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martes, 5 de mayo de 2009

(6) "Pueblo Viejo"

BUELITA Y YO

Y seguiré contando, como pasaba los meses de vacaciones, en esa escuela.
De pequeñita, abuelita me contaba historias; y jugábamos a:
Abuelita, me sentaba en su regazo, de frente a ella, a horcajadas.
Me tomaba de los dos bracitos, y entonaba el…
Aserrín, aserran,
Los maderos de San Juan,
Piden pan,
No les dan,
Les dan un hueso,
Se les atora en el pescuezo,
Y se ponen a llorar…….
Al tiempo, que me balanceaba hacia atrás y hacia delante.
Al final, se iba más de prisa, y terminaba, haciéndome cosquillas en el cuello, cuidando que no me fuera a caer.
Mas grandecita, parada frente a ella, tomaba una mano mía, y hacia con la otra mano de ella, como si una hormiguita o arañita, fuera caminando sobre mi brazo.
Decía: ahí va la arañita, caminando a su cuevita, se encuentra una amiguita, se para a comprar mandadito, y abuelita con sus dedos simulaba los pasitos cortos de un animalito.
Yo ya me sabía el final, pero me gustaba jugar una y otra vez con mi abuelita.
Y con un rápido movimiento, de su mano, que emulaba a un animalito, empezaba a hacerme cosquillas, en esa mano que había servido de caminito.
Y que se mete a su cuevita, y la cuevita o casita, pues era la axila y era un reír, un pasársela bien, un estoy bien.
Somos abuelita y yo, pero estoy bien.
Abuelita me quiere, aunque no me lo diga.
Tuve que trabajar mucho, buscar la llave a sus sentimientos, la llave a su corazón, para que abuelita me dijera que me quería.
Años y años.
Y lo logre.
Después de años y años.
De niña le decía:
Abuelita ¿me quieres?
Claro, estoy al pendiente de ti.
Y abuelita, ¿Por qué tu no me compras juguetes, como mis papás?
Porque yo te visto, te calzo, te doy todo lo que necesitas, allá ellos, que te compren juguetes.
Abuelita, ¿Por qué nunca me dices que me quieres?
Porque te lo demuestro.
Es que yo quiero oírlo
Dime que me quieres, ¡anda dímelo!
No le veo caso, lo que se ve, no se pregunta.
Pues, yo te quiero mucho.
Te quiero tanto, pero tanto, que cuando tú mueras, yo me suicidare.
Sin ti, no quiero vivir.
¡Niña! No digas eso, ni de broma.
No es broma abuelita.
No me imagino vivir sin ti.
Eso dices ahorita, deja que te enamores, y tu abuelita chuchurreta hasta te va a estorbar.
¡Ya lo veras! ¡Si lo sabré yo!
No abuelita, yo nunca me voy a casar.
Yo cuidare de ti, y de mi tío Ángel.
Tú te jubilaras, y rentaremos un cuarto, donde felices los 3 viviremos.
¡Niña! ¡Niña!
¡Sueñas con los ojos abiertos!
Y empezamos un dialogo eterno.
De esos diálogos, que se eternizan, porque no se les encuentra solución posible.
Oye hija…. Dime abuelita.
Tú crees que al rentar casa, nos acepten con tu tío, ¿así como es?
Cuando se pone bravo y grosero, y grita tantas maldiciones
Sabes, hijita, creo que en ninguna casa cabremos, nos correrán pronto.
Abuelita, no te preocupes. Rentaremos casa a las orillas del pueblo, donde nada se escuche, donde no tengamos vecinos cerquita, donde corra el aire libremente. No te preocupes todo saldrá bien.
Tienes razón, hijita, en este pueblo, hay mucha tierra, y muchos solares existen retirados, ahí rentaremos.
Y abuelita, se quedaba contenta por unos días.
Oye, hijita…. Dime abuelita.
Cuando yo me jubile, y rentemos una casa en las orillas, no te da temor, que una noche, alguien intente hacernos daño; sabes que tu tío Ángel, le da por vagar, y cuando lo quiere hacer, ni para que oponerse, seria capaz de darnos un mal golpe.
Y tú y yo, solitas en ese solar, apartado de toda gente, ¿si alguien nos quiere hacer daño?
Abuelita, no te preocupes. Rentaremos casa en el centro, donde hay muchos vecinos, donde todos nos veamos como familia.
Y abuelita se quedaba contenta por unos días.
Hasta que regresaba con su interrogarse, en el sentido contrario.




CREEMOS O NO CREEMOS

Y hoy, que ya no esta mi abuelita, y escucho a mi papá, a tu papá. Mely, con una platica muy parecida, solo cambiando los términos.
Si dejo de trabajar… y papá ya se jubilo, y sigue trabajando por su cuenta, y tiene todo, casa, carro, dinero no mucho pero suficiente en el banco, y tiene esposa y tantos hijos en buena posición económica, no son ricos, pero viven desahogadamente, y tiene temor en su corazón al mañana, y el mañana ya le llego, ya tiene cerca de 80 años, y nada le falta, y dice, y si el dia de mañana…….
Y lo tranquilizamos.
Papá, si quieres ya no chambees, nada te falta, trabajas porque tu quieres, porque te gusta hacerlo, y los ojos de papá, me miran igual que los de mi abuelita, hay temor en ellos a un mañana, que ya están pisando.
Y después de días, papá empieza, si no dejo de trabajar, dice el doctor, que me moriré trabajando, igual que mi madre; que no disfrutare de paz en mi casa, pero yo me aburro si no voy al trabajo.
Si dejo de trabajar, y todo va subiendo, y los pagos de luz, agua, predial, esos siguen subiendo, y mi pensión no.
Si dejo de trabajar, me voy a arrepentir, ¿Cómo ves hijita?
Si ya no trabajo, ¿me alcanzara lo que tengo para vivir?
Mely, quisiera decirle papá, tu pocas veces has vivido plenamente.
Papa, solo viviste en ratos, cuando cargabas a mis hermanos, cuando, en muy poquísimas ocasiones, jugaste con ellos, cuando de vez en cuando, te atreviste a abrazar a mi hermano con cariño, tenias temor a hacerlo gay si lo apapachabas mucho, no papá, tu muy poco has vivido.
Y ya te queda muy poco tiempo para hacerlo.
Para realmente vivir en el disfrute pleno de lo que es una familia, que se ama y se protege.
Trabajaste toda tu vida, nada material hizo falta en tu casa, gracias a Dios y a tu trabajo, pero papá…
La vida es algo más que lo material, papá.
Vale más un cariño, una muestra de afecto, demostrada a tiempo, cuando el alma del niño tanto la necesita, que todo lo superfluo, que tantas veces, correteamos con tanto afán.
Pero, ¿sabes, Mely?
Temo herir a papá.
Lo quiero, y no deseo dañarlo.
Solo lo abrazo, y le digo, papá, no te preocupes, ten fe en Dios.
Ten fe en Dios, y no escuches esos susurros malditos, de desconfianza en Dios.
De desconfianza en la misericordia de Dios.
Papá, cuando la desconfianza al mañana atenace tu corazón, arrancarla con esta frase:
¡Apártate de mi, Satanás! ¡Dios me ama, soy su hijo, y nada me faltara!
La cabeza de papá, con su boinita gris, de cuadritos, asiente una y otra vez, como la de un niño, ante las palabras de un adulto.
Y solo soy la niña de ayer de papá, soy su primer hija, la que se crió en casa de la madre de mi papá, a la que papá, le dice, a veces te veo como si tu fueras mi hermana, te crió mi madre, y te estoy muy agradecido, por como la viste hasta el final de sus días.
Quiero a papá, por ser hijo de la única persona, que acepto el reto de levantarme, de criarme y darme estudios.
Quiero a papá, porque cuando quedo solo, desde que yo tenia 6 meses de nacida, aguanto el abandono, y me cuenta, que me llevaba los fines de semana, a un parque, cercano a la casa, y conmigo en brazos, completamente enfermo de coraje, amarillos su piel y ojos por un gran disgusto que había pasado, apretando mis colchitas contra su pecho; que gruesas lagrimas rodaban por su rostro moreno, caían sobre mi cuerpecito, y yo, lo veía, gorjeaba y balbuceaba, y con mis manitas, tocaba su rostro, su barba crecida, de días de abandono de su persona; y papá, pensaba, fui abandonado, pero ya estoy grande.
Mi hija, tan pequeña, solo me tiene a mí; debo ser fuerte.
Una vez, me dijo papá; si no es por ti, yo me hubiera suicidado.
Y entonces, hermana Mely, ni tu ni mis hermanos, hubieran nacido.
Y mi hermano el sacerdote, mi hermano Eduardo, no andaría por África, ayudando a esos negritos simpáticos, de pelo chinito, pegadito al cráneo, negrito orgullosos de su color, que ríen del hombre que por el clima, la enfermedad, la edad, cambiamos de un color a otro.
A pálidos de susto, a verdes de envidia, a morados de coraje, y ellos, son y serán siempre negritos, de piel hermosa, labios gruesos, y un corazón grande y sencillo.
Viví con papá, hasta que Dios considero que yo hacia falta.


JUEGOS MECANICOS

Y te invito, hermana Mely, a seguirte contando como pasaba las vacaciones en la escuela primaria de Pueblo Viejo.
Julio y Agosto, son meses raros, sino hace mucho calor, se vienen días y días de aguas.
En los días soleados, pasaban avionetas, arrojando propaganda, y a la escuela por su gran extensión, le caían infinidad de boletitos, que yo recogía, y jugaba a ser dueña yo de un circo. Pasaban avionetas, surcando el cielo, con anuncios, que dibujaban con letras de humo blanco.
Había ocasiones, en que globos aerostaticos, con diferentes dibujos y colores, se veían en el inmenso cielo azul, a los globos, con canastillitas, los seguía jubilosa con la mirada, tenía un amplio margen de panomica para observar, recorría los pasillos del segundo piso de la escuela, hasta que se perdían en el infinito.
A un costado de la escuela, por el lado de donde una vez, fue comedor, en la calle, se ponían unos juegos mecánicos, contaban con sillas voladoras, tiro al blanco, rueda de la fortuna, que abuelita, me contó, que ella vio, cuando era pequeña, en su lugar de origen, como a una joven de pelo muy largo, se le enredo el pelo en la rueda de la fortuna, y hasta que pudieron detener su mecanismo, aquella joven, se le desprendió toda su cabellera, incluido su cuero cabelludo, y que la chica aquella, pelona de por vida quedo.
¿Crees que abuelita me dejaba ir a los juegos mecánicos, a pesar de estar tan cerca? Pues no
Algo me podía pasar.
Abuelita, ¡déjame ir!
La maestra Adelfa, me quiere llevar a esos juegos, junto con sus hijos.
¡Déjame ir por favor!
¡No! Algo te puede pasar. Te puedes caer de las sillas voladoras.
Te juro no subirme.
O de la rueda de la fortuna
Tampoco me subiré en ella.
¿Entonces a que vas a los juegos mecánicos?
Solo me subiré a los caballitos, y a los carritos, esos que simulan subir y bajar unas olas…...
¿Y para que te quieres subir a ellos?
Para sentir como doy vueltas y vueltas.
¿Para sentir vueltas y vueltas?
Si, eso quiero sentir.
A ver, y mi abuelita, me tomaba de ambas manos, me daba vueltas hasta que yo pedía… ¡déjame ya! ¡Ya me marie!
Me soltaba, y me decía, ya te di de vueltas, vueltas querías, vueltas te di.
Y a esos juegos mecánicos no vas.
Con abuelita, había que efectuar labor de convencimiento.
Nada conseguías fácil.
Ni cosas, ni permisos, todo, todo, tenias que rebatir cada punto, uno a uno junto a la pared infranqueable, aparente, de la voluntad de nuestra abuelita.
Practique durante años, el poder del convencimiento, del buscar el punto de vista del contrario; si yo decía un dia, blanco, abuelita decía negro, y yo tenia que defender ese blanco, que yo exponía, y al otro dia, abuelita decía, sabes que, tienes razón es blanco, pero ahora explícame porque no puede ser negro.
Y así, me preparo abuelita, para la vida.
En la vida nada es fácil.
Y me conformaba con mirar, a los niños, jugar es esos juegos mecánicos; me trepaba a la barda de la escuela, me agarraba con fuerza de la tela mallacorla, y escuchaba la música, canciones que empezaban a sonar desde las 6 de la tarde, hasta las 11 de la noche.
Tristonas, de Javier Solís, como payaso; de Cuco Sánchez, anillo de compromiso. Amalia Mendoza, la Tariacuri, con échame a mí la culpa, y grítenme piedras del campo.
Los hermanos Carrión con magia blanca, fue en un café.
Cada vez que veo por la ventana, ventana.
Mary es mi amor de Leo Dan,
De Palito Ortega, Julio Iglesias, con tire tu pañuelo al rio, para mirarlo como se hundía.


VACACIONES EN TIEMPOS DE LLUVIAS

Y se venían las lluvias, y empezaba el croar de ranas y sapos…
Atrás, del pozo, hasta la cerca, se hacia una gran laguna.
En la noche, se oía, croooac, crooooaaac…
Yo salía, entre 6 y 8 de la noche, a los patios, y buscaba sapos y ranas, que entretenidos, comían cualquier insecto, o fruta; con una lámpara de pilas, a veces, me acercaba lo suficiente como para dejarles caer un frasco vació de vidrio transparente, con su boca ancha boca abajo, y así, después con un cartón, atraparlos en el frasquito.
También, de ese modo atrapaba lagartijas, durante los días soleados, cuando se posan sobre piedras.
Ya con un bichejo de esos, observaba durante horas su pancita, con sus venitas azules, como se inflaba, como se desinflaba, pausadamente, al ritmo de su respiración. Las tapas las tenia listas, con hoyitos, para no asfixiarlos.
No hay un sapo, igualito a otro, ni lagartija igualita a otra, todo lo que existe, aunque esta clasificado de modo general, como caballo, o gato, es diferente, es único e irrepetible.
Las matices de los colores de los sapitos varían, el tamaño, su forma de actuar, unos con saltos muy largos, otros se hacían los muertitos.
También comprobé, que todo tiene un derecho y un revés; las piedras, levanta una de su sitio habitual y te darás cuenta, esta mas oscura por un lado, que por otro.
Y los seres humanos, tenemos nuestro derecho y revés.
Y no te hablo solo de la espalda y del frente.
Te hablo, que somos malos y somos buenos.
Somos de los dos modos.
Estar concientes, que a veces, alguien puede ser muy bueno, en algo o para algo, y en otra cosa, ser una nulidad.
En que, puede alguien ser un dulce contigo, y si tocas, sin querer, su lado oscuro, no te enojes, si ves brotar la hiel en su mirada y su voz.
Somos como charcos después de una lluvia.
Parecemos transparentes, diáfanos, mas si alguien revuelve con un palito brotara el lodo, y nauseabundos, nos rehuiran en mas de una ocasión.
Buelita me decía, deja los animales en paz.
Los sapos, si se enojan orinan fuerte, y si ese chorro, cae a tus ojos, ciega quedaras.
¿A poco?
Yo ya he atrapado muchos sapos, y nada ha pasado.
Porque Dios te ha visto.
Pero no tires tanto de tu suerte, porque un dia, no te libraras.
Y empezaba, buelita, con sus historias de terror…
Esos animalitos, tienen familiares, en la noche, cuando estés dormida, entraran a la casa, y al escuchar los quejidos del atrapado, sobre ti caerán.
Lo malo, es que duermes conmigo, y hasta yo la voy a llevar.
Ya abuelita, ya entendí, mira, como los dejo salir, ya ves, si yo los trato bien. Solo los observo.

PREPARANDOME PARA SER MADRE


Y así, pasaba mis vacaciones, largas, largas vacaciones.
Bañaba a mis muñecas, les hacia ropitas, las vestía, y si no podía meter sus bracitos a la ropita hecha por mi, que nada de gracia tenían, eran unos sacos, con 2 hoyitos para los brazos; pues si no podía vestirlas, les zafaba los brazos, y ya vestidas, les volvía a poner los brazos.
Y si no se paraban las muñecas, como yo quería, las aventaba contra las paredes, y las insultaba.
Si eran mías, porque no hacían lo que yo quería.
Y mi abuelita, ¿Por qué golpeas a las muñecas?
Porque se caen, porque esta debe estar sobre este mecatito, es una artista de circo, y mira, como se cae.
A ver si así aprende.
¡Oye!, ¡oye!
Así no se tratan los juguetes.
Tu te estas preparando para ser madre.
En estos momentos, ellas son tus hijos.
Y a los hijos no se les maltrata ni se les pega.
¿Qué acaso yo te pego a ti?
Y vaya, que no siempre obedeces.
Y es cierto, sabía regarla.
En primer año, me la pasaba arrancándole hojas a mi cuaderno Polito, esos de bien poquitas hojitas, y con un dibujo al frente de un niño como astronauta y al otro lado, con las tablas de multiplicar.
Cuando la maestra Maria, le dio la queja a mi abuelita, que yo hacia barajitas mis cuadernos, y que de trabajo nanay, abuelita me hizo un remedo de pegarme.
Me dijo las quejas de mi maestra, y luego, tomo una reata, de las que se usaban para brincar, y con ella, golpeo el suelo varias veces, y señalaba, pobre piso, así te debería pegar a ti, pero no quiero.
No quiero dejarte marcadas las piernitas, por los reatazos, pero hazme caso ya. Componte por favor.
Y yo, al oír los chicotazos dados al suelo, me lo imaginaba sobre mi cuerpecito de niña de 6 años, y grite, que parecía, que me estaban matando.
Salieron unas maestras, de sus salones, a indagar que me pasaba.
¿Qué le pasa a la niña Doña Luz?
¿Por qué llora así?
Y buelita, apenada, nada, nada pasa.
Ya ven como es mi nieta, habla fuerte, grita fuerte, y hasta llora fuerte.
Y buelita, me decía, diles a las maestras que nada te pasa.
¿Verdad que nada pasa?
¡Ay, ay, ay!, ¡nada me pasa!, ¡nada!
Y las maestras intrigadas, volvieron a sus salones.
Ahora de grande, de casada, empleé una vez el método de buelita.
Mi hijo Betito tendría entre 6 y 7 años de edad.
Un sábado.
Hijo, arréglate, porque vas a la doctrina, ahorita te llevo, era en la Parroquia de la Virgen de Guadalupe.
Yo estaba lavando.
Ya iban a ser las 10 de la mañana, y mi hijo, haciéndose chinche.
Hijo, ¿ya te cambiaste?
¡Mamá! No voy a ir, tengo mucha tarea en la escuela.
Planas y planas de tarea. No iré
¿No te alcanzaran sábado y domingo para hacer la tarea?
No mamá, es mucha la tarea.
Bueno, asiento: no comprendo como pueden encargar tanta tarea.
Al rato, ¿hijo, como vas en la tarea?
Luego la hago, voy a la doctrina mejor.
Bueno, apúrate, se te hace tarde.
Hijo, ¿ahora si ya te cambiaste?
No, voy a hacer tarea
Este dialogo, era, yo en el patio lavando, mi hijo dentro de casa.
Tengo un reloj, frente al lavadero.
Y mi hijo, se estaba pasando de listo.
Entro sin avisarle, y lo encuentro mirando la tele, con un volumen muy bajito. Ni tarea ni doctrina, el niño tiene otras cosas en su mente.
Le grito: ¡hijo; decídete ya, doctrina o tarea; pero empieza ya!
Y vuelvo a ponerme a lavar
Después de minutos, lo escucho al frente, jugando con los perros.
Lo busco, traigo en mi mano, una cubeta que estaba ocupando en la lavada.
Del coraje, no me di cuenta, que la llevaba cargando.
¡Roberto!
Pega un brinco, pero sigue como si nada.
Sabe que nunca le pego.
Le digo, tengo tanto coraje, que quisiera pegarte, pero no debo.
Y agarro la cubeta, y la hago pedazos a patadas, frente a los ojos de mi hijo, que nunca me ve perder los estribos de ese modo.
Se pone pálido.
Y digo, ¡pobre cubeta! Que culpa tenia que tu no quieras obedecer, pero una cubeta, al rato la compro de nuevo, y los golpes que te de a ti, cuando los borro de tu mente.
Recojo los pedazos de cubeta del suelo; los arrojo al cesto de la basura.
Y con calma, desquitado mi coraje en un objeto, le digo:
¿Qué vas a hacer, hijo?
¡Ahorita me cambio, bien que alcanzo a ir a la doctrina!
A lo mejor, dirán, eso no se hace. A los hijos se les debe educar con pura plática, amor sin límites, ejemplos de paciencia, tolerancia.
Pero saben una cosa, soy madre, no una santa.
Y de que hacia cosas tremendas, a pesar de mi corta edad; no lo niego.
También recuerdo cuando en primer año de primaria, en ese tiempo, cuando se utilizaban las navajitas Guillet, las laminitas de rasurar, para sacarle punta a los lápices, y nosotras, acostumbrábamos, guardarlas en las cajitas vacías de cerillos.
Eran pocas las compañeritas, que tenían sacapuntas, en algunos salones, al frente, existían unos sacapuntas, grandes de fierro, donde también se podía sacar punta a los lápices; pero nos exponíamos a ser regañadas por los maestros; “ya van varias veces, que te paras a sacar punta, tu no trabajas”.
Era mejor, traer uno sus navajitas, así, en nuestro mesa banco, rápido, y cada que queríamos, lo hacíamos.
Una compañerita, dizque amiga, me dijo una mañana; ten, te regalo esta cajita llena de navajitas. ¿Por qué me las das?
Porque yo tengo muchas, y me enseño otra cajita, igual de llena de navajitas.
¡Oh que dicha!
Hasta agarre aquella cajita, y la sonajeaba, como un cascabelito en mis manos.
Al rato, viene otra compañerita, examina mi cajita de navajitas, y empieza a gritar ¡ratera! ¡Me robo mi cajita de navajitas!; oye, no ¡espera!
¡Ella me las acaba de regalar!
Y la escuinclilla, riendo, ¡yo no se nada!
¿No sabes nada de nada?
¡Nada de nada! Ja ja ja ja ja ja ja
Y la otra, señalándome con su dedo flamígero: ¡ratera, ratera, ratera!
Me acerco, a la que me las regalo, y le digo, tengo como comprobar que tú me las diste.
¿Si? ¡A ver como lo compruebas!
Dame tu mano. ¿Para que?
Dámela, ¿o que tienes miedo de que se sepa la verdad?
Ya estábamos rodeadas, por amigas de ella, y amigas mías.
Se reía a carcajadas de mi coraje, y tendió su mano hacia mí.
¿Así, así lo comprobaras? Ja ja ja ja ja ja
Tome firmemente aquella manita, la volteo a mirar su palma, y rápida, la corte con una navajita, de las mismas que ella me había dado.
Le hice un corte en su muñeca, broto su sangre, que lavaba mi honor.
Empezó el gritadero de huercos, la maestra volvió de no se donde; la niña lloraba, yo temblaba de coraje y miedo…. miedo a mi abuelita.
La niña, se la llevaron a curar a la dirección, llamaron a mi abuelita, que no daba crédito a lo que yo había hecho.
¿Por qué lo hiciste? Explique todo.
Pero, para que la cortabas.
Yo trabajo aquí, yo vivo aquí, y tú agredes así a niños de tu edad.
¿Por qué lo hiciste?
No entiendo porque lo hiciste.
Y que empiezo a dar mis explicaciones. Completas
Mira abuelita, tu me dices una y otra vez, que si yo no me porto bien, que si yo soy grosera, que si yo provoco quejas de los maestros hacia ti, me harás lo que le hiciste a esa otra niña que papá, te trajo hace mucho; que tu me entregaras con mi papá.
Que tú ya no me vas a querer junto a ti.
Y yo no me quiero ir.
Yo hago todo, yo me porto bien.
Y esa escuincla, me embarro como ratera.
Quería matarla, a esa chiquilla.
Si tú me corres, será por su culpa.
Abuelita, me abrazo, fuerte, fuerte, tal vez arrepentida por esos amagos de correrme que había empleado desde que llegue a su lado.
Mira hija, falto muy poco, para que le cercenaras una vena muy importante de la muñeca de su mano, pero gracias a Dios, se desvió el corte.
No vuelvas a herir a ningún otro niño.
Te juro, y hacia la señal de la cruz, te juro, que nunca te iras de mi lado si tu no lo quieres.
¿Me prometes no herir a otro niño?
¿Me lo prometes hijita?
Sentí que un gran peso se quitaba de mis hombros.
Que por fin, abuelita me aceptaba para siempre a su lado.
Que se había acabado el: estas a prueba, si la pasas te quedas, si no te vas.
Recordando esos días, caigo en cuenta, que criar a un hijo, es lo mas importante y difícil que una persona puede llevar a cabo.
Esas almitas, tiernitas, van siendo labradas perennemente con nuestro ejemplo, con nuestras platicas, y nosotros, somos emisarios de un pasado, del cual a veces, ni concientes somos que lo traemos, ni porque lo traemos.
Y lo pasamos, a veces corregido, a veces aumentado. Ha veces distorsionado. A pero, que buenos padres somos. Le pido a Dios diariamente, ¡ayúdame! A ser buena madre.


AMENAZAS DE CICLON

Hubo vacaciones por completo diferentes, a las bucólicas que por lo común me pasaba en esa escuela.
Eran aquellas, en que hubo amenaza de ciclón.
Estábamos atentos a los avisos de radio, en la XETW, cada media hora, cada hora, decían el estado metereologico.
Se nota raro el ambiente.
Nublado, las personas acarreando lo más indispensable, las pilas, las velas, el mandado que no necesita refrigerarse.
En ocasiones, aunque aquí no entrara de lleno un huracán, el agua que baja de los ríos, inunda las orillas del pueblo, y de las colonias Margaritas y otras, y entonces…
Mi abuelita y yo, ya teníamos todo arrimado para varios días.
Yo contenta, dando ideas, ¿no hará falta una lata de duraznos?
¿Y unos chocolates “abuelita”? para mordisquear, ya vez que me pongo nerviosa.
¡Ahorita es cuando! Pido y pido.
Por ideas, que no digan que no aporto.
Y abuelita, ya hija, con eso nos basta y sobra.
Ni que fuéramos muchos en casa.
Y no se porque, pero eran en las noches, de las 7 en adelante, cuando empezaban a llegar los damnificados a la escuela “Expropiación Petrolera”.
Como el mal tiempo, siempre era en vacaciones, estábamos solas abuelita y yo.
Ni maestros, ni el director.
El zaguán principal y todas las entradas posibles de encadenar, con candados enormes.
Y llegaban golpeando el zaguán, llamando a gritos:
¡Doña Luz! ¡Doña Luz!
¡Ábranos! ¡Ábranos o tumbaremos el zaguán!
El corazón me latía a 1000 por minuto.
Y ahí va mi abuelita, con su manojo de llaves, con un gran llavero, que un maestro le hizo el favor de regalárselo; contenía todas las llaves, de todos los salones, de todas las bodegas, de direcciones, de zaguanes, etc.
Y mi abuelita, vestía faldas largas, casi hasta el tobillo, blusitas de florecitas pequeñitas, manga corta, con una camisetita interior, nunca uso brasier, en su juventud, lo que se usaba era vendarse el pecho, para aplastar los pechos, les daba pena, que se les notara los pezones.
Cuando llegue con ella, aun usaba rebozo.
Y yo, abuelita, eso ya no uses.
Solo te estorba.
Poquititas personas del pueblo lo usan.
Usa un suéter mejor.
Y dejo el rebozo.
Mi abuelita venia de tierra fría.
Se peinaba, con una trenza, que con el tiempo decía mi abuelita, mira mi colita de rata, cada dia mas ralita.
Y yo, abuelita ¿te la corto?
¡Niña!, tu siempre queriéndome cambiar.
Mi abuelita de piel morena, múltiples arrugas en su rostro, caminar sumamente cansado, arrastrando los pies, que al paso por los pasillos, se escuchaba el chancleteo.
Y llegaba al zaguán mi abuelita, y había infinidad de personas, deseando agarrar los mejores salones como hogar por unos días.
Afuera, personas, camionetas con muebles, un tumulto.
Algunas personas, manoteaban y gritaban groserías.
¡Dejemos entrar!
¡Ni que fuera su casa!
Abuelita, su rostro como esfinge.
Yo en estos momentos soy la encargada.
No puedo abrir, hasta que no se presente una autoridad.
Ya sea educativa, ya sea de la presidencia, o militar.
Y no abro, hasta que se presente una autoridad.
A esa autoridad, a quien se responsabilice de todo cuanto hay en esta escuela, a esa autoridad, entregare las instalaciones de esta escuela.
Y gritaban, gritaban de groserías.
Pateaban el suelo, y abuelita, como si nada.
Hubo momentos, en que se agarraban del zaguán, y lo zarandeaban, entre varios.
Pero era ese zaguán de los de antes, bien podían pasarse toda la noche zarandeándolo.
El zaguán no cedería.
Ni mi abuelita.
Y yo, abuelita, bajito, bajito, como plegaria, abuelita ¡ábreles ya!
Las personas rijosas, eran por lo común las que venían de colonias nuevas.
Allá, donde había otras escuelas primarias, y ellas no sabían como era mi abuelita.
Recta a morir.
Les contare, que en una ocasión, mi tío, cuando estudiaba para maestro, necesito hacer un trabajo urgente, en maquina de escribir.
En las direcciones, se contaba con varias maquinas.
Toño, decía, mamá, déjame hacer la tarea en una maquina de la escuela.
No hijo, no abuses.
Pídela a los directores, ya sea de la primaria, o de la secundaria nocturna.
Y ahí va, mi tío Toño, con la maestra Domínguez, que vivía aquí en el pueblo, a solicitar permiso, para usar una maquina de escribir.
Regresa contento.
Dice la maestra, que si puedo usarla.
Anda, mamá, abre la dirección de la escuela nocturna.
Pronto acabare la tarea.
Y abuelita ¿Dónde esta el papel firmado por la directora Domínguez?
¿Qué dices mamá?
El permiso firmado por la directora.
¡Pero mamá!
Hijo, ¡papelito habla!
Tráigame ese papel de permiso firmado por la directora, y entonces, yo podré abrirle esa dirección.
Y tuvo que volver mi tío, conseguir ese papel firmado, y así, mi abuelita, le permitió usar esa maquina de escribir.
Así, que los de las colonias nuevas, podrían gritar hasta desgañitarse, que mi abuelita, el zaguán no abriría.
Los del pueblo, sus pobladores originales, no perdían el tiempo en gritos, buscaban a los de la presidencia, o iban a la zona militar, o buscaban a la directora de la secundaria nocturna, o se comunicaban rápido con algún maestro, ese maestro localizaba rápido al director y triunfantes, llegaban casi cargando a la autoridad, que por ser ellos, quienes la habían traído, ellos, los del centro de Pueblo Viejo, escogían los mejores salones, los mas amplios, para meterse, y esperar, con mayor seguridad, a los cambios del tiempo.
Yo miraba extasiada, la llegada de tantas personas; familias completas.
Cargando con todo lo imaginable, y eso que había órdenes: solo lo más indispensable.
No, ¡que va!
Entre las colchas que contenían ropas, traían escondidos los guajolotes, pollos, perros, gatos, y hasta cochinos.
Y todo entraba a la escuela.
Se llenaban salones, se llenaban corredores, de arriba y de abajo, todo lo que tuviera techo, se convertía en hogar.
Aunque no tuviera paredes.
Ya llena toda la escuela, arriba y abajo, y corredores interiores, seguían los corredores exteriores.
Casi no dejaban por donde pasar.
Ya para entonces, estaba a cargo la autoridad militar,
Llegaban los convoyes, casi al final con los pobladores de las colonias lejanas, más reacios a salirse de sus hogares.
A los últimos en salirse, los sacaban ya en lanchas, así de alto se subía el agua en esas tierras.
Ya que ya no cabía ni un alfiler en la escuela, así de lleno estaba todo, de gentes, de cosas, de todo.
Y seguían llegando familias, y la escuela era uno de los pocos sitios seguros de Pueblo Viejo.
Y el ejército intervenía…
Iban de salón en salón, ¿de quien son estos muebles?, ¿de quien estos roperos?, ¿y estos trasteros?
Deben sacar eso, la gente necesita espacio.
¿Cómo que sacarlos?
¡Si llegamos primero!
¡Y ya no cabemos más familias en este salón!
Ya no caben mas personas, porque llenaron esto de muebles.
Lo que importa son las vidas; repetimos, saquen eso, vamos avisando de salón en salón, cuando regresemos, nosotros mismos sacaremos las cosas que realmente no sean indispensables para vivir.
Si era muy grande la necesidad de espacio, en ocasiones, se escogía una estufa, de todas las familias, que estuvieran en un salón y en esa estufa, todos debían guisar los de ese salón.
Había enojos, reclamos, pero se obedecía.
El ejercito no es cosa de juego, y todo se hacia en orden, buscando proteger vidas humanas.
Al sacar las cosas de gran volumen, las protegían con grandes plásticos, las colocaban frente a los salones donde estaban sus dueños, y se amarraban y tapaban con trapos.
El ejercito, tenia listas, de cómo iban llegando los damnificados, donde estaban ubicados. De donde procedían.
Cuantos niños, cuantos adultos, todo en orden.
Y luego, llegaban las despensas, que repartían el ejército, y eran filas, y era un gusto, y un estarse festejando, ¡que bueno!, ¡estamos muy bien!
Traían también pipas de agua potable, porque no era suficiente, la toma de llave, que ya había en la escuela primaria.
También emprendían los soldados campañas de desparacitacion, algunas vacunas, no se cuales, aun era muy pequeña, y no recuerdo cuales eran.
Para ir a los sanitarios, la locura.
Filas y filas, y soldados evitando el desorden.
A los niños, los adultos, los hacían ir a la parte de atrás de la escuela, entre árboles frutales, y platanales.
Por chiquitos, donde quiera hacían.
Hasta a medio patio, y no había ni por donde caminar.
Y el mosquero, y los mosquitos, y el olor…
A todo, a la gran cantidad de animales, que tenían al fondo del patio; olía a gallinas, patos, perros, gatos, pájaros y cotorros hablantines en jaulas, a todo.
El ejercito, hacia guardias, dia noche.
Se rolaban, manteniendo todo sobre ruedas.
Organizaban a los damnificados, quienes debían lavar los servicios, cada cuando, y donde se bañaría la gente; quienes barrerían patios, por donde se pudiera, evitar sobre todo una epidemia por el hacinamiento.
Impedir los pleitos, es difícil convivir días, con gente del todo desconocida, los niños que hacían grupitos, los adultos, que nerviosos, pensaban en las cosas que habían dejado atrás, algunos iban a sus casas a cuidar lo poco o mucho que habían dejado por mas que el ejercito le indicara que era muy peligroso.
Y el ruido, ruido, ruido, a todo, a música de radios, a platicas, a regaños de madres a sus hijos que se les iban lejos de su vista, a hombres que maldecían por el tiempo, que si iba a venir un ciclón, que ya llegara, que es mejor el ¡ya! A estar días esperando por donde va a pegar.
Que si no trabajan, que conque dinero, repararían lo que se les hubiera estropeado.
Que ya se fue el ciclón para otro lado, que aun no pega, pero se esta alejando, y unos que se iban, por mas que los soldados les indicaran, no se vayan, aun no pasa el peligro.
Y al otro dia, de nuevo volvían, y querían el espacio que antes ocupaban en un salón, que no, que ya están otros, que para que se iban, que haber donde caben ahora.
Y veía lágrimas, y había dolor y desencanto.
Y yo me sentía culpable de tener donde vivir, de estar como si nada, de que mis cosas, no sufrieran daño alguno, y quería alguna familia viviendo ahí conmigo, dentro de casa.
Y algunos se lo pedían a mi abuelita, ¡déjenos doña Luz! Déjennos quedarnos en su casa.
Y abuelita, no, apenas quepo yo, mi hijo y mi nieta.
Y yo haciendo changuitos con mis dedos, para que los dejara vivir en casa.
Y se iban, desencantados.
Y abuelita, me miraba en el rostro la decepción, y sus palabras sabias: el chiste no es meter a alguien a vivir a tu casa, el chiste es después como le haces, para que esa gente se vaya, y no se vaya sintiéndose corrida.
Que es muy fácil meter las cuatro patas, pero sacarlas sin llenarse de lodo, eso si es lo difícil.
Y yo, mirando, oyendo, viviendo entre la gente, toda la gente, toda de todas las orillas anegadas, y sintiendo como míos los temores, sus alegrías, y bañándome de gente, y mas gente, y llenándome por dentro de vidas, y mas vidas.
En muchas ocasiones, todo quedaba en solo un susto, en cosas mojadas, y se iban en pocos días a sus casas.

CUANDO NOS LLEGO LA COLITA DEL CICLON INES

Cuando el ciclón Inés duro más el problema. Hasta hubo adelantos de partos, que se atendieron en la zona militar.
Y canastillas de ropita recibieron aquellos bebes, que presintiendo el peligro, la naturaleza los hace expulsar, para protección tanto de la madre como del bebe.
Uno de ellos nació güero, güero, y decían, es que las aguas lo relavaron.
Y todos queríamos conocer, a ese bebe, que había venido con el ciclón.
Yo en mi casa, junto a mi abuelita, atrincheradas por la cercanía del ciclón vi como se nublo el cielo, y finas gotas empezaron a caer, y todos comentaban ahora si nos toco.
Y soplaba un viento sospechosillo, y había un silencio de muerte por toda la escuela, y parecía que todos se habían ido ya.
Y cuando, ya encerradas, empezó a silbar el aire, yo me trepe a la cabecera de una cama y observaba los árboles, tomar dirección hacia un solo lado, y mi abuelita, me jalaba de la ropa, y me ordenaba ¡bájate! Si un palo vuela y rompe los vidrios, en tu cara caerán vidrios.
¡Bájate! ¡Ya voy! ¡Ya voy!
¡Déjame mirarlo cara a cara!
Pasara por nuestra casa, y yo no lo veré.
¡No es justo abuelita, déjame!
¡Que no es justo, ni que nada! Y unos manazos a las canillas me metió.
Y como nunca me pegaba, me ardió como chile, y caso le hice.
Y empecé a comer, teníamos de todo, gracias a Dios, y después de un rato, un silencio, el aire se calmo, y yo quería salir a ver lo que había pasado.
Y mi abuelita no me dejo.
No, me aclaro, porque estamos en el ojo del ciclón, que es el centro sin aire, y regresara el tiempo ventoso, y ahora volverá del otro lado, y lo que quedo débil, ahora si caerá.
Se pondrá más peligroso, volara de todo, y contra todo.
No sales, y ya cálmate, me pones nerviosa con tanto brinco, y tantas preguntas.
Esto del ciclón, que tarda tanto en llegar, y tanto en irse.
Y mi tío Ángel, en su cama de fierro, con tablones, en lugar de colchón.
Fumaba dia y noche, noche y dia.
Por eso, no se le ponía colchón a su cama.
Tablas, y unas cuantas colchas o cobijas, para amortiguar un poco lo duro de las tablas.
Abuelita, temía que un dia, al dormitar, se encendiera el colchón donde durmiera mi tío, al quedar algún cigarrillo, en contacto con las telas.
Fumaba 3 cajetillas diarias de cigarrillos, de la marca Argentinos; que no le faltara el cigarro, porque enloquecía más, si es que eso es posible.
Ese dia, calmado estaba, fumando cigarrillo tras cigarrillo.
Nos observaba, y seguía con sus diálogos, incoherentes, farfullando, ya se sentaba, apoyando su espalda en la pared, ya apoyando los pies en el suelo, y mirando largo rato, las formas que el humo de su cigarro formaba en nuestro cuarto.
Si apagábamos la luz, al disponernos a dormir, de tanto humo de cigarro, en ocasiones, su silueta se veía neblinosa, y la lucecita de su cigarrillo, me indicaba, si estaba sentado, o acostado.
Cuando mi tío regreso, del otro lado, por completo trastornado, mi abuelita consiguió internarlo, en un manicomio en la ciudad de México, se llamaba la Castañeda, estuvo unos años internado ahí, abuelita le daba vueltas, pero de repente, anunciaron su cierre.
Mi abuelita, se encontró en un callejón, duro de transitar.
Si se lo traía al pueblo, a la mejor la corrían de la escuela. No tendría donde vivir.
Y si estaba cuidándolo, no trabajaría y de que comería.
Fue a México, decidida a abogar porque siguiera internado, donde, quien sabe, pero no podía traerlo al pueblo.
Se presento al hospital, mandaron traer a mi tío Ángel; ingreso a la oficinita donde abuelita, estaba tramitando que se haría con el.
Mi abuelita Luz, explicaba su situación, altamente vulnerable, por el lugar donde vivía y trabajaba.
Un sitio con muchos niños.
La enfermera, le planteo el siguiente dilema.
Si quiere déjelo, varios de los enfermos, sus familiares están firmando hojas, donde aceptan la suerte que estos sigan.
Si usted desea, déjelo.
Pero no vuelva por el; aquí se cerrara, y ya nadie podrá darle razón, del fin que tuvo su hijo. Usted no es la única madre, que no puede cuidar de un enfermo así.
Firme y váyase tranquila.
Ya aquí, sabremos que haremos con el.
Y abuelita, ¿Cómo?, ¿Qué no pregunte por el nunca mas?, ¿Qué no sabré si vive o ya murió?
La enfermera: señora, haga de cuenta que su hijo ya se murió.
¡Ya firme usted!
Será libre. ¡Váyase!, haga lo que quiera, nosotros sabremos que hacer con su hijo.
Firme ya esas hojas de consentimiento, y volviéndose con sorna a mi tío, que silencioso escuchaba, loco, loco, pero no tonto; estaba en silencio, esperando que suerte decidía su madre para el, le dijo la enfermera:
Angelito…. ¿Por qué tu madre ya no te quiere?
Angelito…. ¿que le has hecho a tu madre?
Y mi tío; nada, nada, señorita, con la cabeza agachada, tal y como si fuera en realidad un angelito, que ni come, ni caga.
Mi abuelita, sintió hervir en sus venas, su sangre de madre, y le dijo: Ángel hijo mió, vaya por sus cosas, porque nos vamos.
Abuelita venia decidida a todo al pueblo, a morirse de hambre si fuera necesario, pero a su hijo no abandonaría.
Abuelita, en ocasiones, me comentaba, ¿Qué pasaría con los loquitos que sus padres tuvieron que dejar en la Castañeda?
Estarían en un lugar más elegante, o más retirado del centro de México, pero eso de no saber más de un hijo, pues es algo que abuelita, no podía soportar.
Hablo con el director de la primaria “Expropiación Petrolera”, y tal vez, como habían visto la dedicación y entrega de mi abuelita al trabajo, la aceptaron con todo y su hijo loquito.
De recién regreso de México, mi tío Ángel, se volvió la ganchuda.
Recorrió el pueblo, gustoso, libre de paredes y horarios.
Hizo amistad, con otro orate como el, y quien sabe que tanto platicarían; si mi tío solo con sus platicas, no necesitaba de quien lo escuchara, y el otro, también tendría sus platicas, ¡cuento de nunca acabar!
En una ocasión, se perdieron por días, los dos loquitos.
Abuelita, y la otra madre llorosas, recorrían el pueblo, preguntaban a los pobladores, y como son gente tan noble, las animaban…. Ya aparecerán. Si sabemos algo, nosotros les avisamos.
Después de días y días, de búsquedas incesantes, que los encuentran rumbo a Tampico Alto, entre matorrales, bien picados de moscos, enflaquecidos, el amigo de mi tío, ya delirando.
Ese enfermito, murió de esa picoteada, que si fue paludismo, que tal vez lo desnutrido.
Y mi tío se aplaco un poco.
Ya solo recorría las calles del pueblo.
Le dio por irse a distraer al taller mecánico de don Perico, el señor don Pedro Pérez.
Mi tío, sabia de mecánica automotriz.
Estudio unos años, al igual que mi papá, en Victoria, en la escuela de talleres y oficios, papá, salio mecánico tornero, y mi tío, antes de tiempo, se fastidio y abandono la escuela.
Esos dos hermanos, mi papá y mi tío, eran muy diferentes.
Mi abuelita, vivía en Tampico, en la Isleta Pérez, por la calle Sol, en una vecindad.
Mis tíos, iban a la escuela mañana y tarde.
Mi abuelita, les decía, cuando entren al salón, compórtense así:
Saluden a sus maestros con un buenos días., señorita profesora.
Y papá: ¡yo no le digo buenas días, yo le digo buenas taldes!
¡Pero muchacho! Pero papá corría, riendo de su chiste.
La maestra hablo con mi abuelita, después de un tiempo, y le comento, su hijo Ángel, tiene mucha inteligencia, si estudia, llegara a algo grande.
Su hijo Lalo, es mas duro de cabecita; pero es muy tenaz.
Ángel, casi no quiere estudiar, se aburre.
Con poco que lea, todo repite de memoria.
Y su hijo Lalo, le pone muchas ganas a todo, y todo se le dificulta.
Los dos hijos, se levantaban de madrugada, iban por periódico y vendían, en esas calles de Tampico.
Un dia lluvioso, lleno de charcos, papá por ganarle la venta del periódico a otro niño, se metió a un lodazal, y se hizo una gran cortada en el pie descalzo.
Se le veía blanquear al fondo, de tan honda que estaba la cortada. Anduvo vendado por días de ese pie.
Luego a mi papá, y a mi tío Ángel, les atrajo el bañarse después de clases en el Canal de la Cortadura, iban con varios compañeros de clases y se aventaban clavados, y pescaban.
Por eso, bien va la canción a Tampico, Tampico hermoso.
Rodeado de lagunas, canales, río, playa.
Hermoso Tampico. Como tu no hay dos.
Tus calles, me hablan de mi padre, de mis tíos, mis abuelos, de mis bisabuelos, ¡como no te voy a querer!
Si vemos algunas calles, sucias; con barrerlas y lavarlas quedan bien.
¡Que culpa tienen esas calles, si nosotros no las limpiamos!
Cuando papá era niño, en la escuela, le decían el moro.
Había enfermado de su cabeza, al igual que varios niños, de tiña o roña.
¿Creen acaso que las ciudades siempre son lindas, bellas y siempre hay de todo, lo más agradable, a la vista y al tacto?
Pues papá enfermo de tiña.
Y no había dinero en casa para medicinas.
Su padre pescador, murió en altamar, y su madre, apenas ganaba para darles de comer a sus hijos.
A su madre, le dijeron un remedio efectivísimo.
La caca de vaca, calientita, recién evacuada por la res; depositada en la cabecita, previamente rapada del niño tiñoso. Y mi abuelita lo hizo.
Embarraba la cabeza ya trasquilada de mi papá, con ese excremento de vaca, calientito; le vendaba la cabeza a papá con un paliacate, y ¡váyase a la escuela a aprender!
Durante años, lo conocieron como el moro.
Duro poco el remedio, y años el apodo.
Y se le quito pronto la tiña a papá.
Pero por lo calientito de la caca de vaca, muy jovencito, la cabeza de papá, encaneció.
Papá y mi tío Ángel, continuaban yendo a bañarse al Canal de la Cortadura; a pesar de que mi abuelita se los prohibía.
Mi papá, en un clavado digno de competencia con sus amigos, encontró en el fondo del Canal de la Cortadura, exactamente eso, una cortadura en su espalda, con un alambre de púas, que estaba entre el lodo del lecho del canal.
Cualquier canal, en cualquier lugar, necesita de vez en cuando una manita, una limpieza de su fondo.
Aquí, en Tampico, las autoridades, han hecho una labor muy encomiable.
Y al paso que va, se convertirá el Canal de la Cortadura, en un futuro próximo, lugar privilegiado de visitas turísticas.
Tengo como un par de meses, que paseando por sus orillas, con banquetas amplias y bancos para sentarse, observe durante horas, en compañía de mi familia, el paso de cientos de peces, de varios tamaños y colores.
Iban mojarras, churras, chocomites, y brincaban, y era una danza de amor a la vida, a Tampico; y los niños, saltaban, indicando ¡allá van! ¡Allá vienen! Y el aire que me despeinaba, y el silencio de esas calles, y nadie pescando…
O esta prohibido, pero no había nadie cuidando, que no se pescara, o en realidad, estamos tan bendecidos, que nadie necesita ir al Canal de la Cortadura, y atrapar a tanto pez, que eran unos como de 8 kilos.
Pero en el tiempo de papá-niño, en su casa había muchas privaciones, no había dinero para doctor. Papá callo, y fue una enfermera, que vivía frente al Canal de la Cortadura, la que viendo como sangraba ese tarde, papá de la espalda, que lo curo y lo vendo.
Y durante días, curaciones le hacia a papá.
Y papá calladito.
Calladito, de lo que le había pasado, y de lo que estaba pasando.
Un dia, mi abuelita, lo palmea con cariño, y papá grita ¡ay! ¡Ay mamá!
¿Qué tienes hijo?
¿Qué te paso?
Nada mamá.
¡Nada de que nada!
Quítate esa camisa, y enséñame que traes ahí.
Eran tiempos de camisa y camiseta.
Y papá, traía un parche grande en la espalda.
Y abuelita, ¿Qué es eso?
Ante la evidencia, cuenta papá todo, y la ayuda desinteresada de una vecina, que era enfermera.
Mi abuelita, fue con la enfermera, y quería pagar, como fuera, el costo de esas curaciones.
Ya fuera con lavadas, planchadas, o aseo de casa.
Pero la enfermera, no acepto.
Son Ángeles, que Dios manda, disfrazados de personas.
Hablo del que se porta bien; porque hay de todo en este mundo, andén con el uniforme que anden, bien pingos a veces son.
Por eso, abuelita, los interno a sus dos hijos varones, en la escuela de talleres y oficios, de ciudad Victoria.
Mi tío deserto, papá persevero.
A mi abuelita, papá le mandaba cartas cariñosas, no te apures, todo va muy bien, soy feliz, etc. Eran cartas a su mamá.
A su hermano Ángel, que ya trabajaba en el otro lado, todo lo contrario.
Manito, mándame mas dinero; como puras tortillas duras, quemadas, paso hambre, sufro aquí, tu sabes como es aquí, y lloriqueos con su hermano.
Y caite con la lana, hermanito.
Para saber la realidad; solo Dios.
Y en una ocasión, que se le cruzan las cartas.
Que coloca en sobres equivocados las misivas, y papá, cuando recuerda ese equivoco, ríe, escondiendo la cabeza entre sus hombros, como el que es sorprendido en travesura.
Mi abuelita brinco al leer aquella carta tan quejosa; le recrimino a su hijo Lalo, el andar molestando a su hermano Ángel con peticiones de dinero.
Ya abuelita trabajaba en la escuela primaria, y se encargo, de mandar más dinero a su hijo internado.
Y ahora, en nuestra casa, veo a mi tío Ángel, enloquecido, rumiando no se que, fumando, chupando sus bachichas, porque el se termina el cigarro, hasta que casi se quema los dedos.
Sus dedos, tienen manchas cafés, del cigarro.
Unas uñotas de gavilán.
Yo quiero a mi tío Ángel, ahora esta loco, pero hubo un tiempo, en que a mi papá-joven, lo ayudo. Y yo quiero a mi tío.
Aunque no se si el me quiera.
Yo quiero a mi tío Ángel, al loquito del pueblo.
Y empieza de nuevo a soplar el viento, primero suave, después rugiendo, y veo pasar torbellinos de hojas, ramas y cosas que no logro identificar, de lo rápido que pasan, por los vidrios de mi ventana. Y anochece.
Al otro dia, por fin, abuelita, me deja salir, agarrada por su mano, mano de anciana, pero que aun agarran fuerte, a lo que desean proteger.
Y veo rostros curiosos, pies presurosos a un lado y otro de la escuela, a un lado y otro del pueblo.
Al fondo de la escuela, plantas de plátano caídas, las cañas, sembradas por un maestro que llego del estado de México, y experimentaba haciendo injertos de una y otra especie de cítricos; esas cañas, hoy en el suelo están.
El Cañaveral, abarcaba, una superficie de unos 10 por 20 metros.
Varios árboles caídos, arrancados de raíz, hoyos en el solar de la escuela, por estar vacíos de los seres vivos que se encontraban en ellos. Destrucción.
Brincar uno y otro obstáculo, hoy se ve más grande la escuela. Abuelita no me suelta de la mano, y me pregunta…
¿Ya nos vamos para la casa?
Solo los niños acompañados de adulto, pueden andar por estos lugares, los animales ponzoñosos, también pierden sus hogares en estas situaciones, y al estar asustados, pueden soltar veneno al que se les atraviese.
Si algún árbol, esta en pie, pero sentido en sus raíces, también puede caer de improviso; y no se diga algún cable de luz, que chicotee, electrocutando al impertinente, que no debiendo por obligación andar por esos lugares, se expone hasta morir.
Vamonos para la casa, ya viste suficiente.
No abuelita, me falta mirar para la plaza, vamos un ratito, ya luego me meto a la casa.
Y fuimos hacia el zaguán grande. Y en la plaza, árboles enormes, en el suelo, no baje del corredor, con un vistazo, toda la plaza, parecía arrasada de sus plantas, algunas, solo caídas, y sus raíces aun amarradas a la tierra.
Algunos varones, machete en mano, despejaban de tanto ramerio los alrededores a la escuela, y desbrozaban a los árboles.
Tanta actividad, y yo tan chica, sin poder hacer nada.
Y me regrese a mi casa; ahora tenia que acabarme, tanta comisaria que habíamos arrimado.
En los siguientes días, se fueron yendo, aquellos que estando sus casas en alto, y no sufriendo daños considerables sus propiedades, podían retornar a sus vidas normales.
Continuaban en la escuela, los que estaban sus casas inundadas, o los que estaban a punto de inundarse; porque después de un fenómeno de esta naturaleza luego sigue la creciente del rio, y ni modo, hay que esperar a que baje de nuevo a su nivel natural.
Los que seguían de damnificados en la escuela, ya siendo menos, se acomodaban mejor.
El ejercito seguía distribuyendo, cada determinado tiempo despensas, y entonces, algunas familias, nos regalaban a mi abuelita y a mi, porque por no ser damnificadas, ella y yo, no nos tocaban despensas; pues los damnificados, nos regalaban cosas, que un atún, unas latas de esto o de aquello, y como uno no debe de desperdiciar lo que le dan, hacíamos ronchita de lo que cada familia, nos daba.
Y las muchachas damnificadas andaban de novias, y los niños jugábamos y jugábamos, disfrutando esas extrañas circunstancias; ese convivir con tantos extraños; ese saber, que tal vez, jamás nos volveríamos a ver, pero que ahora, parecíamos una gran familia, que íbamos todos al mismo patio, y si nos aparecíamos en un lugar o en otro, donde quiera, un taco nos ofrecían, y ya hasta teníamos nuestros sitios favoritos, ahí guisan mejor las quesadillas, allá las entomatadas, esa señora es tan cariñosa, y ¿Cuáles juguetes tienes tu? Yo te presto esta muñeca, si tú me prestas esos trastecitos.
Y empezó el despedirnos, el hacer caminito a sus casas, el desgarrarnos, el separarnos, tan a todo dar que nos llevábamos, tal vez por saber que todo seria temporal. ¿Por qué somos así?
Aborreces lo que sientes impuesto; amas lo que sabes que puedes perder.
¿No será por eso que debemos morir? Así, amamos la vida.

Y ya había que empezar las clases, y aun había damnificados en la escuela. Aquellos que realmente, no podían regresar tan fácilmente a sus casas, por estar muy inundadas, o por sufrir destrozos tan grandes.
Se reacomodaron, que cupieran en un solo salón, a regañadientes; de mala gana lo hicieron, y no se podían ir aun.
Y los salones que habían dejado los damnificados, tan raros quedaron, con un olor a gente grande, porque un niño deja un olor diferente en un salón.
Ya estoy como el ogro del cuento, huelo a niño, pues si, cuando los salones son utilizados por niños, tienen un olor.
A cuadernos, a crayolas, a madera y grafito de los lápices, a chicles embarrados bajo los asientos, a chilito piquin tirado en la piso, a cáscaras de naranja, de mandarina; dulces, huele a niño lo repito.
Pero cuando un salón es abandonado por los damnificados, huele diferente.
Las paredes están tiznadas, llenas de grasa, los vidrios, embarrados, mantecosos, da tristeza pensar, que los niños, los niños tan lindos, tengan que utilizar aquellos salones.
Por más que se laven con jabón, cloro, se pinten de nuevo sus paredes, durante un largo, muy largo tiempo, olerán a comida, a humo de las que guisaron con anafre, por mas que lo prohibían; las personas se dan maña, para hacer lo que quieren.
Solo ponían a sus hijos a vigilar, si venían los de supervisión, y listo.
Hacían lo que querían.
Estoy segura que ni en su casa, se portaban igual de descuidados.
Sus casas, de seguro las respetaban; pero la escuela, pues la escuela, que diré, ¡amuélese la escuela!
Además, la mayoría, los que venían de colonias retiradas ni siquiera tenían a sus niños en esta escuela.
Espero, que en el pueblo, actualmente cuenten con un lugar alternativo, para en casos de inundaciones o ciclones, ya no se deteriore la escuela.
Y mi abuelita tenía razón, como casi siempre.
Es fácil, facilísimo, meter a alguien, a un lugar.
Lo difícil es sacarlo.
Había familias, que aunque ya empezaran las clases, y se les pidiera el o los salones ocupados por ellas, no se iban tan fácilmente.
Se hacían las ofendidas, que no se irían hasta que “alguien” les consiguiera donde meterse.
Y empezaban las amenazas, iremos a tal o cual periódico, nos quejaremos con tal o cual autoridad; pero todo sale a relucir, que algunas, disfrutaban el tener despensas, no pagar agua ni luz, ni renta, recibir regalos por su papel de damnificados, y no les importaba ocupar un espacio dedicado al estudio.
Y cuando por fin salían hasta el último damnificado, que se iba renegando, jurando no volver a pisar esta escuela, que alivio tan grande se respiraba.
Por fin, por fin, a sacar adelante a los niños, en sus estudios. A mantener limpio todo, porque los niños, merecen estar en lo limpio.

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