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martes, 5 de mayo de 2009

(3) "Pueblo Viejo"


MAESTRA DE VOCACION Y ALMA HERMOSA

Bueno, después de esa paseadita por la placita del pueblo, y la excursión a la playa, regresemos al interior de la primaria, a su segundo piso.
El primer salón, el que se encuentra frente a alas escaleras, es uno muy sombrío, por quedar atrás de un paredón, donde se ubica el nombre de la escuela.
Ahí, curse el 5 to. año de primaria, con la maestra Alma Acevedo.
Ella pudo estudiar no se que tantas cosas, proviene de las familias mas pudientes del pueblo, de las familias que generación tras generación, siempre tienen el modo.
Pero, a ella, le gustaba ser maestra.
Y que bonito daba las clases.
Con mucho amor.
Se dirigía a nosotros, sus alumnos, como si fuéramos sus hijos.
En ese tiempo, ella era soltera.
Despuecito, ella se caso, y se fue del pueblo.
Recuerdo, muy nítidamente, la ocasión, en que dando no se que repaso de un libro, observo la maestra, a través de los cristales de una ventana, en lo alto de un pilar de la escuela, a unas crillitas de pichón, como les daba su madre de comer.
Nos hizo la señal, con su dedo índice cubriendo sus labios, de guardar silencio.
Ya calladitos todos, nos indico mirar, sin casi movernos, hacia el nido, que se ubicaba en una covachita del pilar que se encuentra empezando el paredón del frente de la escuela.
Nos admiramos al ver, como la madre pichón, regurgitaba el alimento de su piquito, y se lo daba en el piquito, a sus crillitas, que chillaban, exigiendo más y más comida.
Duramos buen rato, observando ese acto de amor.
La maestra Alma Acevedo, aprovecho, para explicarnos, que así son las madres de nosotros, que van por la vida, sacrificándose en conseguir para nosotros, lo necesario, y que no dudan en quitarse de la boca un bocado, con tal de que ha nosotros no nos falte algo.
Que tanto en el reino animal, como en los humanos, los padres siempre velan por sus retoños, pero que llega el momento, en que esos mismos padres cariñosos, con gran dolor, tienen que aventar al polluelo, o aguilucho; a aquel que no se decide a salir del nido, lo tienen que aventar, para que se desarrolle, para que aprenda a volar por si mismo, porque sus padres no serán eternos.
Y por eso, a veces, encontrábamos por los pasillos de la escuela, crías temblorosa de pichón, de pichón miedoso, de pichón cobarde, que viendo que en el suelo, los cocolazos son más canijos, se deciden al fin a dar breves carreras, hasta que por fin vuelan.
¡No que no! ¡Vuelan!
Y la maestra Alma, nos decía, ustedes son ahorita como pichoncitos, les dan todavía en la boca de comer.
Y todos gritamos:
¡No, ya estamos grandes!
¡Bueno!, ¡bueno!, y la maestra reía.
Me refiero a que la mayoría de ustedes no tienen un trabajo remunerado.
A que apenas se están preparando, para un día volar de su nido, de su hogar.
Para formar otro nido, otro hogar.
Y de ese modo, eran las clases de la maestra Alma Acevedo.
En una ocasión, nos llevo de excursión a su casa.
¿Casa?
¡Rancho!
Se localizaba más allá del cuartel hacia arriba.
Fuimos libres de andar por toda esa inmensidad de rancho.
Solo nos prohibió ir, por donde anduviera el ganado.
Jugamos a la pelota, a tantas cosas…
Y cuando nos dio hambre…
¡Que de manjares!
Una larga mesa, repleta de todos los platillos.
Ella tenía servicio de servidumbre, caporales, peones, y párale de contar.
Un ejército de gente a su servicio.
Y se venia a la primaria a quebrarse la cabeza con chiquitines.
La mamá de la maestra Alma, una señora menudita, de maneras muy finas, nos recibió en su casa, entre complacida y sorprendida.
Una turba de escuincles, tratando de comportarse como personas mayores…
¡Buenos días, señora!
Y la mamá de la maestra, sonriendo, nos dejo hacer lo que quisiéramos, sabia que su hija nos podía controlar.
Ella, ordenaba a unas señoritas, que y que depositar en la mesa.
Jarras enormes de agua de limón, tamarindo, etc.
Rebanadas de sandia, de la misma sandia que creo que se sembraba en ese rancho.
Tan rojas y jugosas, que hasta los codos nos escurrían sus jugos rojizos.
Y parecía que nos bañábamos con ese juguito.
Ya cuando acabamos de comer, nos habíamos quitado las caretas de personas mayores, y pedíamos regresarnos a nuestras casas.
Y el trayecto es largo.
Agradecimos las amabilidades de la mamá de la maestra Alma, y regresamos al centro del pueblo, con un cansancio, que solo porque el camino es de bajadita, y nos daba su ayudadita, sino, mas de alguno, quien sabe como le hubiera hecho para regresar.
Veníamos timbones de bastante comida, agua y frutas.
La maestra, nos trajo en el camino de regreso, entonando canciones, contándonos algún chiste, y miren como se ve…y señalaba a alguno, que al sentirse señalado, trataba de adoptar otro andar, según el mas derecho.
Nos decía la maestra, si se cansaron, ya no los llevo de nuevo a mi casa.
Traen unas caras, que parece que los he castigado.
¿Están cansados?
Y todos gritábamos: ¡No! ¡No estamos cansados!
Bueno, decía la maestra Alma Acevedo, demuéstrenmelo, echándose una carrerita a ese árbol, o unas plantas con flores, y así nos hacia apurar el paso, en ese regreso al centro del pueblo.



PROFESOR FROYLAN LIZCANO ESPAÑA

A la derecha del salón de la maestra Alma, estaba otro quinto grado, y seguía un sexto grado.
Era el grupo del profesor Froilán Lizcano España, excelente profesor.
De lo mejor en el magisterio, sin agraviar a los presentes.
Su esposa e hijos, vivían en ciudad Victoria.
Creo que los fines de semana, se iba el maestro a su casa.
Tenia una hija, como de mi edad, cuando venia al pueblo, todo el día nos la pasábamos juntas, jugando en los patios de la escuela.
Ya casada, un día fui de visita a la escuela, y al verlo por los pasillos, corrí, y lo abrace con mucho cariño.
Se puso encarnado su rostro güero.
Y me dijo, estate sosiega, que va a decir tu marido, el cual nos miraba riendo, que va a decir, porque me abrazas así.
Nada maestro, el sabe que lo quiero mucho, mi querido, mi muy querido profesor Froilán Lizcano España.
Del lado izquierdo, al salón de la maestra Alma, estaba un cuarto grado, y mas allá, un tercero.
El de la maestra Ethelvina Mercado Castro.



INSPECCION ESCOLAR

Al subir la escalera, a mano izquierda, volteando, estaba un corredor, que vendría quedando sobre el corredor techado, que dividía a la escuela en parte izquierda y derecha.
Ese corredor, también con barandal, pero mas bajito, como de un metro de alto, largo, daba a los cuartos del anexo de la escuela.
Ahí, estaban varios cuartos, yo presencie, cuando vivían ahí las maestras Isabel Moreno Ríos, y la maestra Isabel Carrizales.
Cuando se fue la maestra Isabel Carrizales, llego la maestra Adelfa, y vivieron la maestra Isabel Moreno y la maestra Adelfa ahí.
Cuando se fue la maestra Isabel Moreno, llego el profesor Fortunato Sánchez Flores.
Cuando el se fue a rentar, una casa que estaba frente a las oficinas del cobro del agua, quedo solo la maestra Adelfa y su familia, en los anexos, y posteriormente, le pidieron ahí, para que estuviera la inspección escolar.
Cuando yo tendría unos 5 años de edad, se encontraban la Pagaduría, en un edificio, que se localiza en la calle Isauro Alfaro, # 104, nte. Zona centro de Tampico.
Entraba uno por las amplias escaleras del frente, abordabas un elevador, de los poquísimos de ese tiempo, con su puerta de rejilla de fierro, escandalosa, y te llevaba a un lugar, que semejaba un enorme patio, rodeado por infinidad de ventanillas, frente a cada ventanilla, existían unos pasamanos tubulares, que ayudaban en la formación de las largas filas de profesores y trabajadores de la SEP, que de distintos lugares, iban a cobrar su sueldo.
Ese edificio, es el Palacio Federal de Tampico, y Secretaria de la Función Publica.
Posteriormente, se acudía a cobrar, a las oficinas de la Inspección Escolar, cuando era inspector el profesor Ramiro Herrera Velázquez; estas oficinas se ubicaban en el segundo piso, de la calle Altamira # 205, casi frente a lo que ahora es el nuevo edificio de la tienda “El Nuevo Mundo”.
Eran dos cuartos, con un escritorio cada uno, sillas, libreros, y adornados con juguetes rústicos, mexicanos.
En tiempos del inspector José Velarde Gonzáles, fue el cambio de dirección de la inspección, al domicilio ubicado en el segundo piso, de la calle 2 de Enero, esquina con Salvador Díaz Mirón, enfrente de la cantina La Flor.
Y por ultimo, se ubico, en el anexo a la escuela “Expropiación Petrolera”.
En cualquiera de esos domicilios, la dinámica era la misma, buscar el maestro, o trabajador de la SEP, su nombre en unas listas, ya ubicándose, firmar por triplicado.
De primero, daban unos sobres amarillos, con el dinero adentro.
Al modernizarse todo, entonces ya les daban un cheque, que podrían cobrar en BANAMEX, el que esta al lado de la tienda Las Novedades, en Tampico.
En los setentas, cuando existió una institución bancaria, frente a la plaza de Pueblo Viejo, también ahí se podía hacer valido ese cheque.

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