudándose.
Y recordé la advertencia, “no le veas ahí, porque es pecado; el no sabe lo que hace”.
Harta.
Saco el machete, aunque pesa en mis manos como plomo.
Mi tío, para sus bailoteos.
Me le acerco.
Se lo entrego.
Me pregunta, con voz de cuerdo:
Y esto, ¿para que me lo das?
Lo miro de frente y le digo, para que me mates de una vez, porque esto no es vida.
Suelta una maldición.
Avienta el machete a un rincón y exclama:
¡Tu estas mas loca que yo!
Esa noche, en mis sueños, el gigante, empieza a corretearme tenaz.
Yo lo espero en una esquina, con miedo, pero firme.
Y saltando, le inserto un puñal, entre sus ojos.
Cae muerto el gigante de mis pesadillas.
Jamás ha vuelto a perturbar mis sueños.
Y mi tío, no me volvió a amenazar, con matarme.



INCISO


Yo no vine a aprender,
sino a olvidar,
y con tantos recuerdos,
que retornan,
me tengo que retirar.


ABUELA

Tendría cuando mucho cinco años de edad. Chicuelina curiosa, que vagaba libremente, por el inmenso patio, de aquella propiedad.
Árboles y mas árboles, de tamarindo, aguacate, limas, mango, coco, papaya, un injerto de toronja con limón, era de gran tamaño el fruto, pero mas acido su sabor.…
También había palomas tuneras, torcacitas, tordos, colibríes, también llamadas chuparrosas, que si agarras una en viernes santo, y la disecas, te asegura un amor…
Eso decía una tía mía, que tuvo dos divorcios, que eran la prueba de que si tenia suerte para el matrimonio, solo que no le duraba el gusto.
Infinidad de insectos, como los saltamontes, ciempiés, abejas, cochinillas, campa mochas, que si son comidas por los animales, los envenenan. Las esperanzas, de un verde tierno, que se supone, son los deseos, que se cumplen, si eres la primera persona en verlas. Orugas, conocidas como quemadores, vivían en los almendros, y ¡hay de ti!, si te caí una encima.
Luciérnagas, vistas solo por cortas temporadas.
Las mariposas de variados tamaños y colores, cuyo vuelo, es sigzagueante, y con retrocesos a menudo; nunca sabes de seguro, donde se posaran, puede ser, en los troncos de los árboles, sobre hojarasca, piedras, flores.
Así, que al tratar de atraparlas, me llevaba horas y horas. Pero valía la pena.
Gozaba al sentir sus alitas, suaves como seda, aprisionadas entre mis dedos.
Observaba sus ojos vidriosos, sus antenas y sus patitas, que me raspaban al aferrase a mi piel. Al soltarlas, volaban lejos, tan lejos de mí, que anhelaba también tener alas, como ellas, para conocer otros lugares.
La abuela, decía que el polvito de las alas de mariposa, al caer sobre tu cabello, provoca que se te caiga a puños, hasta dejarte pelona, por maldadosa.
Al fondo del solar, había platanales.
Por las mañanas, después del sereno de la madrugada, sobre sus hojas largas, se veían infinidad de gotitas de agua, que cual lagrimas, caían, una a una, regando el tamo del suelo, que capa sobre capa, protegía y humedecía , las raíces del platanal.
Me metía entre un grupo de plantas y otro grupo, me recargaba sobre los tallos inclinados, para sentir sobre mi espalda su frescura.
No me importaba, manchar mi ropa, de tonos cafés-rojizos. Siempre, en esas plantas de plátano, había muchos tipos de arañas. Sus telarañas, tenían diferentes formas, pero su finalidad era la misma. Que cayeran los insectos.
Cuando vibraban, los hilos de esas trampas, eran como llamadas de alerta.
Y la dueña de la trampa afortunada, bajaba de la planta de plátano, deslizándose por un hilo.
Inmovilizaba, a los desesperados, que entre más forcejeaban, mas se enredaban, para después deglutirlos.
Quise poner remedio, a esas muertes alevosas.
Por días, me dedique a destruir telarañas.
Pero invariablemente, eran repuestas, en el mismo lugar, del mismo tamaño, y en la misma forma.
Y las victimas, seguían cayendo.
Me queje con la abuela, de mi defensa inútil.
Ella me contesto, que el que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe, y no se puede ayudar, al que no quiere que se le ayude.
Y me hizo pensar, que si seguía con ese plan, una araña venenosa, como las negras, de patas finitas, y con un puntito rojo en la panza, me podría picar.
No porque fueran malas, sino solo, porque estarían defendiendo su modo de vida. Porque el que mete paz, saca más. Cambie mi área de juegos.
Del platanal, a la sombra de árboles de aguacate, guayabo, toronja, cedro, mandarina…
Con frecuencia, me acostaba sobre la tierra, que crujía bajo mi cuerpo, por las hojas, que formaban un mullido colchón.
Pasaba los ratos, escuchando el sonido del viento, cuando al pasar, entre las ramas, dejaba un mensaje de sitios lejanos.
A veces el viento, traía las patitas mojadas, y un olor a humedad.
Era cuando anunciaba, que pronto, iba a llover.
Las hormigas, se ponían frenéticas, en sus acarreos de hojitas, y restos de insectos a sus nidos.
En ese mundo vivía, me movía.
Encontraba quien era yo.
Una más, con la naturaleza.
Sin pasado, ni futuro.
Solo existiendo.
Pero, todo tiene un hasta aquí.
La abuela se mortificaba cada vez más, con mis vagabundeos.
Se dio cuenta, que de nada servia, buscarme una y otra vez, entre los árboles, y levantarme de un tirón del suelo, cada que me encontraba en actitud contemplativa.
Ni el regañarme o gritarme le funcionaba.
Solo conseguía hacerme llorar, por un rato; y en un descuido suyo, me volvía a perder de su vista.
Yo no tenia conciencia de ese “perderme”, si nunca, me pasaba de los limites de la cerca, de donde vivíamos.
Encontró la solución, regalándome unas historietas y cuentos, de color sepia el fondo, con letras y dibujos negros.
Al notar, que me entretenían, me compro muchas más, que hasta una colección, llegue a formar.
Recuerdo con agrado esas revistas, y hay un par, que vienen a mi memoria en forma nítida.
Una, era de una mano gigante, que andaba por el mundo, provocando miedo a todos, porque no sabían cuales, eran las intenciones de esa mano.
Cabían unas 10 personas debajo de ella, así se veía, en los dibujos: y en la historieta, se resuelve todo, cuando viene un transporte, de forma como plato, y la mano sube a el, por una escalerita, y se va desapareciendo entre las nubes.
La otra historieta, era de alguien, que le pusieron las manos de un maleante; y esas manos, andaban agrediendo, porque aun obedecían a su anterior dueño.
Terminaba la historia, cuando el señor, va y el dice al doctor, que mejor le quite esas manos, porque no las puede controlar.
Bueno, ya explicándoles como eran las historietas o cuentos de mi infancia, ahora les narrare, como me impactaban a mi.
Mi abuela, me leía los cuentos, conmigo sentada en sus rodillas, señalándome con un dedo, los dibujos.
Cuando por primera vez, iba a depositar, una historieta en mis manos.
Me explicaba, paso a paso, en que consistía la trama.
Al terminar, se iba a su quehacer cotidiano; y me dejaba en libertad, de hacer lo que quisiera con las revistas o cuentos.
Tomando en cuenta, que yo aun no sabia leer, podría doblarlos, recortarlos, rayarlos, pintarlos, o solo mirarlos.
Tenía libertad absoluta, sobre el destino de esas revistas.
Yo hojeaba y hojeaba, mirando los dibujos, tratando de recordar, lo que me había explicado mi abuelita.
Pero para mí, todos esos dibujos, repasados hasta el cansancio, me era posible verlos, en una especie de tercera dimensión.
Cada personaje, de cada cuadrito adquirían vida, hablaban, se movían, y yo platicaba con ellos.
Cada que volvía a hojearlos, actuaban diferente, así como sus platicas y en conclusión, sus desenlaces, también, eran de lo mas inesperados.
Hubo veces, como en el cuento de la mano gigante, que me metí a las páginas, y corrí, huyendo de la mano, junto con los demás personajes, de ese drama.
Es decir, que yo entraba y salía, de los cuentos y revistas, por mi voluntad.
Para mí, eran tan reales, como lo que vivía con mi abuelita.
Podía estar sentada, con una revista abrazada contra mi pecho, riendo a más no poder, por todas las aventuras, que había experimentado.
Mi abuelita, era mi confidente.
Ella lavando y preguntándome, ¿y que paso, hijita?
¿Y que hiciste tu?
Ella guisando, me llamaba, y pedía que le narrara, como se estaban portando, en tal o cual revista, sus protagonistas.
Y agregaba de su cosecha, un fíjate que hace mucho, paso un caso muy parecido. Te lo voy a contar. Escucha bien, pon atención.
Llego el tiempo de ir a la escuela.
Me inscriben.
La maestra, nos pone a hacer planas y planas de bolitas, palitos, remolinitos, pinitos…
Luego, nos hacen dibujar, una bolita roja, con un palito verde, y debajo ponerle las palabras, la manzana es roja.
O dibujábamos, un círculo amarillo, con palitos alrededor, y escribir debajo… el sol es amarillo.
¡Que aburrido!
Y de pilón, dejaban planas de ese trabajo, como tarea.
Por fin, llegaron las vacaciones.
Le pido a la abuela, que me entregue mis revistas, cuentos e historietas.
Las había guardado con llave, para que no me distrajera, y así, pusiera todo mi empeño, en la escuela.
Llevo una pila de mi colección de impresos a mi cuarto.
Brinco, sobre la cama de gusto; luego un par de marometas para festejar y me dispongo a disfrutar de lo que realmente, me encanta.
Abro una revista y otra.
Abro un cuento y otro.
¿Y que veo?
Solo dibujos inmóviles, mudos.
Planos, como calcamonias.
Voy con la abuela. Hay en mi boca un sabor amargo, de desencanto.
Le pregunto, porque ya no puedo verlos moverse, ni los escucho.
¿Que paso?
Se acerca la abuela a mí, me carga.
Se sienta en su sillón favorito, acomodándome en su regazo.
Me mece un rato, como cuando se consuela a un niño que ha perdido, algo muy querido.
Y me dijo, lo siguiente, en un tono bajito:
-Es que ya aprendiste, a leer.
Cuando nacemos, sabemos muchas cosas hermosas; y a medida que crecemos, las olvidamos.
Y en su lugar, adquirimos conocimientos, que nos envuelven, y endurecen el alma.
Gracias a esos conocimientos, nos defendemos, en esta vida, unos a otros.
Sino, seriamos rebasados, por lo que nos rodea.
Pero no te apures, llegaras a una edad, en que podrás de nuevo maravillarte, por las cosas sencillas, que son en realidad, maravillas, de la creación de Dios.
Estirando la mano, toma un cuaderno, y un lápiz, que yo había dejado, sobre una mesita.
Lo abre, busca una hoja limpia, y dibuja, calmadamente, un círculo, y me pide que observe bien.
Después, me pide que yo lo haga, mientras, me explica su significado.
Mira, mi niña, así se tocan, los dos extremos, la niñez y la vejez.
Son las edades, en que se comprende mejor el mundo, al principio, y al final de la vida.



¡AHÍ NOS VEMOS!

Un fin de semana, esperaba un taxi, en una esquina, justo frente a un hospital abandonado.
Pasaron los minutos, muy lentamente, para mí, que ya deseaba llegar a casa.
Era muy entrada, la noche, pero me había divertido tanto, en una reunión, de ex-compañeros, de la facultad, había tantas cosas por platicar, como ¿dónde ejerces?, ¿qué ya te casaste?, y ¿qué me cuentas, de aquel despistado?, que bien valía, la pena, estar, en ese momento, en aquella calle, solitaria, tenuemente iluminada, por una lámpara mercurial.
Me parecía increíble, que hubiera pasado pocos taxis, y para variar, ocupados.
Mire la hora, en mi reloj. Marcaba la 1:20 de la madrugada.
Siento desazón, al tomar conciencia, de mi situación vulnerable.
Puedo ser presa fácil, de un acto vandálico.
Alrededor, del hospital, varios negocios, fueron cerrados, por bajas ventas.
Observe el deteriorado cascaron, trato de imaginarme, como seria, cuando sus puertas, estaban abiertas, a todo aquel, que lo requiriera.
Cuando el ulular de las sirenas, anunciaba, la llegada de un herido, y por que no, de un nuevo ser a este planeta.
Tan absorto, estaba en mis cavilaciones, que no me di cuenta, en que momento, llego otra persona, a la esquina, donde yo me encontraba.
Era una mujer, de grata presencia, que notando, mi momentáneo sobresalto, me saludo con una inclinación de cabeza, y me comento, que observo, que me quede mirando al hospital en ruinas.
Y agrego, lastima, que ya no este en funcionamiento el hospital, antes, estaba todo tan iluminado, e infinidad de personas, transitaban estas calles, noche y día.
Comento, que hace años, eran atendidos, no solo pacientes de la zona conurbada, sino de poblaciones mucho mas retiradas, donde no existían ni los profesionistas suficientes, ni las instalaciones apropiadas, para tal cantidad de partos, operaciones y hospitalización.
En el departamento de trabajo social, se atendían muchas solicitudes, para reducir, los cobros por el servicio otorgado.
Y aunque se hacían grandes descuentos, tomando, en cuenta la situación económica, del que los solicitaba, siempre, había un considerable número de pacientes, que ni la cuota mínima, de recuperación, podían liquidar.
Entonces, acudían, con un venerable benefactor, que tenia, una Quinta, en un rancho. Ahí, amablemente, eran atendidas, caso por caso.
Nadie, se iba de ese lugar, sin resolver, sus necesidades mas apremiantes.
Ese protector de los humildes, aunque ya no se encuentra físicamente, existirá, eternamente en el subconsciente colectivo, de toda la zona, donde se hizo palpable, su ayuda desinteresada.
Al escuchar estas observaciones, dichas tan vehemente, por la mujer, que acababa de conocer, mi curiosidad rebaso los límites de la prudencia, y le pregunte, si alguna vez, estuvo en el interior del hospital, cuando aun estaba en funciones.
Su amplia respuesta, me dejo sorprendido.
Señalándome, aquel edificio a obscuras, me relato, que trabajo como enfermera de ese lugar.
Y que la jefa de enfermeras, las rolaba por las diferentes salas.
Y esto es parte, de lo que me siguió contando aquella noche:
En la sala de esterilización, existían un par de viejos esterilizadores, que de milagro, un día no explotaron.
Eran como enormes ollas de presión, de capacidad, de unos doscientos litros cada uno.
Sus indicadores de presión, se movían, como limpiaparabrisas, de días domingueros lluviosos, en una danza sinfín.
Y que de ruido hacían esas maquinas.
Traqueteaban. Pitaban, y solo con expertos golpes dados, en sus tubos, se obtenía, un acompasado puf-paf, que era la señal, de que todo marchaba, como se debía.
Eran pocas, las enfermeras, que conocían, como dominar, a esas bestias. Mis respetos, para mi amiga Olivia Lam, que en sus largas guardias, lograba sacar el trabajo, con una eterna sonrisa, chispeando sus ojos, divertida de mis temores, de salir, hecha pedazos por los aires, de esa área del hospital.
En la sala de cuneros, observe, que todos los seres humanos, somos como somos, desde que nacemos.
Algunos recién nacidos inquietos, siempre se destapaban.
Se ponían en las posturas más caprichosas; otros eran tan calladitos, tranquilitos, que era necesario, al llegar la hora de darles el biberón, despertarlos.
Y sus pielecitas, tan suaves, con un olor a tan nuevo, tibiecitos, que daban ganas de tenerlos abrazados por mucho tiempo…
Y tiempo es el que no había. Llegaban y llegaban bebes de la sala de partos, como por encargo.
En la sala de pediatría, eran comunes, los reingresos por deshidratación, parasitosis y desnutrición.
En el pabellón de transmisibles, se atendían mayormente, casos de hepatitis, rabia y tétanos (o mal de arco).
En hospitalización, dividida, en sala de hombres, y sala de mujeres, era posible, conocer, un poco más a los pacientes. Platicar con ellos.
Y así fui recorriendo, todas las salas de ese hospital, atendiendo a los pacientes, y madurando emocionalmente.
En un hospital, siempre hay mucho trabajo.
Había ocasiones, que durante el paso de la noche, algunos pacientes, nos comentaban, que vieron a una enfermera, con un uniforme diferente, al que traíamos el resto del personal de enfermería.
Nos describían a la enfermera, de pelo largo, caminar silencioso.
Y que acudió, ya sea a darles un vaso de agua, una pastilla para el dolor, colocarles mejor las cobijas, o darles unas palabras de aliento, para que no se sintieran solos, en un lugar tan extraño para ellos.
Cuando nos preguntaban, que donde estaba esa enfermera, cual era su nombre, aunque nosotros ya sabíamos, que eran apariciones, algo común en todos los hospitales, no alarmábamos a los pacientes.
Solo, les hacíamos el comentario, de que habían mandado, a la sala, por esa noche, a una enfermera más, para auxiliarnos.
Y añadíamos, mentalmente, al sentir el cansancio de la guardia:
-¡Bienvenida compañera!, ¡este es tu lugar!
Siempre, se agradece todo tipo de ayuda.
Suspira la enfermera, que me estaba narrando, como eran las rutinas, en ese hospital, y nos quedamos, unos momentos en silencio.
Escuche el claxon de un carro y al voltear a ver, descubrí que era un taxi, y que estaba libre.
Le hice la parada, y le dije a la enfermera, que lo abordara.
Me contesto, no gracias. Ya estoy de regreso, de una guardia hospitalaria, y al sitio, al que me dirijo, esta muy cerca.
Cuestión de unos pasos más.
Adiós, y cuídese, joven.
Me despedí rápidamente. Aborde el taxi, y cuadras mas adelante, le comente, al taxista, que la enfermera, que estaba conmigo en al esquina, me platico, como en el viejo hospital, muchas vidas se salvaron.
El taxista me miro, por el espejo retrovisor, como si yo estuviera mintiendo, y pregunto: ¿cuál enfermera?
Yo le explique que no andaba con el uniforme de enfermera, que era una mujer, vestida, con ropas de salir, y que charlamos, durante mucho tiempo, de cuando trabajo, como enfermera, en ese hospital.
El taxista replico, estaba usted solo, en esa esquina.
Yo, muy molesto le afirme, que era cierto lo que le decía, que es más, mi reloj no mentiría.
Que en ese momento, le diría exactamente cuanto tiempo había durado, con esa enfermera platicando.
Mire mi reloj, y un escalofrió recorrió mi espalda porque en el, solo se marcaban escasos dos minutos de diferencia.
El taxista repitió: usted, estaba solo señor.



MISIVA

Monterrey, Nuevo León, a 30 de noviembre, de 1980.
A quien corresponda.
Presente.
Escribo estas líneas, esperando, se encuentre bien de salud, en compañía de toda su familia, que nosotros, gracias a Dios, lo estamos.
Le contare, que conocí a un joven, en una fiesta, donde había risas, baile, luces parpadeantes.
Yo había ido, obligada por una amiga, que se apenaba, de llegar sola a una reunión.
La fiesta, era para recabar fondos, para la graduación, de la generación, donde mi amiga estudiaba.
Por lo tanto, yo no conocía a nadie de la tertulia.
Salí de la pista de baile, a un balcón, donde las estrellas del cielo, me eran más acogedoras.
Se acerco un joven, al sitio donde me encontraba.
Ya pensaba una disculpa discreta, para retirarlo, y es que no deseaba bailar esa noche.
Y el estudiante, en lugar de invitarme a bailar, se puso a admirar la noche; como si eso fuera, lo más importante, de esa velada.
Entonces, siento picado mi amor propio.
Ahora, ira por mi cuenta, que me saque a bailar.
Le sonrío, comento cualquier cosa baladí; y el se abre, mostrándome un sorprendente mundo interior, lleno de sorpresas.
Me cuenta sus gustos en música, literatura y filosofía.
Yo, tan acaparadora de las pláticas, lo escucho, embelezada.
No puedo creer, la gran suerte, que el destino, me deparaba esa noche.
Ante mi, un diamante, y pulidito.
Empezamos a salir, primero como amigos, y luego, como novios.
Sus presentes, invariablemente, eran libros.
De autores como Nietzshe, Dostoievski, Platón, Sófocles, Khalil Gibran, Hermann Hesse, León Tolstoi, Rabindranath Tagore.
Me enamore de su forma de ser, de su forma de ver la vida.
Solo estaba pensando en el, tratando de adivinar, que haría, donde estaría, y con quien.
Cuando en mi cumpleaños, me regalo, el libro, Los secretos Pitagóricos (la enseñanza secreta de Pitágoras), de la edición 1920, de Argentina, decidí, que todo el resto de mi vida, deseaba pasarla, junto a el.
Porque siempre tendríamos temas de que platicar, planes que llevar a cabo, de común acuerdo.
Solo tendría que esperar, que terminara su carrera, y aun, le faltaban tres años.
Mis tías, pegaron el grito al cielo.
Porque, “novia de estudiante, jamás esposa de titulado”.
Una tía, fue más lejos, y una tarde, me contó el siguiente cuento:
Una pareja de novios, que se querían mucho, recibieron la infausta noticia, de que el joven, moriría muy pronto, por una enfermedad incurable.
La pareja de tórtolos, hacen el pacto, de no dejar que sepulten el cuerpo.
En una vitrina, estará años y años, con una preparación especial, que impedirá, su descomposición.
Hasta que se logre descubrir, el método de resucitarlo y curarlo.
La novia, se pasa día, tras día, cuidando la vitrina que, contiene el cuerpo del novio.
Siempre, le limpia con amor, el polvito, que cae sobre el vidrio, y las paredes de madera.
Después de un tiempo, inmensamente largo, se hacen descubrimientos, que permiten resucitarlo, sin peligro para el joven.
La novia expectante, temblando de dicha y felicidad, se acerca, al que acaba de despertar, de un sueño mortal, para entregarle, todo su amor guardado, por tantos años, solo para el.
Trata de abrazarlo, pero el, la rechaza bruscamente, empujándola, lejos de el.
Y volteando la vista, a los doctores presentes, les pregunta…
-¿Y esta viejita, quien es?
Después de escuchar este cuento, narrado por mi tía, con muy mala bilis, opte, por dejar de andar proclamando mi amor.
Total, eso es cosa de dos.
El tiempo pasó volando, para eso contábamos con el teléfono, las citas al cine, café, nevería, parques, playa. Si hasta parecíamos esposos ya, solo nos faltaba, vivir juntos.
Cuando se titulo, al mes, nos casamos.
Y entonces descubrí que eran más las coincidencias, que había en nuestra relación.
Como aquella vez, que tuve una aparición, de una dama de luz, o la aparición de luz, en forma de dama, que me señalaba, y me indicaba, que me le acercara.
Yo opte por huir.
Intrigada, fui y se lo conté a mi esposo.
Su reacción, fue:
-¿para que me lo cuentas?
Regresa a ese sitio, donde tuviste la aparición, y pregúntale que desea.
Lógicamente, el fenómeno paranormal, había desaparecido.
Mi esposo, me aconsejó, que como es seguro, que otro día, vuelva a ver, esas apariciones, no se me olvide preguntarle, en que puedo ayudarle.
Que no les tema, ni a ellas ni a los difuntos. Que mejor, le tema a los vivos, porque esos, esos si, me pueden hacer daño.
Tiempo después, nos dio, por practicar el mimetismo, hasta que lográramos dominarlo.
Nos íbamos al campo, en donde, por un buen rato, nos dedicábamos a observar, nuestro entorno, percibiendo, cada mínimo detalle.
Después, uno de nosotros, se mimetizaba, con el ambiente, que nos circundaba.
Mientras, que el otro, cerraba, por un breve rato, los ojos, para después al abrirlos, tratar de adivinar, en que nueva expresión de existencia, se había convertido, el compañero mimetizado.
En ocasiones, me camuflageaba en una flor, una liebre, una mariposa, una pitaya, una tuna, o unas gotas de agua, que tremulas, recorrían el cuerpo moreno de mi esposo.
El se convertía, en un pájaro carpintero, un arbusto, un chapulín; un escarabajo, de brillantes colores, como el verde esmeralda.
O en un minino ronroneante, en un fruto cítrico, como el limón. Un mango jugoso, y aromático. En toda una gama de exquisitas, y lujuriosas, formas de existir.
Y era motivo de regocijo, nuestro reencuentro, con aquella parte de nuestro ser, que nos complementa, en esta vida terrenal.
Nos preguntábamos, quienes, de los especimenes, que nos rodeaban, estarían, también mimetizados, y serian, testigos indiscretos, de nuestro amor.
Por lo mismo, teníamos, la certeza, de que debíamos respetar la vida, que de manera exuberante, se brindaba a nuestros ojos.
Y jamás, por ningún motivo, debíamos dañarla, o destruirla.
Llego el día, en que mi esposo, me contó, que había descubierto, que a las seis de tarde, en una colina, aparecía un puente, que solo duraba unos minutos.
En donde seres luminosos, lo invitaban, a pasar, a otra dimensión.
Solo una condición imponían, que ya no podría regresar.
Que el que entra ahí, nunca sale.
No había aceptado, de inmediato, la oferta, por no dejarme, después de todo, teníamos muchos años de juntos, recorrer el velo de varios misterios.
Nuestros lazos de amor, eran tan fuertes, que solo, con gran dolor, podríamos romperlos.
Mas, el deseaba, conocer esa otra frontera, que de un modo muy especial, le estaba brindando esa oportunidad.
Después de meditarlo, por un lapso breve de tiempo, le di la grata noticia, de que me uniría, con gusto, a esa nueva aventura.
Solo le pedí, que me dejara escribir unas líneas, para que se supiera, que es lo que había pasado con nosotros, que ni un rastro dejaríamos.
Por lo tanto, al estar usted leyendo, esta misiva, significa, que ya hemos pasado a otro nivel de conciencia.
Me despido, agradeciendo su amabilidad, al compartir ahora, este gran secreto.
Suya por siempre.
Quien buscándose, se pudo encontrar, en todo, lo que la rodeaba.




VIDAS ENTRELAZADAS

Nací en el año de 1918, en Doña Cecilia, hoy ciudad Madero.
Mi padre llego aquí, huyendo del movimiento revolucionario; una hermana le había sido arrebatada, en una incursión de fuerzas armadas.
El era oriundo, de un lugar cercano a Rio Verde.
En ese lugar, antes de escapar, mi abuelo y el, enterraron, el cuero de un becerro, retacado de monedas de oro.
Y a pesar de las innumerables ocasiones, en que mi abuelo y mi papá, volvieron y buscaron ese tesoro, no lo pudieron encontrar.
Que dizque, porque lo enterrado, siempre cambia de lugar, como que camina.
Comprobando, que del oro, ni sus luces, papá trabajo en la fábrica de latas.
Posteriormente, en la Planta de Parafina, donde lo dotaban con unos zapatos de madera, macizos a morir.
Cuando aquí, abundaban los zacatales, sobre todo el “Guinea”.
Había bailes, de continuo, y así, también de continuo, eran los hallazgos de cadáveres, en los montes.
Por lo regular, de gente, que nadie podía identificar, por ser un tiempo, donde muchas personas del interior del país, llegaban a estos lugares, buscando trabajo.
Existía una mujer, que viviendo sola, en una muy pequeña casita de madera, rodeada de los altos matorrales, intrigaba; por no mantener amistad con nadie, y no notársele, de que se mantenía.
Jamás, se le vio en compañía alguna, ni de hombre, ni mujer, niño o anciano. Era todo un misterio esa mujer.
Gustaba siempre andar con vestido largos hasta el tobillo, invariablemente de color blanco. Y sus cabellos largos, sueltos, cayendo por su espalda, como invitando al amor, al moverse al ritmo de su cuerpo altivo, y que provocaba, ardientes evocaciones.
Se observo, que por un tiempo, como de dos años, la casita de esa mujer sufrió deterioros visibles, de abandono.
Se formo una comitiva, de unos 4 o 5 vecinos, y decir vecinos, es exagerar, porque todos los solares eran de 100 por 50 metros; y se metieron a indagar, que había pasado, con esa persona, no fuera, que estuviera muerta, en su interior.
Solo Chole (la soledad), recibió a los curiosos.
Después de esto, al poco tiempo, se encontraron unos huesos, cerca de ese solar, y se dio por asentado, que eran de esa desdichada mujer.
Mi padre, tenia unas vaquitas, que llevaba a pastar diariamente, y en una ocasión, en que se le anocheció, mas que de costumbre, regresando por entre lo enmontado, encuentra a esa mujer, como a unos 100 metros, de donde el hiba con sus animales.
La aparición le hacia señales de que se acercara.
Mi papá sintió las piernas engarrotadas, como si lo hubieran incrustado con un mazo, en el suelo.
Si no podía correr, menos caminar.
La mujer de blanco, al notar que mi padre no se movía, empezó a acercarse a el.
A mi papá las mandíbulas, se le trababan, y no acertaba a responder ante aquella mujer de blanco, que cada vez estaba mas cerca de el.
Cuando la tuvo tan cerca, que casi podía tocarla, logro dificultosamente pronunciar las siguientes palabras:
-¿Eres wüila o wüilota?
Y par de cachetadas, recibe como respuesta.
Con el tratamiento, logra hablar mas claro, y repite la pregunta:
-¿Eres de esta vida, o de la otra?
Y la mujer, a carcajadas, le responde que de esta vida; pero que si aun lo dudaba, otro par de cachetadas, se lo confirmarían.
Mi papá siguió su rumbo, razonando, que con esa mujer, mejor de lejecitos.
Después de unos años, de nuevo la casita, lucia abandonada.
Comentándose las apariciones de esa mujer de blanco, en las noches por las calles de la Hipódromo, de la Loma, y en la parada del tranvía, en el siete y medio.
A los motoristas, les marcaba el alto, y al detener el tranvía, ya no estaba la mujer.
Mi papá comentaba que no deseaba topársela de nuevo, porque si continuaba con vida, lo cachetearía por miedoso; y si ya estaba muerta, del susto lo dejaría trabado.
Tiempo después, mi papá se caso, y es cuando yo nací, su primer hijo varón.
Mi madre murió de parto, y mi tía Maria, le ayudo a mi papá a criarme.
Mi papá se volvió casar, y nacieron mis cuatro hermanos, tres hombres y una mujer.
Estudiamos en la escuela primaria Art. # 123, la que esta por refinería.
En la secundaria nocturna la # 11, única secundaria, aquí en Madero, por esos años.
Mi hermana Cheva, continuo con sus estudios en la “Academia Gregg “.
Fue en esa época, cuando en compañía de sus amigas, se hiba a los bailes, era asidua al Casino Miramar, el cual tenia el techo de palma. Al Villa del Mar, que era de dos pisos, de madera.
Tocaban las orquestas de los “Gatos Negros “, la “Samuel Pegueros “, “L a Tampico “, “La Marimba Bomberos”, y la “Marimba Cecilia “.
Eran las que “se rifaban “para alegrar los bailes.
Mi hermana Cheva, y sus amigas, también asistían, al ‘Maderos Club “, que estaba arriba, de lo que hoy es ‘La Hogaza”.
Eran los tiempos, en que grupos de señoritas, podían andar de noche, sin temor, de que alguien les faltara respeto.
Mis hermanos varones y yo, nos íbamos a la parcela de un tío; llevábamos un burro, para cargar en el, nopales, calabacitas, aguamiel, y pulque, porque cerca había moliendas de caña.
La parcela de mi tío, estaba por la carretera nueva a la playa, rumbo hacia lo que luego fue el recreativo.
Esas salidas, las llamamos mis hermanos y yo, “ campear’.
También acompañábamos a mi papá a surtir el mandado en Tampico.
Nos íbamos en el tranvía.
De primero, el tranvía solo llegaba a los terrenos, de lo que hoy es la entrada a la Camelia, de ahí se pasaba por un puentecito de madera, a cuyos lados, se vendían recuerditos, como conchitas y caracolitos. Al llegar a la playa, nos recibía el olor a churros y pescado frito.
Posteriormente, el tranvía, tuvo su terminal hasta la playa, y las siguientes paradas, eran la Camelia, Refinería, el 7½, la de la Loma (hoy Col. Hidalgo), la parada del Cangrejo, la de la Vicente, la de la Dinamarca, la del centro de Madero, ubicada frente a la cruz roja, la del Árbol, y de ahí seguían las siguientes paradas a Tampico. Los tranvías eran amarillos, posteriormente se introdujeron unos verdes.
Con un boleto, había derecho a la ida y vuelta, de la playa a Tampico, y viceversa.
Había dos corridas especiales, para los trabajadores, el llamado el doble, porque se unían dos tranvías, que a la altura de donde esta ubicada hoy la clínica, salían del turno; a las 12 del día, 4 y 7 de la tarde.
También había una estación de tren, de la Barra, pasaba por atrás de la Galeana, y llegaba hasta Tampico.
Existía también el tranvía llamado ‘El 100”, que venia de la playa. Era de carga de mercancías, como cuando llevaba durmientes, para la reparación de las vías. Contaba con un tanque de chapo, de asfalto, tenia una casetita, con una campanilla, que anunciaba su paso. No levantaba pasajeros, solo durante el tiempo posterior inmediato al ciclón del año 55, que presto sus servicios al público en general, mientras se arreglaban las líneas de luz del tranvía regular.
Nosotros surtíamos la despensa, en la “Casa Nicanor”, que se localizaba frente al “Café Mundo”. Disfrutábamos de las carreras de caballos, que se realizaban cerca de nuestra casa, cada fin de semana, motivo por el cual a nuestra colonia, se le quedo el nombre de “El Hipódromo”.
También había carreras de Go-cars, que eran unas carreras de carros chiquitos, pero solo hubo por un corto tiempo. Y se efectuaban, por donde hoy es informática.
Había por esos terrenos, una poza grande, y los muchachos gustábamos bañarnos en ella.
Hubo ahogados en esa poza, y mi padre, nos prohibió, seguir frecuentando ese lugar.
Tiempo después, nos distraíamos, al asistir al campo de béisbol “H. Morris”, que estaba ubicado a la entrada del 7½. Hubo memorables encuentros, con participaciones de destacados jugadores, como los del equipo ‘Los Bravos de Ciudad Madero”.
Un tío me propuso trabajar en la refinería “La Pierce”, que se ubicaba en terrenos, donde hoy es la P. J. Méndez, esquina con la Avenida Obregón. Era una gran extensión la que ocupaba, porque contaba con grandes tanques de almacenamiento.
Pero yo, como mi padre, llegado el tiempo de ganarme la vida, trabaje en la planta de parafina.
En caso necesario, tenia la atención medica en el hospital de PEMEX, que era de madera, y se localizaba, en lo que hoy son los campos de golf.
Me case, y al nacer mi hija, toco de nuevo la fatalidad a mi vida, quedándome viudo.
Fue cuando sentí en carne propia, lo que mi padre vivió, al nacer yo.
Me ayudo mi tía Eusebia, a criar a mi bebita.
Continué trabajando, para mantener a mi primogénita.
Por un tiempo, viví en E. U., continuaba mandando dinero para los gastos de mi hija, no dure mucho del otro lado del charco.
Extrañaba a mi familia, a mi hija, las calles de Madero, el modo de ser de la mujer mexicana.
Deseaba tener un hogar, un sitio que fuera mío.
Y no hay mejor lugar, que donde uno nace.
Después del trabajo, los fines de semana, me hiba a distraer; y una noche, que andaba por las calles de la colonia Árbol Grande, distinguí a una mujer, de cabello largo y vestido blanco, que caminaba presurosa.
Recordé la experiencia de mi papá, y como yo me las daba de muy conquistador y valiente, decidí seguirla, con el argumento de que si estaba viva, la cortejaría; si era un fantasma, yo no me asustaría.
Camine mas de prisa, para darle alcance, y ella más veloz, no me permitía fácilmente acercarme a ella.
Solo se escuchaban nuestros pasos, por esa calle, a esas horas de la noche.
Yo empecé a hablarle, “señorita, señorita, no tenga miedo, solo quiero conocerla, platicar, permítame tantito…
Llegamos a una larga barda, y ella empezó a brincarla, en eso yo logre agarrar el borde de su vestido, no lo hubiera hecho.
Volteo a verme, y ¡oh, espanto! tenia cara de caballo.
La solté, horrorizado, terminó de pasar al otro lado de la barda, dejándome ver que en lugar de pies y piernas femeninos, tenía una larga pata de gallo, y la otra, era pata de chivo, y quedo en el ambiente un olor a azufre.
Con tan fuerte impresión, sentí como si me despertara de un letargo, y reconocí, que era la barda del cementerio.
Ya en casa, al relatarle a mi padre mis peripecias, movió la cabeza en señal de desaprobación, y me insto buscar mujer, pero de día, porque de noche, podría encontrar puros sustos.



Nací en el año de 1925, en Doña Cecilia, hoy Ciudad Madero.
Mi familia estaba compuesta, por mis padres, y nosotros, seis hijos.
Vivíamos en la Vicente, cuando las calles eran de pura arena blanca, y había mucha hierba en los solares, de la llamada saladilla.
Ya había agua potable, pero para tomar agua, preferíamos comprar la que traían en latas, los carretoneros, que era agua de vapor, de refinería o de talleres.
La leche, se vendía en cantaros grandes, que eran transportados en caballos.
En nuestra casa, al frente, colgaba un letrero, que decía, “Música de Jazz” y mi papá, era el que hacia los contratos, por ser el dueño del conjunto.
Practicaban en un gran cuarto, las melodías, y se impregnaba el ambiente, con los sonidos de la tambora, banjo, violín, cornetín, contrabajo…
Pero éramos una familia numerosa, como para poder sobrevivir con solo las entradas del talento artístico de mi papá.
Así, que mi mamá, empezó a trabajar.
Papá pasaba muchas horas del día, sin la compañía de mi mamá.


Y no falto, quien se acomidiera a hacerle más placenteros sus ratos libres.
Al saberlo mi madre, solo basto que le dijera a mi papá, “me han contado, lo que haces mientras estoy trabajando” para que recibiera tal tranquiza, que estuvo en cama, con accesos frecuentes de tos, que la ahogaban, y vómitos de sangre.
Solo abandono el lecho, para ser velada, en casa de mi abuelita Evarista.
Mis tías Raymunda y Magdalena, primas-hermanas de mi abuelita, que vivían en Tampico, vinieron al velorio, y a mi papá, lo maltrataron bien y bonito, que hasta de guantadas le dieron.
Pero eso no quito, el que habíamos quedado huérfanos de madre, seis criaturas, la mayor de 11 años.
La más pequeña, solo tenia 10 meses de nacida, se llamaba Mariquita, de ojos azules, pelo rizado, del color de los pelos de elote.
Nos quedamos a vivir con unos tíos, los cuales eran muy estrictos y secos. Eran así, porque mi abuelita, los crió parcos de cariño.
Si nosotros sus nietos, queríamos ser cariñosos con ella, nos apartaba con brusquedad, y replicaba:
¡Aplácate, aplácate!, ¿No ves que esos son besos del diablo? Si esta escrito, como Judas, traiciono a nuestro señor con un beso.

Así, que ya se imaginaran como eran mis tíos.
Mi hermanita Mariquita, solo duro un poco mas del mes, después de que murió mi mamá.
Aun no tenía el año de edad.
Decían mis tíos, que mi mamá se la había llevado.
Yo tenía en ese entonces, 5 años, y una vez que quemaban ramas en el patio, vi como mi mamá, me llamaba, parada al centro de las llamas.
Me quise meter a esa hoguera, pero mis tíos me lo impidieron.
Cuando por las mañanas, empezaba el trajín, en un cuarto, empezaba a desenredar con dificultad mi cabello, mi mamá se me aparecía, y con mucho amor, tomaba ella el cepillo y me peinaba, dejándome inmensamente feliz, por haber estado con su compañía.
Me hizo prometerle, que ha nadie le contaría que ella seguía en la casa.
Pero mis hermanas mayores, maliciaban que algo estaba pasando.
Porque deseaba tanto estar a solas en ese cuarto, y como le hacia para quedar mejor peinada, que ellas.
Se pusieron a espiarme, y pusieron en aviso a mis tíos, que yo hablaba sola, y que me imaginaba a mi mamá.
Dieron en cerrar con llave ese cuarto.
Aunque llore a grito abierto, de nada me valió.
Mis tíos dijeron, que como mi mamá ya se había llevado a una de sus hijas, ahora también quería llevarme a mí.
Mejor vendieron el solar, con su casa de madera, y compraron otro, por la calle Francia.
La nueva casa, también era de madera, y tenía el techo de lámina, con piso de “machimbre”, pintado de amarillo.
Cuando íbamos a un mandado, a unas cuadras de distancia de la casa, mi tía escupía el piso, pisaba esa humedad, y nos advertía, tienen que volver con lo comprado, antes de que se seque la saliva. Recuerdo que estaban “El Otoño”, donde hoy es el “Fénix”, el de la plaza Vicente.
El negocio “El Levante”, por la 13 de Enero, que era tienda, molino y tortillería.
Y la botica “El Obrero”, por la primero de mayo, después esa esquina fue panificadora, y actualmente, una casa de empeño.
Mi papá esporádicamente nos visitaba, y a mis tíos, una muy pequeña ayuda, daba para el gasto.
En un cuarto de techo alto, acostumbraba dejar alguna ropa, colgada de unos clavos.
Y tardaba, para volver a ocupar aquella ropa.
En una de esas visitas, mi hermana Goya, que tendría unos 7 años, vio que mi papá traía pesos de plata.
Al paso de los días, urdió subirse a una silla, para alcanzar el saco de mi papá y tomar dos pesos.
Me invito a mi, a ir con unas amigas suyas, y gastarnos aquel dinero, en dulces y golosinas al por mayor.
No logramos comernos tantos confites, y regresamos a la casa, con las bolsas de nuestra ropa, todavía llenas con lo comprado.
Y empezó el interrogatorio.
-¿De donde agarraron el dinero, para comprar eso?
Mi hermana Goya, nombro a una señora, que era muy amable con nosotras, pero como su marido era un borrachito incorregible, que no dejaba ni para los gastos de su casa, mis tíos no le creyeron.
Llego en ese momento del interrogatorio, mi papá, y le preguntaron si no le faltaba algún dinero.
¡Y si le faltaba!
Yo me defendía, con “no pos, yo no, fue ella”, y señalaba a mi hermana.
Y mi hermana Goya, “pero bien que me acompañaste, y de todo comiste”.
Nos salieron muy caros esos dos pesos de plata.
Primero, una buena tunda, y luego, nos hincaron en el centro de la casa.
A mi hermana Goya en cada mano, le pusieron una plancha de carbón, vacía, pero no por eso dejaba de pesar.
A mi, por ser mas pequeña, solo unos ladrillos en cada mano.
Mis tíos, se sentaban por turno, para vigilar, que se llevara a cabo el castigo.
Solo me dejaron un par de horas castigada; a Goya más tiempo.
Ella suplicaba: ¡Ya levántenme el castigo!, ¡les prometo no volverlo a hacer!
Y mis tíos, impasibles, “No, te falta mucho todavía, para que a la otra lo pienses muy bien”.
“Quien dijera, una niña de 7 años, y tan langara”.
Ya cuando nos levantaron el castigo, nos advirtieron, que por ser la primera vez, nos habían puesto un castigo suave, pero que para la otra, con las mismas planchas, pero calientes, nos quemarían las manos.
Desde luego, si les creímos.
Si por unas maldiciones, dichas por mi hermana Obdulia, la Dula, de 9 años, le restregaron un carbón caliente en la boca.
Tiempo después, me inscribieron en la escuela “Leona Vicario”, era para puras mujeres, los turnos eran de mañana y tarde, yo en la mañana.
Era de madera, como una cuartería.
Ya estaba la escuela Isauro Alfaro, de concreto.
En los fines de semana, le ayudaba a mis tíos con sus puestesitos, ya que tenían 3, dos frente a un cine, y uno en casa.
En esos puestesitos, se vendían cigarros de distintas marcas, como Montecarlo Extras, Montecarlo del # 20, que eran más económicos, y los cigarros de hoja.
También vendíamos chocolates, chicles, nueces, cacahuates, semillas, dulces y frutas.
Mis tíos, si había buenas ventas, me recompensaban con unas monedas.
En la escuela, yo era muy nombrada, porque entre las hojas de mis libros, llevaba moneditas de 10 y 20 centavos de plata, con los que invitaba a mis amigas, rebanadas de coco y de sandia.
Pero en tercer año, de primaria, me fastidio la escuela.
Ya no quise asistir.
Mis tíos me animaban, a terminar la primaria, pero yo ya había descubierto el valor del dinero.
Y francamente, era casi todo el día, lo que tenía que estudiar. Y de ahí, no salían moneditas de plata.
Me dedique a atender de lleno, los puestos de mi tío, como los 2 que estaban cerca del cine Juárez, que estaba ubicado frente a la cruz roja.
También había otro cine, “El Obrero”, que estaba cerca de la escuela Isauro Alfaro, por la Obregón.
También, empecé a ayudar a mis vecinas, en los mandados, y recibía buenas propinas.
De ahí, que mis tíos, me llamaban afectuosamente, como la “buscavidas”.
Meses antes de cumplir 18 años, nos inscribimos mi hermana Lupe, que era la mayor, y yo, en un concurso, que habría en la estación de Radio XETU, en Tampico.
Se calificaría por medio de votación.
El locutor anunciaba en ese programa los cigarros Montecarlo.
Hibamos a ensayar en ese programa antes del certamen, y nos corregían, señalándonos si presentábamos algunos errores.
Y yo participe con un tango, “El tango arrepentido”, y solo recuerdo que va así:

Un día te alejaste de mi lado,
sin dejarme ni un amor, ningún consuelo;
y con dolor, mi pobre corazón,
mi fe, mi corazón, toda mi vida,
la halle perdida, al encontrarme
sin tu amor.
Supe que te fuiste detrás de otra mujer…

Y como me decían mis hermanos, me arrepentí de haber concursado con ese tango. Porque de repente, mi mente quedo en blanco, y para mi vergüenza, se me olvido la letra, al estar concursando.
Mi hermana Lupe, tampoco tuvo suerte, ella desafino.
En ese certamen, ganaron “Las 3 Conchitas”, ellas cantaban puras piezas románticas.
Entraban siempre al escenario, cantando “somos conchitas del mar, de la playa de Tampico”.
Mis hermanas mayores se casaron, solo quedábamos solteros mi hermano Anselmo y yo,
Y decidí irme a vivir con un joven, que prometió quererme toda la vida.
Tuve a mi hijo Mateo.
A mi “amorcito”, le habían brotado los defectos como hongos, pero yo los aceptaba con resignación. Porque mi hijo solo tenia 2 años y necesitaba de su padre.
Una noche, llego tomado, trastrabillando, y gritando, ¿qué me ves?, ¿qué me ves? Y ¿soy o me parezco?, me dio tal andada de golpes, que en ese momento decidí abandonarlo.
Ya sabía, a lo que se expone uno si acepta, que lo golpeen.
Me refugie en casa de mi hermana Goya. Ella casada, y con dos hijos, me brindo el respeto de su hogar.
Me mantenía trabajando, como dependienta de un negocio.
Después de 3 años, conocí a alguien, que parecía una calca de mi vida.
Solo, con una hija, pero esta de 18 años, y también, como yo, se había quedado huérfano de niño.
Habíamos vivido tan cerca, el en la Hipódromo, yo en la Vicente; en mas de alguna ocasión habremos viajado sin conocernos, juntos pero no revueltos, en el mismo tranvía.
Y entrelazamos nuestras vidas.
Con el firme propósito, de darles a nuestros hijos, los que ya teníamos y a los futuros, lo que nosotros dos no tuvimos.
Un hogar.
Donde se sintieran aceptados, tal y como fueran, respetados, amados.
Donde tuvieran padre y madre.
Nos casamos, y poco tiempo después, la hija de el, que continuaba viviendo con sus abuelos, se caso también.
Y cada dos años, yo tenía un hijo.
Hasta completar diez en total, siete mujeres y tres varones.
Como me daba gusto guisar grandes ollas de comida, para mis muchachitos, que al llegar de la escuela, se lavaban las manos corriendo, y aterrizaban en el comedor.
Me agradaba tenerles su comida caliente a sus horas; que no se les fuera a pasar el hambre.
Mi esposo, agradecía siempre a Dios, por los alimentos que estaba sobre la mesa, y a nuestros hijos les decía, denle las gracias a su mamá, porque ella preparo la comida.
A mi viejito, y a mis hijos, siempre los tenia limpios y planchaditos sus ropas, tan bien almidonadas, que al caminar, se escuchaba ¡chac, chac! Por el roce de las telas.
Mi hijo el mayor se caso primero que todos, y pronto tuve nietos, tres.
Cuando tenía 41 años enfermo gravemente del hígado.
La libro muy apenas y salio del hospital, con un temblor en las manos, extremadamente pálido; con la orden estricta de tener mucho cuidado de su salud.
Una tarde, que los fui a visitar, vivían como a seis cuadras de mi casa, en un solar que habían comprado, encontré a mi hijo, tirado en el piso, solo.
Su mujer, se había llevado a sus hijos, a visitar a sus abuelos maternos en Jalapa, y mi hijo, ya tenia días sin comer y con los ánimos bien apachurrados.
Lo convencí de llevármelo a mi casa.
Estuvo dos meses en cama, con sueros, vitaminas y medicamentos.
Pero ya era muy tarde.
Empezó con vómitos de sangre, y cuando hiba al baño, hacia pura sangre prieta; como si el hígado, se le saliera poco a poco.
Su mujer y sus hijos, al llegar de vacaciones, me ayudaban a cuidarlo.
Mi esposo y mis otros hijos, ya casados, estaban al pendiente, de lo que se le ofreciera a mi hijo el mayor.
Mi hijo Mateo, tenia un perro, de unos seis años de edad, de raza corriente, cruzado con de la calle; el animalito se pasaba todo el tiempo, por fuera del cuarto de mi hijo, echadito, bajo la ventana, donde su dueño estaba moribundo.
Una noche, escuché al pájaro muertero, cantar, estaba parado en los cables del teléfono; se oía su acompasado ¡clap, clap!; que anunciaba la llegada de la muerte a una casa.
A nuestra casa.
Salí, me brotaban lagrimas de rabia, y lo apedreé, diciéndole, ¡lárgate, ave de mal agüero!
¡Lárgate, mi hijo no se me va a morir todavía!
Por la mañana, mi hijo Mateo, me pidió, que le tendiera algo en el suelo porque sentía que la cama, lo cansaba mucho.
Una comadre, con mirada triste, me explico que es porque el cuerpo ya pide suelo, tierra. Ya quiere descansar.
Ese día murió mi hijo, mi primer hijo.
Solo tenía 42 años de edad.
Sentí un dolor tan grande, que ha nadie se lo deseo.
Ni a mi peor enemigo.
Al ver como lo sepultaban, saque fuerza de flaqueza, y en lugar de reprochar al cielo, el porque de la situación, solo gritaba con inmenso pesar:
¡Dios mío, tu me lo diste, tu me lo quitaste ¡
¡Hágase tu voluntad ¡y ¡ Ten piedad de mi ¡
Se hizo el rezo del novenario en mi casa.
El perrito, tan fiel a mi hijo, no se hiba a casa de mi nuera y nietos.
Seguía por fuera del cuarto donde falleciera mi hijo.
Dejo de comer, y muy poquita agua tomaba.
Como al mes, murió el perrito, tal vez de tristeza.
Mi nuera, aun no cumplía el año de viudez, y abandono a sus hijos; un varón de 17 años, el de 14 en secundaria, y la niña, de 15 años, para irse a vivir con “un nuevo amor”.
Mis nietos, no quisieron seguirla.
Al año y meses de que murió mi hijo, mi esposo enfermo gravemente.
Ya tenía tiempo que se agitaba al caminar; le habían detectado angina de pecho, y tomaba sus medicamentos para eso.
Pero cada vez más, le faltaba la respiración, como que se ahogaba.
Después de varios estudios, una noticia terrible. Ahora también le diagnosticaron enfisema pulmonar, y es que por años, había fumado en demasía.
No se quiso internar. Para que, si para lo avanzado de su enfermedad no existía remedio.
Ya había interrogado a su nieta la doctora, y le había dicho: a mi háblame derecho, no me andes con tantos rodeos, ni con chuchulucos.
Estuvo con suero, medicamentos dilatadores de los bronquios, expectorantes y oxigeno; todo en nuestra casa.
Después de pocas semanas, se fue agravando cada vez más.
Los últimos días, pedía tenernos alrededor de su cama; a nuestros hijos y a mi.
No nos quería parados por su cabecera.
Decía: No, ¡aquí, donde yo los vea!
Si por eso no me quise internar.
Quiero que sea lo último, que mis ojos vean.
A mi esposa, y a mis hijos.
A mi me dejo instrucciones, de cómo debía manejar el hogar.
En sus últimas platicas, me recalcaba:
Ya no eres la mujer sola con un hijo pequeño, que conocí viviendo en casa de tu hermana Goya.
Ahora te dejo donde vivir. Y con bastantes hijos, todos casados y con estudios.
No creo, que tengan el corazón tan duro, que un vaso de agua, y un taco de comida te nieguen.
Ahí te encargo a mis muchachitos, tenles paciencia; pero que te digo, si tu mejor que nadie los conoce.
Y murió mi viejito, dejándome tan triste.
Fue mi compañero amoroso y comprensivo, durante casi 40 años.
Además, un hogar se sostiene en dos pilares; y en el nuestro, el mas grueso, ya había caído.
Ahora, me tocaba a mí ser fuerte.
Se hizo el novenario en la casa.
El ultimo día, el de la levantada de la cruz, me metí al cuarto, que por tantos años escucho nuestras confidencias, para buscar unas cosas que hacían falta, y encontré a uno de mis nietos, el de 4 años de edad, cuyos padres, son uno de mis hijos y mi nuera; ellos andaban acomodando las sillas para recibir, a los que nos iban a acompañar, en el ejercicio religioso.
Veo, que el pequeño, mira fijamente el lecho vacío, y mueve sus labios de manera casi imperceptible.
Le pregunte, ¿que haces Betito?
Y su contestación, me conmovió.
Que platicaba con su abuelito, y señalándome la cama, me narraba mi nieto, ahí esta mi abuelito, y me esta dando muchos consejos, que me porte bien, que obedezca a mis papas, y que los quiera mucho.
También me dice, que siempre estará cuidándola, abuelita.
Recordé, como de niña, yo también podía “ver”.
¡Como quisiera poder hacerlo de nuevo!
¡Tener esa inocencia!
Tomé a mi nieto de la manita, y le pedí que me acompañara a rezar por el alma de su abuelito, ya que un buen niño debe ser, tal y como se lo acababa de pedir su abuelito.





DOñA PILITA

Cuando rentábamos en las orillas de Altamira, en la cuadra donde estaba nuestra casa, la mitad de ella estaba ocupaba por una gran propiedad, cuyo dueño, señor bajito, rubicundo, tenia un hijo, de un anterior matrimonio, que tomaba mucho. Su actual esposa tenía una hija, ya casada, que vivía en otra ciudad.
La casa de ese matrimonio, ya entrado en años, era grande, de madera, edificada sobre unos postes de madera, y la había construido, en la esquina. Tenia piso de madera, techo de lámina.
Le habían hecho unos cinco escalones de cemento, para poder entrar a la casa, por lo alta que quedo fincada.
Ese solar, tenía gran cantidad de árboles de mango, aguacate, y uno que otro limoncillo.
Al centro del solar, tenían construida una casa mucho más pequeña, con piso de tierra, que rentaban a un matrimonio, que no tenía descendientes.
El dueño del solar, tenia mucho problemas con su hijo, y reuniendo una considerable cantidad de dinero, se la entrego, con la condición de que se estableciera en otro lugar, quedando entendido, que esa había sido su herencia por adelantado.
Al paso de los años, murió el señor, la señora, y los hijos de estos quedando en el solar, el matrimonio que les rentaba.
Mientras se decidía a quien de los descendientes, correspondía la propiedad.
Era una pareja, no muy jovencitos, como que ya no se cocían al primer hervor, los dos muy delgaditos, menuditos, bajitos, ella siempre de rebozo.
Le decíamos, “Doña Pilita”.
Sacaban para irla pasando, de las “curaciones” y “barridas” que realizaba la señora.
Para ella, existían dos tipos de espantos muy malos.
El susto por agua, o sea andarse ahogando, y el de víbora.
Y ya todos los demás, eran sencillos de curar.
Ella empleaba hierbas, como la ruda, romero, hierba del negro, pata de vaca, toronjil, manzanilla, y albahacar; el clásico huevo de gallina, la piedra lumbre, y si no había más, hasta un limón la llevaba.
En el solar, ella había sembrado sus hierbas curativas, y también criaba gallinitas.
Hiban hasta en carros lujosos a buscarla, porque dizque era muy bueno, para eso de las “curadas”.
Cuando “barría”, para curar un susto, hacia lo siguiente:
Preparaba una escoba con hierbas de curación.
Le pedía al cliente, que se parara al centro de la casa, sin zapatos.
Le agarraban con los dedos índice y pulgar la punta de la nariz, y con suavidad, se la movían de un lado a otro.
Exclamaba, ¡si, no cabe duda!
Estas bien asustado, traes un asombro bien grande.
Se nota en las narices aguadas que te cargas.
Pos como no quieres sentirte malo. Pero ya veras como te compones.
Con solo tres barridas quedaras como nuevo.
Y que bueno que viniste pronto, porque luego el susto se va al estomago, dejas de comer, y enflacas cada día mas.
Y no hay medicina que te alivie. Y es que el susto, solo con hierbas se saca.
Le indicaba al “asustado”, que no se estuviera moviendo, que cerrara los ojos, y mantuviera los brazos caídos, a los costados de su cuerpo.
Agarraba la “escoba de hierbas”, con su mano derecha y empezaba dibujando tres cruces, en la cabeza del cliente; una en la sien derecha, otra en la frente y ultima en la sien izquierda, mientras decía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o sea, que estaba invocando su ayuda.
Esto solo se hacia al principio de la curación.
Si era susto por difunto, porque el cliente refería que eso creía, porque algún familiar ya fallecido lo andaba importunando, o porque referían que tal o cual difunto les hablaba, a cualquier hora del día, los rezos de la curación debían ser puros padres nuestros, y con la recomendación, de que al llegar el cliente a su casa, pusiera en unos vasos con agua, flores blancas, y así protegiera cada cuarto donde el viviera. Que eso alejaría a los espíritus.
Si era un susto por cualquier otra cosa, rezaba padres nuestros y credos.
Después de persignarlo, tres veces con la escoba, rodeaba su cabeza, como sobandola, con las hierbas, y durante toda la barrida, no dejaba de rezar.
En los ojos, oídos y boca, hacia la señal de la cruz con las hierbas, y todo en continuo “barrer” hacia abajo, como quitándole algo.
Formaba la señal de la cruz en el corazón, unas tres veces, en el estomago, en cada “coyuntura” o articulación del cuerpo, como codos, muñecas, rodillas y tobillos, así como la nuca, y la rabadilla, ahí donde nace la columna.
Al llegar a los pies, pedía al cliente, que levantara un pie, y luego otro, porque hacia como que le quitaba algo de las plantas de los pies para recoger el mal que hubiera pisado.
Los “barría” tres veces, primero por el frente, luego por la espalda y terminaba de nuevo por el frente.
Tiraba las hierbas sobre unos periódicos que tenia en un rincón.
Asegurando, mírelas, quedaron “bien quemadas, bien prietas, es que están agarrando el mal que traes.
Y empezaba otras tres barridas, ahora con un huevo. Al terminar, lo depositaba con suavidad en una mesita.
Para “cerrar” la curación, tomaba entre sus manos fuertemente la cabeza del curado, primero de sien a sien, luego de la frente a la nuca, y la ultima vez, de nuevo de sien a sien.
Hablando de manera fuerte, decía lo siguiente en cada apretada de cabeza: ¡vengase …y aquí nombrada al cliente por su nombre de pila, como Juan, o Luís, no se quede !
El curado debía contestar ¡aquí estoy!, recio, las tres veces, que se le llamara.
Y remataba la curandera con un Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, tengan piedad y misericordia de tu alma. Así sea. Apretando fuertemente, de nuevo la cabeza del cliente.
Le pedía que la mantuviera tapada por un rato con un trapo, para que no fuera a agarrar un aire cruzado, ya recién curado.
Eso era para evitar, que en lugar de curarlo, quedara dañado.
Decía doña Pilita, que no se deben abrir puertas, si después no sabemos como cerrarlas.
Si notaba que el espanto estaba” muy pasado”, porque ya tuviera mucho tiempo de haberse asustado el cliente, le recomendaba que mejor, había que “levantarle la sombra.”
Citaba al cliente, a las 12 del día le pedía que se acostara, en el piso de tierra, sin zapatos y lo curaba de la misma forma, que cuando barría a la persona de pie.
Y en un vaso de agua, ponía una pizquita de la tierra, donde el asombrado estuvo acostado durante la barrida, así como una pizquita de flor de ceniza, que agarraba doña Pilita de un fogón, porque ella guisaba con leña.
Esa agua preparada, ya asentada la tierrita y la ceniza, hacia que el cliente se la tomara, para así concluir con la levantada de la sombra, que tenia que llevarse a cabo, por tres días seguidos.
El huevo que se había ocupado en la limpia, el cliente, se lo debía llevar a su casa, hacer con el la señal de la cruz en la boca de un vaso con agua, y arrojar dentro la clara y la yema, tirando el cascaron.
El huevo dentro del vaso con agua, debía ponerlo bajo la cama, en el lugar que de costumbre le servia de cabecera, para que en la noche, siguiera recogiendo las malas influencias.
Doña Pilita, luego era solicitada para que “leyera” el huevo de la curación. Si se veían unos puntos o rueditas blancas a la yema, declaraba doña Pilita:
No te digo, si aquí esta, a alguien le caes bien mal, y señalando el punto, ¡pero si te tienen envidia!
Si se veían unos filamentos largos, que flotaran en el agua…
¡Si hasta tienen una foto tuya, con velitas ya!
Si el agua se veía muy turbia, eran “puras malas corrientes” y…
¡Has de haber pasado por donde hubo un accidente o un pleito! Pero no te preocupes, que ya todo va saliendo de tu cuerpo, con 3 curadas tienes, ya veras.
Y la piedra pómez, después de curar con ella, la ponía en las brasas a calentar; luego con unas tenazas la tomaba y empezaba a leerla.
Sacaba infinidad de historias, de lo que “veía en la piedra”.
La más impactante, era cuando aseguraba…
Aquí se ve un ataúd. Si no hubieras venido, dentro de poco, ya te estaríamos cafeteando.
Y doña Pilita, la hiba pasando, con penurias, pero sacaba para el “chivo diario”, con los grandes poderes de sugestión, que había que reconocerle, los tenia y en abundancia.
Su esposo era el encargado de regar plantas, cuidar gallinitas; después de las curaciones, el quemaba con la basura, todas las yerbas, que se habían utilizado.
Doña Pilita, contaba que en las noches, se daba ella misma, una “barrida”, para quitarse cualquier daño, que su cuerpo hubiera recibido, por haber ayudado a las personas.
Yo jamás vi discutir, pelear a ese matrimonio.
Marchaban por la vida con sencillez. Se deslizaban como las aguas mansas de un arroyo, apaciblemente, en armonía.
El solar seguía en pleito, que si unos herederos eran los dueños, que si los otros.
A doña Pilita, después de mas de 20 años, de haber muerto los dueños originales, le llego de mano de un abogado, una orden de desalojo.
Tenían dos opciones, o se salían a la voz de ya, o pagaban la renta, de muchos años e interés sobre interés, del cuartito aquel, achaparrado, que tenias que agacharte para entrar, con piso de tierra, lamina de cartón enchapotado, reforzada con plásticos , y paredes de puro retaceado, entre madera podrida, apolillada y pedazos de lamina, de latas de manteca.
La casa grande, vacía, desde que murieron sus dueños, amenazaba con caer por lo viejo, y un buen día, vinieron trabajadores, mandados por los herederos, y la terminaron de tirar. Quedaron como mudos testigos, los escalones.
Les hizo falta un marro, para poder destruirlos, y de plano, en un solar tan grande, en cualquier montículo se disimulaban.
Doña Pilita y su esposo, comentaron los amagos del licenciado a unos sobrinos que vivían en ciudad Mante, y ellos, les dieron un rincón de casa, en aquel lugar de Tamaulipas.
Nos despedimos con lágrimas en los ojos; es bonito tener buenos vecinos.
Yo los llegue a tratar por muchos años, casi desde que tenía uso de razón.
Los herederos, con el “tucuruchito” vacío, lo tumbaron, casi casi con solo el soplo de su aliento.
Pero continuaban en juzgados, en que si, en que no; en que seria mejor vender el solar.
No, porque les tocaría de a borona, ya eran muchos los descendientes.
Como murió la primera, segunda y tercera generación de descendientes, todo de complico mas.
Y estaban pendientes con el municipio los pagos por la introducción del drenaje al solar, así como por la pavimentación de los tres lados de calle que les correspondía; que daban una cantidad respetable de metros, que tenían que pagar los futuros dueños de aquella propiedad.
Y pasaban los años, y el solar enmontándose.
Había que cuidarlo por nosotros vecinos, porque no solo tiraban basura, sino hasta animales muertos, que había luego que enterrar ahí mismo, no hibamos a estar soportando malos olores.
Se criaron hasta tlacuaches, ratas y víboras.
Extrañábamos a doña Pilita, y a su esposo, don Poncho, que con una escoba hechiza, de puras zarzas, barrían seguido y tenían muy limpio el solar.
Unas vacaciones largas, andaban por aquí sus sobrinos, y nos trajeron malas nuevas de ciudad Mante, que habían muerto, primero doña Pilita, y pocos meses después, don Poncho.
Después de años de abandonado el solar, un diciembre, empiezan a tumbar árboles.
Que ya habían llegado a un arreglo los descendientes.
El nuevo dueño, un señor como de 65 años, con un par de años de jubilado, y propietario de varios negocios, comenta que ya se va a edificar en ese solar baldío.
Pero para eso, primero se tumbarían varios árboles enormes.
Una vecina me comento, ¡a ver como le va!
¿Y eso? Le pregunto. Si se ve que tiene billetes. Con la mano en la cintura, limpia ese solar y construye.
No es por eso, me recalca mi vecina Xochitl, es que por las noches, se ven lucecitas que parpadean en los árboles y entre los matorrales. Han de ser los duendes, y esos no se dejan tan fácilmente, tumbar sus hogares.
Yo me reí .Y le comente, vecina Xochitl, si los duendes son de Irlanda, no tienen nada que hacer en ciudad Altamira.
Doña Xochitl, me mira como diciendo,! en que mundo estas!, y me responde que a poco, no pueden viajar en las maletas y las ropas, de los turistas que llegan, y ya viendo tanta vegetación, pues para ella, que se han quedado muchos por estos lugares.
Mi vecina Xochitl siguió con su plática, que a un hermano de ella, cuando cortó un árbol de su solar, se le aparecieron duendecillos, no más grandes que un dedo índice, y le reclamaron por destruir su casa. Y que su hermano, cayó como fulminado por un rayo, y solo hablaba en sus delirios de los hombrecitos del árbol.
Que los doctores dijeran que eran otros los motivos de su muerte, era otra cosa, porque los familiares, bien que sabían la verdadera razón.
Bueno, le dije a mi vecina, ora si que ya estamos fruncidos. Si con los espantos, apariciones y supersticiones propios de nuestro país, ya teníamos.
Ahora, con los de otros países, pues a ver como le hacemos para descubrir como contrarrestarlos.
Ya no tenemos a doña Pilita, para que nos cure de espanto.
Que nos agarre “confesados” este intercambio de creencias en cosas sobrenaturales.
Pero oiga, no se acalambre, doña Xochitl, han de ser los ojos de los tlacuaches, esas luces nocturnas en los árboles. Pero por no dejar, no debemos pisar la tierra de ese solar, ya ve, como lo atravesamos para ir a la tienda, por acortar distancia.
Y quedamos en un “no hay que creer, pero tampoco dudar.”
Siguió la limpieza del solar. El dueño venia entusiasmado, a constatar los avances, diariamente.
Solo restaban unos 8 árboles, uno de ellos, era el mas grande, de mango, casi al centro del solar; se veía sombrío, como presintiendo su final.
Contrataron trascabos, que emparejaban aquella parte del terreno, que ya no tenía árboles, y en un camión, se llevaban a tirar las ramas, troncos, maleza y todo lo que estorbaba.
Cuando cayó a tierra el árbol más grande de aquel solar, pase por ese lado de la calle, y vi al dueño, que junto con sus trabajadores, admiraban la majestuosidad de aquel tronco caído, que para mí, tendría más de 40 años de antigüedad.
Y luego…
Se pararon las obras.
Se acabo el corte de árboles.
Se fueron los trabajadores.
El dueño ya no regreso.
Y empezamos los vecinos, con el, ¿qué paso?
No, pos si yo ya me imaginaba unos departamentos.
No, yo un gran estacionamiento.
Y el indagar de todos, aquí y allá, dio resultados.
Que el dueño, internado en terapia intensiva, estaba; unos decían por un descontrol en la diabetes, otros, que fue la presión alta, y una amenaza de embolia lo que presento.
Y mi vecina Xochitlmila, con su rin tintín;
cuchillito de palo, no corta, pero bien que malluga.
¿Ya ves? Los duendes.
Si el señor andaba tan contento. Y tan lleno de vida que estaba, ¿Cómo que ya se enfermo y tan grave?
Para que veas. Escucha y aprende. Si bien sabe mas el diablo por viejo, que por diablo.
Pero como yo no me dejo impresionar tan fácilmente, le respondo que lo mas seguro es que como andaba tan ilusionado y desde temprano se le veía de un lado a otro del solar; todo malpasado, asoleado, por eso se enfermo. No guardaba reposo, aunque traía trabajadores, eso a cualquiera mata.
No le busque vecina Xochitl, eso le paso de seguro.
Y a la Xochitlmila, que le gusta “que gane su gallo, aunque este jolín”, responde triunfante, que el solar sigue solo, y ya nada mas le restan 7 árboles, un numero mágico; y como no están tan chiquitos, así que debemos estar al pendiente, y ya veremos si ella tenia razón o no.
Pasan los años, volviéndose a enmontar el solar.
Yo me cambié de colonia, mis hijos se fastidiaron de tener que perder tanto tiempo, en transportarse al centro de la ciudad, y mi esposo los apoyo. Me dijo, total, rentamos aquí, rentaremos allá, la diferencia de la renta, se pagara con lo que ahorremos de tantos pasajes.
Después de un tiempo, voy a visitar a mis antiguas vecinas, y pregunto por la suerte del solar aquel.
Doña Xochitl, responde que el dueño no ha regresado, ni por la feria.
¿No querrá, o no podrá regresar?
Y que ahora salen con el cuento, que a la vecina Panky, que vive juntito a ese solar, una noche, ya pasada la media, sus perros, ladraban de un modo tan desesperado, que opto por salir a ver que pasaba.
La acompaño el marido, y sus dos hijos varones.
Agarrando firmemente a los perros de sus cadenas, se abocaron a buscar, porque ladraban tan fuerte los perros.
A que le ladraban.
Los dos canes, de la raza bull- terry, sacaban polvo del piso, del ímpetu que ponían en querer agarrar al intruso, que se había metido a su territorio.
Al fondo del solar de Doña Panky que colinda con el solar baldío, encontraron algo que parecía humano, agazapado, y al acercarse mas los perros, se incorporo, y desplegó unas enormes alas, del color que tienen los guajolotes, pardas.
Hizo un ruido, que los vecinos describen como graznido, y a la vez, con un “traca, traca”.
Soltaron a los perros, para que atacaran, y al sentir “aquello”, que los perros lo quieren morder, salta y vuela, dejándolos rasguñando el aire con rabia, y tarasqueando con los hocicos babeantes, retrayéndoseles y enseñando sus colmillos.
Se poso en un árbol del solar baldío, donde se escondió, y ya de día, ni rastro de “aquello”.
Y como no existe un pájaro, que sepamos hasta ahorita, que sus alas midan mas de dos metros, y su cuerpo, con el torso, piernas y pies de cristiano; con rostro arrugado, ojos rojos, nariz ganchuda, y desdentado, pero a las claras, de humano....
Pues ahora, unos dicen que era el “nagual”.
Y doña Xochitl, sospecha, que doña Pilita, se aparece cuando quiere y en la forma en que desea ser vista, porque en realidad ella era una bruja, y como va a ser que una bruja, se pueda morir tan fácilmente, así que ahora la tienen de nuevo como vecina, y con amplios poderes.
Yo, al oír los rumores de la Xochitlmila, solo acierto, a exclamar iracunda…
Mire, doña Xochitl, con respeto y mucha educación, me veo obligada a decirle.
¡Que la lengua se le haga chicharrón!, ¡y el …. carnitas!
GUION

Recuerda que en los cuentos
todas las cosas se dicen alreves,
y si crees que son inventos
recorre estas páginas otra vez.




INDICE Comillas……………………………………..…. 1
Punto……………………………………….…... 2
Tierra prodiga………………………………..…. 3
Madrina……………………………………….... 9
Hermana……………………………………..... 16
Aun estoy de pie……………………………..... 21
Paréntesis……………………………………... 30
Padre…………………………………………... 31
Amigas………………………………………... 33
Interrogación………………………………….. 35
Garantía……………………………………….. 36
Yuxtaposición………………………………… 42
Hija……………………………………………. 54
Coma………………………………………….. 56
Madre…………………………………………. 57
Maestro……………………………………….. 61
Punto y coma…………………………………. 67
Tíos…………………………………………… 68
Amigo………………………………………… 73
Puntos suspensivos…………………………… 80
Padrinos………………………………………. 81
Admiración…………………………………… 84
Protección…………………………………….. 85
Hijo mío, mi único hijo……………………….. 88
Tío…………………………………………….. 89
Inciso………………………………………….. 94
Abuela………………………………………… 95

Ahí nos vemos……………………………….. 104
Misiva………………………………………... 111
Vidas entrelazadas…………………………… 118
Doña Pilita…………………………………… 143
Guión………………………………………… 159






































































































































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